Cada mes de octubre, cuando comienza el Mes de la Historia Negra, el columnista de The Guardian Gary Younge escribe un artículo interesante, en el que formula una pregunta simple: “¿Por qué la gente blanca y negra no puede acceder a una historia compartida que sea cierta, honesta, antirracista e inclusiva?” Este año dice en su escrito que “la noción de raza carece de toda base científica o biológica. Es un constructo para explicar la terrible realidad que construyó el racismo.”
Mientras que esta observación es cierta, la respuesta a su pregunta inicial se halla en parte en el escaso reconocimiento del hecho de que personas antirracistas negras y asiáticas actuaron junto con colegas blancas en el seno de movimientos sindicales y de izquierdas con ánimo de combatir las terribles realidades de la historia británica. Si leemos a E.P. Thompson o Eric Hobsbawm o vemos El espíritu del 45 de Ken Loach, apenas se menciona la aportación de personas negras y asiáticas en estos movimientos obreros a la lucha por la justicia social y económica en Gran Bretaña.
Ahora, un nuevo libro de Satnam Virdee aborda esta cuestión mediante un análisis del periodo que va de los primeros movimientos cartistas hasta la década de 1980. Es un largo viaje, que no solo explora la historia del racismo en Inglaterra, sino también la historia de solidaridad y antirracismo que implica a foráneos racializados de la nación británica. El Grupo de Seguimiento se ha reunido recientemente con Satnam Virdee para hablar de su libro Racism, Class and the Racialized Outsider.
Jagdish Patel: ¿Por qué has escrito este libro?
Satnam Virdee: Lo escribí en parte porque sentía que buena parte de la historia y la sociología de la clase obrera en Gran Bretaña se habían mostrado incapaces de integrar las experiencia de los sectores racializados de esta clase obrera: católicos irlandeses, judíos, la inmigración asiática y caribeña. Era casi como si la hipótesis de trabajo de este sector académico y de la historiografía socialista partiera de que la clase trabajadora era blanca en su totalidad. Tenía claro que, como nieto de un carpintero indio, esto no reflejaba las complejidades de raza y clase de mi familia en Gran Bretaña ni las de la gente caribeña de su oficio. Así que fue el deseo de recuperar esta historia, y sus historias, el que me movió a escribir este libro.
El libro como tal esboza los contornos de la lucha por la justicia social, incluida la igualdad racial, a lo largo de dos siglos y no del periodo al que suele circunscribirse la historia negra y asiática, es decir, a partir de 1948 y la arribada del Empire Windrush en Tilbury. Creo que esto ayuda a demostrar cómo las minorías racializadas han estado presentes a lo largo de la historia de la Gran Bretaña moderna. Los Conservadores no suelen reconocerlo, pero tal vez sea más decepcionante el hecho de que el movimiento obrero y la izquierda socialista no han contribuido mucho más a sacar a la luz esta diversidad multiétnica. Este tipo de ceguera racial ha impedido que el movimiento obrero organizado reconozca la función formativa que desempeñaron minorías racializadas en el seno del movimiento obrero, no solo combatiendo el racismo, sino también ampliando los horizontes políticos de toda la gente trabajadora que luchaba por la justicia social y contra la desigualdad.
En este sentido, la lucha antirracista no era una lucha particularista, sino una lucha que contribuyó a reforzar el combate que libraba toda la clase obrera por la democratización. Quería mostrar que si se contempla la historia británica a través de los ojos de los trabajadores y las trabajadoras negras, asiáticas, judías o católicas irlandesas, se tendrá una visión muy diferente del funcionamiento de la sociedad británica. No tiene sentido que hablemos de la historia negra como una cuestión marginal, que enseñemos en las escuelas la historia de los derechos humanos y civiles, pero situemos la raza como una variable que aparece hacia el final de esta historia.
