Por Agustín Mina
El año 1999 marcó el inicio de una nueva trilogía de Star Wars, 16 años después del final de la trilogía original en 1983. Precuela para los fanáticos, el Episodio I: La amenaza fantasma fue la primera película de Star Wars para la generación de los 90. Las tres obras cuentan el recorrido de un niño de Tatooine llamado Anakin que viaja lejos de su planeta para convertirse en jedi, y que terminará encabezando el golpe de Estado que derroca al gobierno democratico de la república y finaliza con la hegemonía de los jedi, tal y como lo decía la profecía. Este niño es quién habíamos conocido en la trilogía original como Darth Vader, aquel que se convertiría en uno de los villanos más icónicos de la historia.
La resistencia de los más débiles, la lucha desigual contra un imperio todopoderoso y los enfrentamientos contra un enemigo imparable como lo era el Emperador Darth Vader marcaron a fuego la identidad de Star Wars en su historia primigenia. No casualmente el episodio IV se llama “una nueva esperanza”; la esperanza en un escenario desolador es lo que mueve a la resistencia a luchar contra el imperio por un mundo mejor. Pero para poder apreciar todo esto es necesario conocer lo que se perdió, como eran los días en la era de la república, y eso nos ofrece la trilogía protagonizada por Ewan Mcgregor como Obi Wan Kenobi y Hayden Christensen como Anakin Skywalker. También nos abre la puerta al vínculo entre estos dos personajes, una relación duradera y profunda que atraviesa muchas etapas: Obi Wan como padre y maestro de un niño perdido en la galaxia, como hermanos y compañeros cuando el segundo se convierte en un joven jedi, peleando codo a codo por defender la república en la guerra de los clones, y finalmente como enemigos mortales, cuando Anakin traiciona a los jedi y se une al lado oscuro.
Entre estas dos trilogías había demasiado espacio en blanco, un salto temporal muy grande que no nos contaba qué pasa tanto con Anakin al convertirse en Darth Vader y asumir el rol de emperador, como con Obi Wan en el exilio, luego de haber tenido que enfrentar a su alumno y amigo. La serie original de Disney+ se propone a explorar ese terreno difícil, contando una historia sin alterar las que fueron contadas antes. Vemos a Obi Wan en el exilio, ocultándose de un imperio que caza a los jedi, pero a él especialmente, no sólo por su lugar en el consejo y su rol preponderante en la guerra, sino también por su vínculo con Anakin. Un Obi Wan derrotado, que perdió la fe en la causa, en la lucha y que se esconde para cumplir una última misión: proteger a Luke, lo único que le queda de su viejo amigo.
Sin embargo, como a todos los grandes héroes, la historia va a buscarlo. El secuestro de Leia, la otra hija de Anakin, lo obliga a salir de su escondite y saltar nuevamente a la acción. En el camino, le tocará recorrer una vez más la galaxia y presenciar cómo es la vida para las personas en la época del imperio. También se cruzará con una incipiente resistencia, que busca transgredir las imposiciones del gobierno dictatorial y proteger a las personas. Todo este proceso, sumado al vínculo que desarrollará con Leía— que ya muestra tener los dotes de la que crecerá para ser la gran líder del movimiento— reavivarán la llama de la lucha por las causas justas en Obi Wan, quién finalmente entiende que no puede mirar para otro lado mientras las cosas suceden. Además, en este viaje descubrirá que aquello que lo atormentó todos estos años— haber matado a su aprendiz— jamás pasó, ya que Anakin está vivo, o al menos lo que queda de él. Es el punto clave en su toma de conciencia: descubrir que el Emperador que aterroriza la galaxia y caza a sus compañeros no es nada más ni nada menos que su viejo amigo. Obi Wan vuelve a sentir culpa, ya no por haberlo matado, sino porque, al fallarle, lo dejó caer en las garras del lado oscuro y, por lo tanto, se siente igual de responsable por sus crímenes.
Un punto de conexión interesante con la trilogía original se da en un encuentro entre Darth Vader y Obi Wan, donde el último le pide perdón por haberle fallado y Vader le quita la culpa de sus hombros: vos no mataste a Anakin, no me convertiste en esto, fui yo, yo lo maté. En ese momento, Obi Wan reconoce que su amigo ya no existe, que no queda nada que salvar, y será por esto que, años más tarde, le cuente a Luke que a su padre lo mató el emperador.
La serie nos da asientos de primera fila para volver a ver a Ewan Mcgregor interpretar a Obi Wan como si jamás hubiera dejado de hacerlo y nos reconecta con ese conflicto original, esa lucha entre el bien y el mal, encarnados en la república y el imperio, en Obi Wan y Darth Vader. Volver a escuchar la voz de James Earl Jones como Vader también es un privilegio increíble. Pero sin dudas la mejor parte de Obi Wan, junto a la época que nos permite explorar, los personajes que nos permite revisitar y las historias nuevas que nos ofrece, es ver a un Vader como nunca antes lo vimos— o al menos hace mucho tiempo no veíamos—. Ese enemigo indestructible, esa fuerza imparable, esos gestos tan icónicos, pero con los efectos especiales del siglo XXI y todo el presupuesto de otro imperio maligno, el de Disney.
En definitiva, Obi Wan es un espectáculo de nostalgia para el fanatico, pero uno que además logra ampliar y complejizar una historia como la de Obi Wan y Darth Vader y un mundo tan basto como es el de Star Wars. Sólo por eso, siempre tendrá un lugar en el corazón del fanatico, aún si para la mayoría no estuvo al nivel de las últimas producciones de la saga, como The Mandalorian y Boba Fett. Aquellos que no son sensibles a la fuerza no pueden más que criticarla, porque no la entienden.
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