El líder del PT y expresidente brasileño, Lula da Silva, y el actual mandatario, Jair BolsonaroMarcelo Chello / Bruna Prado / AP
En estos comicios se presentan dos proyectos que se sostienen desde el apoyo de los sectores populares, uno que se posa sobre los postulados progresistas y otro sobre los conservadores.
Los dos candidatos que se enfrentarán en las presidenciales del próximo domingo en Brasil son unos verdaderos colosos. Nunca, en la reciente historia democrática brasileña, cuyo siglo XX transcurrió en medio de dictaduras y gobiernos militares, se enfrentaron tal catadura de personajes, tan representativos de dos grandes grupos ideológicos, como en la justa electoral de este 2 de octubre: una verdadera colisión de liderazgos.
Si en México dicen que el 2 de octubre no se olvida, en referencia a la conmemoración de la masacre de Tlatelolco de 1968, en Brasil, por razón diferente, ese día del 2022 quedará marcado en la historia del país por alguna de estas dos únicas razones:
En esta elección no se presenta un proyecto popular contra otra de las élites, sino dos proyectos que se sostienen desde el apoyo de los sectores populares, uno que se posa sobre los postulados progresistas y otro sobre los conservadores. Uno que viene del populismo, pero que se ha venido institucionalizando, y otro que se ha quedado en el populismo radical y desde allí ha gobernado.
Para cualquiera de los dos proyectos puede haber vida después del 2 de octubre, ya que, de hacer falta, habrá segunda vuelta el 30 del mismo mes si ninguno de los aspirantes consigue más del 50 % de los votos válidos (sin contar los blancos o los nulos).
Pero el dos de octubre se verá, más allá de las encuestas, la verdadera tendencia que se proyecta en los corazones del pueblo brasileño, y eso es lo que cuenta.
Y aunque la mayoría de las encuestadoras auguran a Lula como claro ganador (la última de Datafolha ubica en 14 puntos la diferencia a su favor), el choque estratégico es lo suficientemente complejo como para que los analistas no nos sorprendamos de ningún resultado.
La alianza de Lula con el centrao y sectores de la derecha no es nueva, lo nuevo es que su oponente, Bolsonaro, dejó este camino libre y prefirió ubicarse fuera de la esfera tradicional para ganarse a los que no se sienten representados en ella.
¿Por qué lo decimos? Porque la radicalidad de Bolsonaro puede ser vista como un hándicap, pero también como su gran oportunidad para seguir adueñado de los bastos sectores populares que, más allá de medios y encuestas, terminarán decidiendo.
En un juego más bien tradicional, Lula se ha concentrado en aglutinar en una campaña atrápalo todo a una diversidad política e ideológica vista desde el esquema político clásico en el que hay izquierdas, centros y derechas.
Lula representa en esta elección ya no solo a las mayorías populares y excluidas, sino también al centrao y a sectores de derecha e incluso a poderosos sectores mediáticos y empresariales que antes se le oponían. Ciertamente esta alianza no es nueva, lo nuevo es que su oponente dejó este camino libre y prefirió ubicarse fuera de la esfera tradicional para ganarse a los que no se sienten representados en ella.
Vistas así las cosas, se supone que Lula debería tener más fuerza que en sus triunfos anteriores y, si antes arrasaba, esta vez debería hacerlo con mayor facilidad, sobre todo si contemplamos que se le han unido sectores que le adversaba, como por ejemplo su fórmula vicepresidencial, el centroderechista Geraldo Alckmim, quien fue su contrincante y vocero del establishment en las presidenciales de 2006.
Carteles electorales de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasilia, 20 de septiembre de 2022Eraldo Peres / AP
El centrao siempre tiene una fuerza política impresionante y al parecer es un terreno que ya no estaría en disputa porque Lula ha sabido ganárselo (o porque Bolsonaro con su radicalismo no le da preponderancia).
Pero, al final, Bolsonaro ha cumplido con lo que ofreció durante su victoriosa campaña de 2018, en el sentido que se ha mantenido como un fenómeno derechista al que no le importa un ápice corrección alguna, lo que demostró con creces durante la pandemia, que dejó más de 600.000 brasileños muertos en medio de su cruel indiferencia, por no decir burla, con la situación que sufría su pueblo.
Y es que nadie políticamente correcto querría un presidente así, y es por ello que el espectro político corrió a guarecerse en Lula, para entonces preso, que era el único que podía derrotarlo.
Pero es que en Brasil no todos los actores son correctos y mucho menos en el campo popular. Si no es así, ¿cómo Bolsonaro, ese milico trasnochado que se ufanaba de la represión militar y la persecución a izquierdistas, homosexuales y mujeres, pudo ganar (55 %) en 2018 sacándole diez millones de votos a su oponente, el izquierdista Fernando Haddad del lulista Partido de los Trabajadores?