Es importante subrayar que he tratado de escribir un libro que presenta esta larga historia en un formato accesible. Recuerdo que E.P. Thompson –el gran historiador de la clase obrera inglesa– me animó, en relación con otro proyecto, a “escribir democráticamente, no para la pequeña comunidad de sociólogos académicos, sino para el conjunto más amplio del público informado que se interese por mi obra”. Es lo que ya hacían escritores como Ambalavaner Sivanandan, y él, junto con Stuart Hall, fueron para mí importantes inspiraciones intelectuales y políticas.
Jagdish Patel: ¿Qué importancia tiene el periodo de 1850 a 1950 para el movimiento antirracista?
Satnam Virdee: El racismo de la clase obrera no comenzó en 1948; esa historia empieza mucho antes. Desde el momento en que las élites inglesas aprendieron a gobernar de una manera más consensuada a mediados de la era victoriana hasta la consolidación bipartidista del acuerdo sobre el Estado de bienestar en las décadas de 1940 y 1950, una serie de reformas sociales y políticas trascendentes, como la progresiva concesión del derecho a voto (a los hombres de clase obrera) y de derechos sindicales, acompañada de la garantía de largos periodos de seguridad económica con la ayuda de la política colonial, facilitaron la incorporación de componentes cada vez más amplios de la clase obrera en la nación imaginada como miembros activos del Estado imperial.
No deja de ser significativo que el racismo, en todas sus diversas formas, acompañó este proceso de integración de la clase obrera. Tan temprano como las décadas de 1850 y 1860, la inclusión de la clase obrera respetable de trabajadores cualificados y otros trajo también la consolidación del racismo frente a la inmigración irlandesa católica. La asociación anterior de la ciudadanía inglesa con el protestantismo estuvo sobredeterminada en este periodo por una noción cada vez más influyente de sí misma como una nación de raza anglosajona. La gente irlandesa católica, durante mucho tiempo excluida de la nación debido a su fe católica, se vio doblemente desfavorecida como católica y como etnia céltica.
Este no fue siempre el caso. Cuando las trabajadoras y trabajadores ingleses y escoceses fueron desplazados del medio rural para ir a trabajar en la industria, en las llamadas oscuras fábricas satánicas, entraron en conflicto con las élites gobernantes. En aquel momento, la clase obrera inglesa multiétnica era una fuerza rebelde comprometida con el cambio social transformativo. No es menos significativo que aquel también fuera un periodo de solidaridad de clase multiétnica en que partes de la clase obrera inglesa suprimieron colectivamente expresiones de racismo y lo rechazaran de plano cuando este se manifestaba. En esto influyeron mucho hombres y mujeres que pertenecían a grupos minoritarios, a quienes califico de foráneos racializados.
Citaré el ejemplo de Robert Wedderburn –nacido en Jamaica en 1762, hijo de una mujer africana esclavizada y un médico escocés, propietario de una plantación de caña de azúcar–, quien contribuyó a hacer visible la relación entre el sufrimiento y las luchas de las gentes africanas esclavizadas en ultramar y las luchas obreras en el propio país. En 1813, Wedderburn se unió al parecer a los Spencean Philanthropists, un grupo de izquierda inspirado por los escritos de Thomas Spence. Poco después, publicó seis ediciones de una revista titulada The Axe Laid To The Root. Por medio de esta notable revista y de innumerables mitines de los Speancean Philanthropists, relacionó los apremios del esclavo africano con las dificultades a que se enfrentaban los trabajadores ingleses empobrecidos, dado que “la manera de obtener justicia es tan cara que resulta imposible obtenerla”.
Este intento de relacionar las luchas contra la esclavitud con la justicia social para la gente trabajadora pobre halló su expresión política en sus llamamientos a favor de una comunidad libre e igualitaria. En opinión de Wedderburn, Spence sabía que la tierra había sido dada a los hijos e hijas de los seres humanos sin distinción de color o carácter, justos o injustos; y que toda persona que declara propiedad privada una parcela de terreno es un criminal; y aunque pueda venderla o heredarla a sus descendientes, no hace más que transferir lo que antes había obtenido por la fuerza o por fraude.
