Antonio Salinas es odontólogo y “orgullosamente egresado de la universidad pública”, tal como elige presentarse. Cada año, desde el Jardín de Infantes de la Ética lo convocan a compartir un Taller de salud bucal y cepillado dental, del que participan nenas y nenes de 4 años. La iniciativa abre la oportunidad para hablar de prevención sanitaria, del compromiso profesional con la comunidad y del derecho a sonreír plenamente.
Desde hace un par de años, a Toni Salinas –como mejor lo conocen– le llega la invitación del Jardín de la Ética para conversar con las nenas y los nenes sobre el cuidado de la salud bucal. No llega por casualidad, tiene una historia de afecto con esta salita del nivel inicial. “Fui del núcleo fundador de la Ética, que iniciamos en abril de 2011, la escuela secundaria en la zona rural de Nuevo Alberdi”, repasa sobre la primera escuela de gestión social de la provincia, fundada por Ciudad Futura.
El Jardín de la Ética es también de gestión social, funciona en el mismo edificio (Somoza 3075) que por la tarde y noche recibe a estudiantes jóvenes y adultos que asisten a terminar la secundaria.
La idea de este taller en el jardín surgió de un intercambio con las maestras. Toni Salinas dice que lo movilizan a llevarlo adelante los datos alarmantes que indican que “la enfermedad bucodental es una de las más prevalentes a nivel mundial”. Lo asevera un informe conocido como Carga mundial de morbilidad, que publica cada año la Organización Mundial de la Salud (OMS). “En 2019 la enfermedad bucodental se ubicó primera” en los padecimientos de la humanidad.
La OMS –continúa Salinas– también denuncia que estas enfermedades bucodentales “están muy asociadas a los niveles de desigualdad; es decir, a las poblaciones pobres, a los sectores populares, a las poblaciones más postergadas”. Y agrega que las dos principales son “la caries dental y la enfermedad periodontal o gingival, es decir la enfermedad del diente y después la enfermedad de los tejidos subyacentes al diente”.
Lo más “triste y doloroso” –continúa el profesional– es que esta enfermedad predominante a nivel mundial es absolutamente prevenible, algo fácil y barato de hacer. No pasa lo mismo con el tratamiento, que es costoso, y mucho menos con la etapa de rehabilitación y prótesis, “ya casi inaccesible para muchos sectores de la población”. “Partimos de algo que se previene casi gratuitamente a algo que nos resulta absolutamente inaccesible a la mayoría de los trabajadores y los sectores populares; es evidente que estamos haciendo muy mal trabajo en prevención porque no deberíamos llegar a estos niveles de prevalencia de la enfermedad”, opina.
Salinas explica que la buena alimentación es un factor clave en la prevención de estas enfermedades, al tiempo que reconoce lo difícil de hacerla efectiva en un contexto de pobreza. “Lo que comemos influye directamente, en una relación casi del ciento por ciento, en la posibilidad o no de desarrollar una enfermedad bucodental, pero es aquí cuando tenemos que pasar el filtro de la realidad. Es muy complejo plantear modificaciones de la dieta en un país con un 50 por ciento de pobreza y otro 20 de indigencia”, remarca, y recuerda que en estos sectores marginados las harinas y azúcares son alimentos diarios; muchas veces suministrados por la asistencia de los propios Estados.
Además de la dieta alimentaria, otros dos factores que influyen en estas enfermedades son las gaseosas y las golosinas.
Más allá de este panorama, el especialista subraya lo que sí se puede hacer: “Desarrollar el hábito del cepillado y de la higiene bucal, que también ayuda a disminuir ese factor de riesgo”.
El odontólogo Toni Salinas en el taller de cepillado para el jardín de infantes. Foto. Jardín de la Ética
¿Cómo se llega con toda esa información sobre salud bucal y prevención a un taller con niñas y niños de 4 años? Toni Salinas toma la pregunta y recuerda que cuando era muy chiquito a este tipo de charlas llegaba un dentista que les sentenciaba: “No hay que comer golosinas”. “Con la experiencia uno va generando nuevos relatos, porque ir a un jardín de infantes y decirles a chicos de 4 años que no hay que comer golosinas es como casi prohibirles la infancia”, aprecia.
La estrategia pasa por invitar a los más chicos a pensar “cuál es el mejor momento para comer un chupetín o un caramelo y qué tenemos que hacer después de comerlo”. Una manera de llegar al valor del cepillado. Y para eso hay muchos recursos.
