Por Eduardo Minutella
La ofensiva gubernamental sobre la agencia nacional de noticias es un capítulo más en el libro de la concentración mediática, que reduce el oficio de informar a los criterios y voluntades de los agentes privados. Nada de eso es ajeno al sobredimensionamiento ideológico con subejecución política que parece constituir el paradójico y destructivo élan vital del gobierno de Javier Milei.
En un país que se presume federal, el cierre de Télam es también una forma de atacar ese principio fundante de la organización nacional. Por décadas, la agencia ha cumplido una función pública de gran relevancia y alcance nacional, en la medida en que garantiza la presencia de corresponsales en cada una de las provincias, más allá de su mayor o menor rentabilidad.
Sus producciones informativas, textos o fotografías, han sido a diario insumo para medios de todo el país. Nada de eso puede reducirse a la lógica de lo meramente cuantificable, algo que parecen no querer entender, o directamente despreciar, quienes abogan por una reducción de cada dimensión de la realidad a los imperativos autoimpuestos de lo mensurable.
“La lógica imperante no parece ser la de la reforma o la reestructuración negociada en beneficio de lo que se percibe como una necesidad de modificar prácticas o reorientar recursos al interior de la entidad, sino la de la imposición de la lógica brutal de la motosierra.”
Eduardo Minutella
En el cúmulo de malentendidos y distorsiones esgrimidos por el gobierno para justificar su decisión unilateral, se elige silenciar aspectos sumamente relevantes del quehacer de Télam, entre ellos el hecho de que las principales terminales de la información producida por la agencia de noticia son, contra lo que suele creerse, empresas privadas orientadas a la venta de servicios de información y entretenimiento.
Como sucede con otras instituciones estatales, por caso el CONICET, la lógica imperante no parece ser la de la reforma o la reestructuración negociada en beneficio de lo que se percibe como una necesidad de modificar prácticas o reorientar recursos al interior de la entidad, sino la de la imposición de la lógica brutal de la motosierra, sazonada con la sobreactuación mediática de un “¡Afuera!” que reditúa en el universo informativo fastfood: el vértigo performático de tiktok, el cinismo imperante en X (“saluden a Télam que se va”, publicó el vocero presidencial), o la inmediatez cacofónica de las stories. El periodismo es otra cosa, y obedece a otras reglas y criterios, hoy tan valiosos e indispensables como jaqueados.
@somostelam
Con el cierre de Télam, la construcción de una esfera pública dinámica en la que impere la información de calidad se ve aún más afectada, y en términos informativos (sí, en esto también) nos empobrecemos todos.
Docente e investigador en historia reciente
Fuente : somostelam.com.ar
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