La apertura de sesiones ordinarias del Concejo confirmó, con el Intendente como ocasional protagonista, la tendencia de la dirigencia gobernante a acatar dictados de consultores y asesores que reniegan de la política como acción colectiva en favor del bien común.
El discurso de apertura de sesiones ordinarias de este año del Concejo Municipal, a cargo del intendente Pablo Javkin, fue más pródigo en anuncios y reclamos que en el repaso de hechos y conceptos de la gestión que encabeza; y confirma una pronunciada tendencia de buena parte de la dirigencia con responsabilidades de gobierno a la hora de emitir sus mensajes a la ciudadanía: evitar definiciones o aunque sea menciones más o menos claras respecto de los marcos ideológicos y posicionamientos políticos desde los que se habla y se gobierna. Tal actitud es muy recomendada ya desde hace años por gurúes varios especializados en cómo ganar las pujas electorales de las democracias formales y de raíz liberal como las que imperan en el mundo occidental y en este ex Pago de los arroyos. Pero así como pueden aportar a ganar elecciones, las recomendaciones de los neo “sabios” de “la política” abonan al mismo tiempo una grieta mucho más profunda y pesada que las forzadas y atizadas vía pantallas desbordadas de mentiras, manipulaciones y boludeo, como lo es la que se expande entre gobernantes y gobernades, unos y otros cada vez más condicionados y desempoderados por los grandes grupos económicos.
El repudio y el desinterés de “la gente” para con “la política” se instalaron y se fogonean cotidianamente como un dato certero e inmodificable, pese a estar sustentados en apenas encuestas e investigaciones realizadas por los mismos gurúes que aconsejan esconder ideología y objetivos verdaderos, más allá de cuáles sean.
Porque la demonización y la banalización de la política entendida como pensamiento y acción colectivos en defensa de identidad e interés ídem se acepta y engorda incluso por quienes así la conciben. No solamente “buscas” sin bandera y de distintas artes u oficios y clases sociales acatan y endiosan los dictados de consultores, politólogos y comunigarcadores. También muchos de quienes honesta y sinceramente se volcaron a la aquí reivindicada noción de política asumen como fatalmente inevitables los pretendidos nuevos cánones de desarrollo y proyección en esa lid. Javkin es uno de estos últimos, según puede apreciarse en su trayectoria y se escucha de boca de militantes y referentes cercanos y no tanto. Y para nada se pretende siquiera sugerir aquí que haya perdido aquella honestidad inicial. Lo que sí se interpela, a modo de ejemplo cercano y reciente, es el grado de sinceridad y coherencia de sus mensajes como el pronunciado el miércoles pasado en el Palacio Vasallo.
¿De verdad Javkin opina que en estos días la palabra “futuro” ya no es lo que era si no que “nos suena más utópica que nunca”? ¿Y que eso “es lógico” ya que “no es sencillo pensar a largo plazo en las realidades que nos tocan vivir, en un mundo que parece no aprender ninguna lección” porque “todavía estamos enfrentando una pandemia y ya empezaron a sonar los tambores de guerra y violencia, de ampliación territorial y desamparo”?. ¿Y de verdad Javkin cree que lo que pasa en Ucrania es tan terrible, determinante y a la vez sencillo como “una guerra que nuevamente decide el mesianismo de un líder poderoso y sufre toda la humanidad”?.
Afortunadamente, a renglón seguido nomás del apocalíptico diagnóstico de la realidad mundial y la atribución del conflicto bélico más difundido pero para nada único ni más letal de estos días a un diabólico y mero capricho personal, llegó el bálsamo del optimismo y el llamado a desutopizar un poco lo de pretender un porvenir más mejor que peor: “¿Podemos renunciar a la esperanza? No, no podemos, porque tenemos hijos, nietos, personas amadas a quienes dejarles un destino mejor”, compensó el titular del Ejecutivo municipal.
Los rasgos de superficialidad y esquizofrenia discursiva de este párrafo dedicado al plano internacional seguramente obedecen a una de las máximas de los asesores de moda: adaptar lo que se dice a los avatares de una “opinión pública” cada vez más ajustada a las privadísimas ambiciones de los centros de poder real y sus aparatos comunicacionales.
Lo de la superficialidad y la escasez de sinceridad se puede visualizar también en el abordaje de la problemática de la violencia delictiva que no deja de conmover a la ciudad. ¿De verdad el intendente cree que tuneando un poco las villas, contando con más jueces y fiscales y teniendo la potestad de elegir jefes policiales y darles órdenes a ellos y sus subordinados va a poder revertir un cuadro tan complicado, extendido y alimentado por una desigualdad social estructural y en constante crecimiento?
¿Cómo se condice la descripción de una ciudad con “vecinos que sienten miedo de entrar un auto a sus casas, de salir a caminar por el barrio, de tener el comercio abierto cuando cae la nochecita”, con lo del “orgullo” de ser “nobles” porque “cumplimos nuestra palabra, vamos al frente, somos sensibles y creativos”; y además “la cuna de la celeste y blanca, la de Lio, Angelito, Lucha Aymar y Ceci Carranza, la de Julio Vanzo y el negro Fontanarrosa, la de Catalina Echevarría y las hermanas Cossetini”?.
Vale reiterar que estos interrogantes se aferran al reciente mensaje del intendente rosarino solo como muestra reciente y a mano, pero pretenden ir mucho más allá. Desvaríos discursivos similares y peores se pueden encontrar en la mayor parte de la dirigencia que ocupa despachos y bancas oficiales de los tres niveles de gobierno, azuzados por los brujos del siglo XXI y sus novedosos venenos. Encontrar los antídotos para neutralizarlos no es fácil, pero urge.
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