Sin embargo, con la derrota del cartismo y la consolidación del imperialismo, algunos sectores obreros comenzaron a dar la espalda a la noción de clase y solidaridad y se dedicaron más bien a reimaginarse como parte integrante de la nación, por oposición a quienes a partir de entonces pasaron a calificar de negros o católicos irlandeses y que por tanto no consideraban parte de la nación británica. Esto nos enseña que debemos dejar de concebir la clase obrera inglesa como una única entidad; estaba formada por gente de muchas etnias, hombres y mujeres, pero las ocupaciones y cualificaciones la estratificaron. Tanto el racismo como el antirracismo estuvieron presentes en la formación de la clase obrera inglesa.
Y con respecto a este último, he visto que hubo foráneos racializados –o sea, personas de ascendencia irlandesa católica, judía, sudasiática y caribeña– desempeñaron en distintos periodos de esta historia un papel formativo en la realineación de diferentes estratos de la clase trabajadora. Es decir, su presencia fue crucial en periodos como las décadas de 1830 y 1840, 1880 y 1890 y 1970 y 1980, cuando –para utilizar la expresión de Thompson– “acaeció la clase” y negros, morenos y blancos se unieron en la acción colectiva frente al racismo y por la justicia social y económica.
Jagdish Patel: ¿Puedes hablarnos del racismo de posguerra que sufrieron trabajadoras y trabajadores negros y asiáticos?
Satnam Virdee: Desde el punto de vista de una política de clase que no distinguía el color de la piel, las décadas de 1940 y 1950 fueron un periodo de avance sin precedentes de la clase obrera. No obstante, cuando se investiga a través de los ojos de migrantes del subcontinente indio y del Caribe, no vemos el espíritu de solidaridad, colectivismo y compromiso con la justicia social, sino un racismo sistémico en amplios sectores de la sociedad británica; un racismo que contribuyó a posicionar a la mayoría de esos y esas migrantes y sus descendientes que ya nacieron en tierras británicas en el escalón más bajo de la estructura de clases durante dos generaciones.
Además del racismo por parte del Estado y de los partidos políticos, la gente migrante también sufrió prácticas discriminatorias por parte de los sindicatos por el hecho de no ser de raza blanca y por tanto no poder considerarse británicos. Las cuotas y barreras racistas eran comunes, y cuando se dejaban de aplicar esas prácticas, hubo trabajadores blancos –entre ellos, en particular, los conductores de autobús del sector del transporte de los Midlands occidentales– que emprendieron acciones colectivas para restablecerlas.
Aunque la racialización del nacionalismo británico no era un fenómeno nuevo, lo que distinguió este periodo de posguerra fue sobre todo la amplitud con la que el Estado, el mundo empresarial y la clase trabajadora llegaron a compartir un nacionalismo británico común, basado en la lealtad a la raza blanca. Este racismo y nacionalismo marcó profundamente la sociedad inglesa, incluida la clase obrera. Sus efectos pueden observarse en las esferas política y cultural, así como en la económica. Desde la creación y consolidación de una división del trabajo estratificada en el lugar de trabajo hasta la regulación informal de relaciones sociales íntimas en la comunidad, el racismo lo abarcó todo.
Y con el tiempo, ese racismo se institucionalizó. Esto significó que no siempre requería una regulación expresa porque las estructuras e instituciones de la sociedad ya reflejaban esta noción distorsionada del mundo. Pasó a ser, como diría Bourdieu, un componente integral del habitus inglés, el conjunto de disposiciones resilientes e inconscientes adquiridas con el tiempo por grupos sociales. La clase obrera se reimaginó a sí misma como una clase racializada, de manera que esta raza, en expresión de Hall, pasó a ser “la modalidad en que vivía la clase, el medio a través del cual se experimentaban las relaciones de clase, la forma en que esta se apropiaba y por la que se luchaba”.
Jagdish Patel: ¿Qué tiene que decir tu libro al periodo presente?
