“La sensación de abatimiento, de desconcierto, de desazón se ha generalizado y es ahí cuando las infancias quedan más solas y en situación angustiante”. La afirmación la comparte la psicóloga Ana Ida Maschio, al opinar sobre cómo impacta la situación económica y política actual en las niñas, niños y adolescentes.
Maschio es docente de la Facultad de Psicología (UNR), integra el Equipo Interdisciplinario de la Escuela Especial N°2006 y es vicepresidenta de Forum Infancias Rosario, la red de profesionales de la salud y la educación que trabaja a favor de los derechos de las chicas y los chicos, para que crezcan libres de etiquetas patologizantes.
La especialista advierte que el crecimiento de la pobreza y la consecuente vulneración de derechos hacia las infancias no es de ahora, la diferencia es cómo esta situación toma a las personas adultas, que son quienes deben cuidar de los más pequeños.
En charla con el periódico El Eslabón, recuerda que la inestabilidad no se manifiesta sólo en lo económico sino también a nivel social, lo que implica que no sea nada sencillo sostener los vínculos necesarios con la escuela. Considera que para atender a esta realidad hay que afianzar las prácticas humanizantes, lo dice por aquellas que miran lo colectivo de los problemas, sin descuidar la singularidad y el desafío que representa a cada persona.
Foto: UNR
—Hace poco una docente compartía la inquietud sobre con qué familias se iban a encontrar después del receso, cuando se reintegren a las escuelas ¿Qué implicancia tiene esa preocupación para las infancias?
—Estuve las últimas semanas (de diciembre) en los cierres de año en las escuelas comunes, en las que hacemos integración. Cada una de ellas con su realidad. En algunas las docentes decían que todavía ven a los chicos cartoneando, con este comentario: “Bueno, por lo menos lo vi cartoneando con el padre, no iba solo con el carro”. También se hablaba de otra situación en la que la mamá se trasladó a otra ciudad, el papá a otra y quedó un grupo de niños con el mayor a cargo, que es un adolescente. Esto se está dando ya, no es algo para el año próximo, es un proceso de vulneración que se viene dando desde hace años. La gravedad que yo encuentro es que, más allá de las situaciones particulares con las que uno puede tener contacto o conocer, se ha generalizado esta sensación de abatimiento, de desconcierto, de desazón y es ahí cuando las infancias quedan más solas y en situación angustiante.
Y cuando hablamos de infancias y adolescencias, sabemos que son momentos críticos de la vida porque está en construcción el psiquismo, porque se dan fuertes procesos identitarios ligados a un proyecto de vida y eso habla de una vulnerabilidad propia de estos tiempos. Pero cuando se le suman estos procesos políticos, económicos que hacen que la generalidad de los adultos quedemos captados por esa sensación de desconcierto absoluto y a corto plazo, es cuando más se acrecienta esta soledad. Crecen las violencias, no se puede ofrecer sostén, y esto es en lo que tenemos que trabajar quienes estamos en educación.
—La pobreza, la incertidumbre de las personas adultas, ¿en qué otras formas de sufrimiento se manifiestan en las chicas y los chicos?
—Las formas de sufrimiento tal vez no son nuevas y pueden tener diferentes matices, se dan en los procesos cognitivos y atencionales. Tienen que ver con causas que se le van sumando a la multicausalidad que ya les es propia. Hay problemas en la alimentación, hay chicos con malnutrición y con sobrepeso. Las dificultades para el acceso a la vivienda, por ejemplo, producen inestabilidad en el lugar de residencia que a la vez repercute en el proceso educativo: en el cambio de escuela o muchas inasistencias y entonces cuando el niño o la niña vuelve a la escuela se encuentra con un ámbito que le es completamente desconocido. Hay mucho trastorno del sueño, niños que llegan a la escuela y se duermen, y no se sabe si es porque no se alimentaron bien, no desayunaron o no cenaron y/o permanecieron hasta altas horas despiertos con o sin pantallas, o incluso en situación de soledad, porque hay muchos hogares monoparentales o no en los que los adultos salen a trabajar, a hacer alguna changa y los niños quedan solos, aún a corta edad. Se empieza a desdibujar la idea de la protección que el niño necesita de parte de los adultos.
La pobreza se refleja en la dificultad para el goce de los derechos, de cubrir las necesidades básicas y eso viene desde tiempo atrás. Lo que se suma en este momento es que el adulto queda totalmente subsumido a la situación de incertidumbre. O bien, otro ejemplo, es que tampoco se sostienen procesos terapeúticos: a lo mejor pudimos establecer contactos con un centro de salud, una ONG, con organizaciones barriales o distintas instituciones, pero toda esta inestabilidad, que no es sólo económica sino también social, más las violencias que hacen que determinados territorios se vuelvan inhabitables, hacen que no sea tan fácil sostener los lazos entre la escuela y esas organizaciones. Esta situación nos marca la necesidad de humanizar las prácticas.
—¿En qué apoyarse para humanizar las prácticas?
—Se trata de singularizar. Porque cuando decimos “todos estamos pasando por lo mismo” la verdad es que no todos pasamos por lo mismo. Si bien hay una generalidad y un todo que nos toca, no es para todos lo mismo. Cada uno desde su propio proceso y situación tiene que ver cuáles son las posibilidades, las diferencias en un plus, en un bien, en un beneficio que permita auxiliar al otro. Por ejemplo, el sistema educativo es tan amplio, confluyen distintos territorios con particularidades y realidades abismales una de las otras, sin embargo se tiende a protocolizar las intervenciones, a burocratizar determinadas prácticas y estrategias que hacen que perdamos de vista esas miradas individualizantes que nos permiten evaluar las necesidades de cada sujeto y grupo familiar. En esas generalidades, aun sin intención de dañar, se produce un daño que es desconocer lo que le pasa a cada uno. Aquí es cuando lo público vuelve a adquirir el lugar esencial, porque la tarea de la escuela como la del ámbito de la salud no está mediatizada por el dinero. Hay que revalorizar profundamente esto y tener conciencia, quienes estamos en funciones públicas, de tener una ética profesional muy presente que atienda a lo que necesita cada sujeto, de poder hacer redes y lazos, porque también los necesitamos nosotros. Hay situaciones que nos hacen doblar la espalda.
—En este contexto, ¿qué preocupación o desafío compartirías para el año que arranca?
—Una preocupación con una expectativa positiva es que podamos pensar que la pobreza no es sólo escasez de recursos económicos. El tema no es nuevo, se acrecientan los procesos en determinados momentos históricos, pero la pobreza sobre la que sí podemos intervenir cada uno de nosotros es la que produce falta de confianza en la capacidad del ser humano de producir, de amar, de progresar, de lograr el bienestar propio.
Fuente : redaccionrosario.com
Si te ha gustado, ¡compártelo con tus amigos!