La película nos ofrece una estética muy superadora para reflexionar en torno al vínculo de un padre con su hija, hundido en una era dominada por la tecnología. Del apocalipsis tecnológico ya conocido a la futura candidatura para los Premios Oscar.
Por Francisco Pedroza
Hubo momentos donde madres y padres llevaron a sus hijos al cine a ver Toy story y, debido a su revolucionaria historia y amplio universo, quedó para siempre en el imaginario colectivo. Más adelante Shrek, un mundo donde las criaturas de cuentos mágicos cobraban vida en forma de sátira, cuya elocuencia a la hora de narrar hizo que tanto adultos como niños guardaran sus diálogos en la mente y los recuerden con algarabía. Hoy en día, con los cines cerrados, llevar a un hijo a compartir una película parece una actividad de antaño. En su lugar, las múltiples posibilidades que ofrece internet todavía nos permiten este grato momento y, si se completa con una gratificante experiencia audiovisual, puede terminar siendo una experiencia memorable. La encargada de este nexo entre generaciones es Los Mitchell contra las máquinas.
La descripción de su argumento sería imposible si nos centramos en una sola historia, ya que, de todas las que se van gestando, no hay ninguna que no sea influyente en la cronología del film. Por eso, vamos de lo macro a lo micro, tratando de darle a cada una la importancia que merece. El contexto es apocalíptico, una asistente virtual (como si fuera Siri hoy en día) se revela y decide aniquilar a los humanos. El apocalipsis digital, cada vez más inminente, es protagonista de la pantalla grande hace por lo menos quince años, pero en Los Mitchell contra las máquinas funciona como excusa para mostrar un despliegue impresionante de efectos y luces, donde el ojo por momentos no quiere pestañear por miedo a perderse algún detalle.
Nos encontramos con la familia Mitchell que, desde el título, sabemos que van a ser los salvadores del día. La protagonista es Katie, la hija: una fanática del cine aceptada en la Universidad de California. Su personaje no tiene una evolución digna de subrayar ni tampoco es ampliamente llamativo, pero es el vehículo correcto para llevar a cabo la historia. Su conexión con la tecnología y sus actitudes adolescentes le dan un avance muy dinámico a la narración, por lo que haber elegido su punto de vista es una decisión acertadísima. Por otro lado, para balancear la trama y para empujar este avance de Katie como representante de la generación X está Rick, el papá, que busca la conexión con su hija. El paso del tiempo no lo encontró como esperaba y un mundo cada vez más tecnologizado no lo ayuda en el vínculo. Su arco narrativo, desde el desconcierto total hasta el intento por comprender, nos regala tal vez la faceta más humana del film.
Con estas dos historias la película logra llegar a momentos sentimentales y emotivos, que no se sienten forzados y cuyo dinamismo propio hace que fluyan como todo a su alrededor. Si bien hay instancias que la vuelven predecible, en contra de todo pronóstico, saber lo que va a suceder nos libera y nos permite disfrutar de su gran caballo de batalla: una estética superadora y sin igual. Hace dos semanas que se entregaron los Premios Oscar, pero no hay dudas de que ésta es la gran candidata en animación para el año que viene. El film, elaborado por Columbia y Sony, está disponible en Netflix.
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