En un acto por la memoria en el Hospital San Felipe de San Nicolás se colocó una placa con el nombre de Manuel Gonçalvez Granada, nieto restituido y único sobreviviente de la masacre de la calle Juan B. Justo, ocurrida el 19 de noviembre de 1976.
“…y así voy a aprender que irse es volver a volver”
(Gabo Ferro)
19 de noviembre de 1976. Amanece en San Nicolás. Cuarenta tipos armados rodean una casa en la calle Juan B. Justo, a pocas cuadras de la terminal de trenes. El barrio dormido se despierta por los estruendos de los disparos y gases lacrimógenos que estallan en el interior de la casa. De a poco se apagan las vidas de Ana María Granada, Omar Darío Amestoy y María del Carmen Fettolini. También las de Fernando y María Eugenia Amestoy, de tres y cinco años.
Un llanto irrumpe en el caos, muy débil se siente desde dentro de un ropero. Ana María había alcanzado a esconder a su bebé entre colchones, salvando su vida frente al espanto.
31 de marzo de 2023. Apremia la siesta en la ciudad. En el patio del Hospital San Felipe se reniega con cables y se acomodan las sillas. En un rato llega Manuel Gonçalvez Granada. El servicio de pediatría llevará de ahora en adelante su nombre. Un nombre que tardó 20 años en recuperar. Porque Manuel fue Claudio, tantísimo tiempo. Manuel fue también ese bebé, el del ropero.
“Ese 19 de noviembre de 1976 yo empecé a perder la identidad y me separaron abruptamente de mi mamá. Todos vinimos a este hospital después de ese operativo y yo acá me convertí en un bebé NN”, explica, mientras el acto ya está encaminado y entre el público resuena el silencio mientras lo escucha.
El sangriento operativo se guardó en la memoria de las y los nicoleños. Cada tanto alguna abuela contaba la historia del bebé que se había salvado, pero nadie tenía certera idea de su presente.
Mientras tanto, las Abuelas de Plaza de Mayo nunca dejaron de buscarlo, revisando cada archivo y cada rumor, hasta encontrarlo con el nombre de Claudio Novoa y con toda una historia cambiada.
En 2012, Manuel, ya siendo Manuel, pudo declarar frente a quienes habían sido los dueños de su historia, la de su mamá y la de todos los habitantes del norte de la provincia durante la última dictadura cívico militar. Corría el primer juicio por delitos de lesa humanidad cometidos en la región y en el banquillo estaban el ex coronel Manuel Saint Amant; su segundo, el coronel Antonio Federico Bossié, y el ex jefe de la Delegación de la Policía Federal de San Nicolás, Jorge Muñoz.
“Cuando entré a la sala estaba muy llena y por disposición de cómo se pudo armar, a mí me tocó sentarme al lado de los genocidas. Así que para mí estuvo muy bien, porque pude decirles en la cara que estaba ahí para contar mi verdad, la que no podían contar ni María Eugenia, ni Fernando. Y también para decirles que no nos habían vencido, porque seguramente nunca se imaginaron que ese bebé, que fue el único sobreviviente, iba a estar con ellos sentado tan cerca, en el juicio que estaba juzgándolos y que terminó condenándolos”.
Como parte de la restitución de su historia, fue reconstruyendo de a poco las piezas. La desaparición de su papá, Gastón, a manos de la patota de Patti en Escobar. La llegada de Ana María con su embarazo a cuestas a una ciudad desconocida. La noche de la tragedia y los meses con custodia policial en la maternidad del Hospital San Felipe. La pérdida total de la identidad bajo otro nombre y otra historia. Los responsables del espanto así como también todas y todos los que aportaron para armar el rompecabezas.
En medio del acto, Manuel mira fijamente una bandera colgada a unos metros, en la que Ana María mira a cámara desde una fotografía en blanco y negro. “Estando embarazada tuvo la fuerza para sobrevivir a todo eso, para parirme y para cuidarme hasta el último día. San Nicolás era un lugar lejano para ella y para la historia familiar. Pero llegó a una casa donde había una familia que le abrió la puerta y que también la acompañó en esos meses de soledad, de angustia por no saber dónde estaba mi papá, que había pasado con él”.
Otras fotos desde la bandera lo interpelan y sigue contando: “lo que se conoce como la masacre de la calle Juan B. Justo resume la brutalidad de la dictadura. Cuarenta tipos que llegaron a las seis de la mañana, rodearon la casa y la destruyeron. Éramos seis en esa casa y hay un sólo sobreviviente”.
