“No te olvides de resaltar en la nota la seriedad con la que Mario tomó ese documental, nos volvió locos buscando material, fotos, cartas, entrevistando. Lo hizo con una pasión y una seriedad increíbles. Y que fue Beatriz Vettori la visionaria que siempre insistía con un documento fílmico sobre esa experiencia y que se lo pidió a Mario”. La que habla es Amanda Paccotti, ex alumna de la Escuela Carrasco y Educadora Distinguida de la ciudad de Rosario. Mario es Mario Piazza y el filme pedido, La escuela de la Señorita Olga, que registra la experiencia Cossettini.
La voz de Amanda es indispensable para recordar al director, cineasta, documentalista y realizador audiovisual Mario Piazza, que falleció el 23 de mayo pasado, en la fecha en que se recuerda el Día del Cine Nacional y en que murió Olga Cossettini, en 1987. Al menos lo es para resaltar el aporte a la educación que deja su trabajo.
“Una cosa que me queda entre muchas otras que te podría contar –sigue Amanda–, es que cuando termina el video (La escuela de la Señorita Olga) y lo presenta, así como hablaba él, pausado, me mira y me dice: «Vos sabés que una sola cosa lamento, no haber podido ir a una escuela como esa cuando era chico». Es una hermosura lo que dijo y una pena que se nos haya ido este Mario, tan luchador, que tomó la causa Cossettini como una causa personal”.
En cierta oportunidad*, Amanda había escrito que lo conoció “una mañana rodeada de recreos, maestras mate en mano y patio de tierra en la vieja Escuela Integral de Fisherton”. Fue allí donde se reunieron con la profesora Beatriz Vettori, quien estaba decidida a que esa experiencia pudiera recuperarse y ser transmitida.
“Nos sentamos en una mesa de la sala de primer grado, plegando piernas y cinturas para acomodarnos. Mario con sus rulos, en aquel entonces sin canas. Sus ojos, asombrados y tímidos, y parapetados bajo sus gruesos anteojos, susurró: «Bueno, yo encantado por la propuesta de la profesora Vettori de documentar una experiencia educativa, pero, ¿cómo lo puedo concretar si esa escuela no existe más?». Lo que siguió fue el recorrido del cineasta con su cámara para entrevistar a ex alumnas y ex alumnos, revisar el Archivo Cossettini en el Irice (Instituto Rosario de Investigación en Ciencias de la Educación) y sumar la voz de Leticia Cossettini, la hermana de Olga.
Terminado ese documental –siempre en palabras de la educadora y ex alumna de la Carrasco–, “comienza el recorrido de premios, reconocimientos y especialmente posibilitar a cientos de maestros tanto nacionales como internacionales a conocer esta experiencia realizada en la Escuela pública Doctor Gabriel Carrasco, de nuestra ciudad, enclavada en una barriada de hogares sencillos, huertas y pescadores, experiencia que fue magistralmente conducida por Olga Cossettini con la constante presencia de su hermana Leticia”. Experiencia que se desarrolló entre 1935 y 1950.
“Vaya mi agradecimiento a Mario en nombre de los tantos que continuamos teniendo esa obra como un inestimable material para reflexionar sobre el papel que puede jugar la escuela pública en el cambio social”, cerraba su nota Amanda Paccotti.
Mario Piazza –en una entrevista realizada en 2017*– contaba con sus palabras esa sensación que le dejaba haber conocido a través de una infinidad de testimonios la Escuela Serena, como también se la conocía a la Carrasco: “Hacer la película es como haber retratado la escuela que hubiera querido tener para mí o para mi hija. Lo que rescato es el respeto por el alumno. La escuela tradicional, como la que me tocó, trata de hacerle seguir una línea prefijada al alumno, amoldarlo. Sacabas más puntos si te adecuabas más a lo que te decían que tenías que hacer. En cambio en la escuela de la señorita Olga la idea era esperar a ver qué sale del alumno”.
La escuela de la Señorita Olga se presentó en septiembre de 1991. Cuando se cumplieron los 30 años de su estreno, la Red Cossettini le hizo un homenaje a su director. Entre los reconocimientos, también hubo una torta decorada con un ceibo que remite al que aún conserva la escuela de Alberdi.
“La historia contada de forma graciosa es que mis padres se casaron de apuro, pero el apuro no era que mi madre estaba embarazada sino que a mi padre le salió una oportunidad de ir a trabajar a un hospital de EEUU. Vivieron dos años en Nueva York, justo para encargarme y parirme allá. Volví con 10 meses. Mi hermana Silvana ya estaba encargada, nació en Rosario, ella es mixta”, se divertía Mario Piazza contando –en esa misma entrevista realizada en 2017– su nacimiento en EEUU.