Lo que se tendrá que evaluar tras los comicios es si ese desplazamiento de Lula hacia la institucionalidad liberal y su pacto cada vez más evidente con el poder político, no le va a disminuir su influencia en las mayorías populares.
La clave aquí podría estar no tanto en el posicionamiento de la esfera política tradicional, por todos conocida, sino por el comportamiento popular. Porque lo que se tendrá que evaluar después del domingo es si ese desplazamiento de Lula hacia la institucionalidad liberal y su pacto cada vez más evidente con el poder político, no le va a disminuir su influencia en las mayorías populares.
Y a eso es a lo que juega Bolsonaro. La izquierda estima que cuando se alía con la derecha arrincona a Bolsonaro. Pero como buen populista, el presidente usa esa alianza para demostrar que el espectro político, los malos y los corruptos de siempre, se han unido en su contra y que él termina entonces representando el antistatus quo y la anticorrupción, lo contrario al transe y la negociación. Allí basa su estrategia, que no es del todo descabellada en medio de un descrédito general de la política y un debilitamiento moral que desde hace unos cuantos años sufren los partidos, ya famosos por sus componendas.
Bolsonaro se siente cómodo si lo llevan fuera del esquema político clásico. Y por eso no desmiente aquella alianza atrápalo todo, sino que la denuncia así: "Lula no presenta plan porque ya negoció con ministerios, empresas estatales y bancos a cambio de apoyo. Este modelo promiscuo da como resultado un gobierno que trabaja para intereses externos en lugar de los de la nación. ¡No puedes comprometerte con la gente si ya estás comprometido con la trampa!".
La pregunta que está en el aire y deberá despejarse es la consecuencia electoral que tendrá el efecto Bolsonaro que terminó cambiando la naturaleza del significante Lula no porque aquel haya derechizado a Brasil, sino porque se ha colado entre las mayorías populares.
La lucha ahora no es por aglutinar el espectro político, sino por ganarse los corazones y afectos de los sectores populares. Veremos si lo logra el viejo líder de luchas obreras o si han sido conquistados por el militar que reanima las convicciones conservadoras, religiosas e incorrectas.
Nos explicamos. Al comienzo de su vida política, los poderes se enfilaban contra Lula. Y a su vez este apuntaba en contra del status quo. Pero Bolsonaro está intentando, y habría que ver si lo logra, asociar a Lula con el propio status quo para dejar sin efecto la "capacidad de interpelación popular" de Lula. Más que la sentida frase "Lula la" con la que se metió en el corazón a la mayoría de brasileños, ahora el discurso se concentra en "fora Bolsonaro" y esto es un cambio de significante que el pueblo juzgará a su propia manera, en el sentido que el centro de la preocupación no es el ascenso de Lula, sino el descenso de Bolsonaro.
Con esto, el foco de Lula se ha desplazado. Si como líder obrero surgió desde un discurso contra los poderes ahora trata de retomar el gobierno con un discurso contra el líder populista: "Usted es un negacionista, no creyó en la ciencia ni en la medicina ni en los gobernadores, solo creyó en su mentira, si hay alguien poseído por el demonio, ese es Bolsonaro", dijo el líder del PT en relación a la actuación del presidente durante la pandemia y utilizando el repertorio discursivo del derechista.
Así, cuando decimos que lo que se juega es "lo popular" queremos decir que la lucha ahora no es por aglutinar el espectro político, sino por ganarse los corazones y afectos de los sectores populares.
Veremos si lo logra el viejo líder de luchas obreras que enfrentó el hambre y la dictadura o si esos corazones han sido conquistados por el militar que reanima las convicciones conservadoras, religiosas e incorrectas de estos sectores. Realmente no es una decisión fácil y el marcador puede estar más cerrado de lo que podría imaginarse.
La pandemia y las formas reaccionarias de Bolsonaro también pueden estar provocando a estos sectores populares, que pueden salir en masa a votar en su contra como en 2020 hizo el pueblo estadounidense contra el entonces presidente Donald Trump. Solo que entonces, si es así, podría haber ganado más el antibolsonarismo y no precisamente el prolulismo que ganó en 2003 y 2007, lo que es un cambio político muy importante de cara al futuro.
A pocos días de la elección, las cartas (y las estrategias) están echadas y solo queda esperar por el comportamiento popular.
Ociel Alí López es sociólogo, analista político y profesor de la Universidad Central de Venezuela. Ha sido ganador del premio municipal de Literatura 2015 con su libro Dale más gasolina y del premio Clacso/Asdi para jóvenes investigadores en 2004. Colaborador en diversos medios de Europa, Estados Unidos y América Latina.
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