En el último taller que compartió en el Jardín de la Ética una nena le contó que no se cepillaba porque en su casa no tenían dentífrico. Una realidad nada distanciada de lo económico y social que afecta a cientos de familias. Le dio pie a explicarles que lo importante era “el cepillado, con o sin dentífrico, para barrer las bacterias” o “monstruitos” como las bautizaron las nenas y nenes.
Para estas clases de salud, Toni Salinas valora el trabajo didáctico y pedagógico de las maestras de la sala, Jésica Saucedo y Gina Costamagna; y el aporte de la comunidad en general, como la “boca gigante” que armó Lorena Ayala, egresada de la ética y coordinadora del Merendero Zona Rural, que sirvió de maqueta para guiar las explicaciones en la charla.
“El jardín de infantes es la etapa más propicia para llevar adelante estas actividades. Es un momento hiper oportuno para el desarrollo de prácticas y técnicas que hagan a la salud bucal”, aprecia Salinas. Habla del desarrollo de la motricidad fina que se da en esta etapa y que favorece a usar el cepillo dental. También del jardín como “el primer espacio de socialización”, luego del núcleo familiar, que ofrece “un momento ideal para generar hábitos y rutinas que tengan que ver con el cuidado de la salud, en este caso de la salud bucal”. Y, además, la etapa del jardín es cuando comienzan a “comprender y desglosar lo que se denominan explicaciones lógicas, las relaciones causales”.
La herramienta clave para estos talleres son las conversaciones que se dan en las rondas con las nenas y los nenes, en las que, afirma Salinas, “surgen cosas alucinantes”. La charla termina con la entrega de un cepillo para cada niño y una práctica colectiva de cepillado, para luego continuarla en la casa.
Cuando Toni Salinas se inscribió para cursar odontología ya militaba en barrios populares de Rosario. “Siempre me preocupó el desigual acceso que hay a la salud bucal”, dice de aquella elección y admite que es una preocupación que se mantiene.
Valora a la universidad pública argentina porque es justamente “un gran igualador social”. Al tiempo que cuestiona que “la contraprestación a la población no esté más practicada, protocolizada”. Al menos, dice, “no aparece como una autoexigencia de los profesionales de la universidad pública poder devolver algo de todo lo que nos dio”.
Apunta que la formación en odontología es de altísima calidad académica, incluso que la facultad es un hospital escuela, lo que muestra cómo la universidad pública puede dar respuestas a problemáticas de la sociedad. “Evidentemente -reconoce- pasa algo también con la disciplina de la odontología que después cuesta mucho conectar. La salud pública tiene odontólogos, pero nunca alcanzan para atender la altísima demanda que hay. Es una disciplina en salud que al 80 por ciento de la población le resulta inaccesible, lejana, traumática o costosa. La universidad pública hace un buen trabajo pero todavía falta más en esta idea de contraprestar lo que la universidad pública nos da”.
Cuando se le referencia que un proyecto de educación para la salud y prevención impulsado por el odontólogo Roberto Nannini (desde 2005) en un centro comunitario de Tablada tenía como lema “Por una sonrisa digna”, Salinas aporta: “Suscribo ciento por ciento. Es absolutamente así. La boca, los dientes particularmente, son, además de una cuestión de salud, una cuestión social. El impacto de la estética en la boca de las personas es muy importante, es la que conforma el rostro. Es la que tiene un lugar protagónico en el rostro y eso habilita las relaciones sociales: el cómo nos miran, cómo nos ven. En ese sentido, el acceso a la salud bucal también genera esos niveles de igualdad, en todo sentido, no solamente en el bienestar físico biológico, sino también en el bienestar social. Trabajé mucho tiempo para el Pami y no hay nada más emocionante que ver a una persona cómo se empodera, cómo se autoafirma, cuando vuelve a poder sonreír, a poder hablar y no cecea por la pérdida de la dentición. En las personas adultas mayores hace que no solamente se les transforme su rostro, sino que también no tengan dificultades para masticar, para tragar; reponer y rehabilitar crea unos niveles de dignificación de la persona que van más allá de la cuestión biológica, es un volver a reafirmarse como sujeto, es volver a poder sonreír. En el caso del jardín, pienso que a este mundo le faltan tantas sonrisas sinceras y no caretas, que ver 25 sonrisas sinceras y desprejuiciadas te refuerzan las ganas de cuidarlas y cuidar la sonrisa es básicamente el trabajo de los odontólogos”.
En el taller de cuidado de la salud. Foto: Jardín de la Ética
Fuente : redaccionrosario.com
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