Unos minutos antes del inicio del acto, una mujer con bastón se acerca lentamente a Manuel. Alguien le tiende una mano para ayudarla con la escalera y él rápidamente se acerca a hablar con ella. Cuchichean un rato, casi en secreto, casi en un abrazo. Más tarde sabremos que esta mujer se llama Susana y que vivía en la cuadra de la casa. Aún hoy recuerda los disparos del operativo y se lo quería contar a él.
Manuel volvió muchas veces a San Nicolás, acompañado por los organismos de Derechos Humanos –la Mesa de la Memoria, junto con el Cholo Budassi fue un gran apoyo–; compañeros de HIJOS Rosario, por el fiscal Juan Murray, y por tantas otras personas –algunas anónimas– empujando para el mismo lado.
Foto: Mauro Fernández
“Mi papá una vez le escribió a mi mamá una frase que desde hace un tiempo me viene cada vez que pasa algo como lo que está pasando hoy acá. Le puso: «Son días dolorosos los días de alegría». La verdad es que nunca entendía bien qué significaba la frase, pero son días como éste los que resumen esa frase”.
Una tarde en especial le viene a la memoria, con la voz quebrada por el momento. “Cuando yo vine, antes de que empezaran los juicios, restituyendo mi identidad, vine a conocer la casa. Era un día a las tres de la tarde, estaba solo con una fotocopia de un diario que tenía la foto de la casa. La casa en fotos se parecía a una casa que no era según la dirección, estaba a dos más de la que verdaderamente era la casa donde nosotros estábamos”. Sabía que la dirección no coincidía, pero tomó coraje y golpeó la puerta. Se abrió una ventanita y apareció una mujer, a la cual le preguntó si se acordaba del operativo.
“Entonces ella me dijo «justo cuando tocaste timbre yo le estaba contando a mi nietito de eso, porque de acá sacaron un bebé que estaba vivo y nunca supimos nada más de él». Yo la verdad es que no quería empezar a contar del tema, pero por suerte pensé en lo que estaba haciendo esa mujer, una señora muy grande que le está contando a su nieto lo que pasó acá, así que no sabía qué decirle, pero por suerte ella me dijo «¿vos por qué preguntas?». Entonces yo le dije: «Porque yo soy el bebé que sacaron de la casa». A los cinco minutos estaban todos los vecinos de la cuadra afuera y cada uno me contó lo que recordaba de ese día. Para mí eso fue muy valioso porque me enteré de la perspectiva desde otro lugar. Yo tenía la historia de lo que los milicos habían contado”. A esas alturas de la charla, los ojos de los presentes ya estaban llenos de lágrimas frente a la historia.
La señalización de la sala de pediatría del Hospital San Felipe formó parte de una serie de actividades previstas en los efectores de salud de la provincia de Buenos Aires. Cada uno de ellos cuenta con espacios específicos dedicados a los derechos humanos y colaboran activamente con las organizaciones, tanto en la búsqueda de los más de 300 nietos y nietas que aún faltan encontrar como en la identificación de las víctimas de la dictadura cívico militar.
“Pensar en cuánto hemos caminado para que este hospital, que para mí en un principio era sólo parte de la tragedia, hoy pueda hacer este acto, hoy pueda recordar lo que nos pasó, se lo pueda contar a los médicos y a las enfermeras nacidas en democracia para que sepan que este hospital también fue parte y fue funcional a la dictadura, porque así lo usaron. Que sepan que se permitió la locura de que en el área de maternidad hubiera custodia policial para un bebé de cinco meses. Que el juez de menores de San Nicolás de ese momento, Juan Carlos Marchetti, que hoy sigue defendiendo a los poderosos, haya decidido adónde debía irme, ser funcional al robo de bebés de la dictadura sacándome la identidad y no devolviéndome a mi familia biológica. Han pasado un montón de cosas en San Nicolás, nos ha pasado la dictadura entera en San Nicolás”.
Hoy, Manuel es el secretario ejecutivo de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CoNaDI) y nieto restituido 57. Sigue trabajando activamente en la búsqueda de nietas y nietos, así como en asegurar el legado del trabajo de las Abuelas de Plaza de Mayo a las nuevas generaciones. Mirando a futuro pero sin perder la memoria: “Acá hubo mucha gente, algunos anónimos, que hicieron algo para que yo pueda saber quién soy y pueda volver un día como hoy a decir que soy hijo de Ana y de Gastón y que me llamo Manuel Gonçalvez Granada”.
Fuente : redaccionrosario.com
Si te ha gustado, ¡compártelo con tus amigos!