Resolver problemas matemáticos lo atraían igual que “las páginas de entretenimiento del diario”. Cuando estaba en la primaria (Colegio San Bartolomé) fue campeón en una de las Olimpíadas de Matemática. Cursó el secundario en el Politécnico y de ahí pasó a estudiar ingeniería electrónica en la Universidad Nacional de Rosario (UNR). No terminó la carrera, ya cuando era estudiante en la Facultad de Ingeniería sabía que lo suyo era el cine. O antes, porque desde muy niño tuvo muy de cerca una cámara.
Mario Piazza aseguraba que se formó con la práctica. Lo contaba así: “El súper 8 para mí fue una escuela. Filmaba y filmaba muchas operaciones, algo que tenía que ver con la profesión de mi viejo, que era cirujano. Filmaba muchas operaciones que les servían a los médicos y a mi viejo para mostrarles a los colegas en los congresos. Eso me dio práctica de la cámara. Pero antes que eso creo que fue importante la familiaridad que tenía con la cámara desde chiquito, porque mi viejo tenía una filmadora de 8 mm y alguna vez la usé. Hay una foto que tengo, que guardo como tesoro en mi estudio que con 8 o 10 años, no sé exactamente, estoy empuñando una cámara, mirando por el visor”.
Mario Piazza tenía una mirada democrática del cine, de lo que puede ofrecer, en especial cuando llega a las aulas, y no necesariamente con “fines didácticos”, sino de disfrute, por el arte mismo que representa y lo revelador que puede resultar. “De repente me acuerdo de una frase de Leticia (Cossettini) que está al final de la película: «Resulta siempre peligroso abrir los ojos a alguien para que se encuentre con la verdad». Puede ser que venga por ese lado. Si fuera por mí llevo más cine a la escuela, pero no soy ministro…”.
“Uno retrata una realidad, pero desde un propio punto de vista. Un documental registra el encuentro de una persona, el realizador, con otra persona, una realidad o un hecho. La mirada la he posado sobre gente que intenta una alternativa, que lleva adelante su propio modo de hacer las cosas”. Así definía Mario Piazza cómo pensaba su trabajo de documentalista y realizador audiovisual.
Y se explayaba sobre esa idea con ejemplos de sus realizaciones: “Ya sean las maestras Cossettini con esa forma de enseñar distinta al común de las escuelas de la época. La querida y amada Mónica que sobrellevó su adversidad para ser mamá nada menos y para amar a uno que está aquí presente. Y Cachilo, el poeta de los muros, tan jugado y admirado por muchos actores de la cultura rosarina por su osadía. Que podría ser que deviniera de la locura, pero en todo caso admirado por su actitud extrema de abandonar todo para dedicarse a su arte. Y los Cucaños. Me fascina el hecho de que se trataba de muchachos de 17 años, muy jóvenes, que actuaron por el impulso interior, como reacción también al clima asfixiante en el que se estaba viviendo. Ellos salían a la vida, como yo también lo estaba haciendo, en medio de un clima muy opresivo en que se estaba viviendo y pese a todo hicieron la suya, y atacaron las bases culturales de una sociedad que le había dado pie a la dictadura”.
Uno de los documentales más conmovedores es Papá Gringo, filmado en Bogotá, y por los tiempos que se viven con plena actualidad para pensar las infancias, la pobreza y las violencias que las atraviesan.
Papá Gringo es la historia de Ward Bentley, el médico norteamericano que curaba y brindaba su afecto a los chicos que sobreviven en las calles de la capital de Colombia y que se conocen como gamines. Los niños lo habían bautizado cariñosamente con ese apodo.
Los gamines “no son huérfanos, quieren fugarse de sus casas porque la calle es mejor que su casa”, cuenta Bentley en el documental de Piazza y dice que en esa vulnerabilidad de sus vidas son tres razones claras las que los llevan a robar: “Para sobrevivir; como un deporte, porque no han tenido oportunidades para jugar como otros niños, y para pagarles la extorsión que ejerce la policía”.
En 2004, Mario Piazza fue declarado Cineasta Distinguido de Rosario. Su trabajo, reconocido y premiado, puede verse en el canal de Youtube que lleva su nombre. Entre otros filmes se encuentran: Sueño para un oficinista (1978), Papá Gringo (1983), La escuela de la Señorita Olga (1991); Cachilo, el poeta de los muros (1999), Madre con Ruedas (2006) y Acha Acha Cucaracha (2017).
*Historias del Aula, publicación especial del Suplemento de Educación diario La Capital, del 26 de agosto de 2017
Fuente : redaccionrosario.com
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