Satnam Virdee: Los dos agentes primarios de la movilización antirracista de las décadas de 1970 y 1980 –la autoorganización de sectores negros y la resistencia obrera encabezada por socialistas– se debilitaron mucho en las décadas posteriores, reduciendo la probabilidad de una oposición colectiva efectiva. El sector negro se fragmentó a finales de 1980, en parte a resultas de su propio éxito cuando logró abrir varios espacios de la sociedad británica a minorías racializadas. Estos grupos minoritarios racializados, gentes de procedencia del sur de Asia, África y el Caribe, que se habían fusionado en torno a la ideología de la negritud política para combatir el racismo generalizado basado en el color de la piel, se desintegró en sus distintos componentes a medida que cada grupo consiguió distintos niveles de progreso dentro de la sociedad británica. De este modo fueron desapareciendo las bases estructurales que cimentaban esta alianza en una coalición de la gente pobre racializada, junto con el impulso político de la descolonización y los derechos civiles, con lo que hoy la posibilidad de un retorno a la política antirracista de la negritud es muy reducida.
Al mismo tiempo, mientras que la clase sigue siendo una fuente fundamental de desigualdad, el sujeto de clase obrera que emergió brevemente a finales de la década de 1970 y comienzos de la de 1980 también ha sido ampliamente derrotado. Es más, la idea del socialismo como proyecto político emancipatorio perdió buena parte de su atractivo a raíz del colapso de los regímenes de socialismo de Estado de Europa Oriental a finales de la década de 1980, de manera que actualmente no seduce a amplios sectores de la clase obrera. Y el partido tradicional de la clase, el Laborista, sabedor de estos cambios, abandonó hace tiempo su propósito de construir una sociedad socialista democrática.
En este interregno, otras corrientes intelectuales han tratado de llenar el vacío dejado por el Partido Laborista, incluido en particular Blue Labour, que ha influido en la formulación más reciente de One Nation Labour por Ed Miliband. Los fundadores intelectuales de Blue Labour, entre ellos Maurice Glasman, han hablado de la “paradoja de la tradición laborista”, sosteniendo que necesita “abordar la crisis de su filosofía política y recuperar su histórico sentido del propósito […] reconstruyendo una relación fuerte y duradera con la gente” (Glasman et al. 2011: 9-11). Consideran que el laborismo podrá recuperar a los y las votantes de clase obrera gracias al redescubrimiento de sus raíces conservadoras en lo social, con un enfoque que subraya el interés por “la familia, la fe y la bandera” (Sandbrook 2011).
Sin embargo, es probable que este mensaje tan conservador tan solo halle resonancia entre determinadas categorías asalariadas, especialmente las que están preocupadas por cuestiones de raza, inmigración y Europa, entre otras. Y su noción mas bien estrecha de clase obrera no tiene en cuenta, en particular, cómo será recibido semejante mensaje por una clase obrera que hoy, en Inglaterra, se caracteriza cada vez más por su diversidad étnica. Asimismo, estos intelectuales laboristas no reconocen el potencial estructurador del racismo en el conjunto de la sociedad británica, inclusive en el seno de la clase obrera, ni hasta qué punto las visiones del pueblo están profundamente racializadas. Todo proyecto político progresista que pretenda invocar hoy en día nociones de pueblo debe reconocer expresamente esta historia contradictoria y compleja del racismo y buscar vías para superarlo y bloquear sus efectos estructuradores en la coyuntura actual.
Veamos qué lecciones teóricas y políticas podemos derivar de una obra de sociología histórica para que podamos hacer retroceder un presente tan precario. Edward Palmer Thompson –el gran historiador de la clase obera inglesa– observó una vez lo siguiente: “La historia es una forma en la que luchamos, y en la que muchas personas han luchado antes de nosotros. Tampoco estamos solos cuando luchamos en ella, porque el pasado no está simplemente muerto, inerte, confinado; también porta señales y pruebas de fuentes creativas que pueden apoyar el presente y prefigurar la posibilidad.” (Thompson 1981: 407-408)
Espero que Racism, Class and the Racialized Outsider pueda contribuir a la reconexión de la clase obrera contemporánea de Inglaterra –gente asiática, negra y blanca– con las luchas por la democratización, la justicia social y la igualdad que libraron sus ancestros, y al mismo tiempo proporcionarles pistas sobre cómo pueden hacer su propia historia.
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