En la columna semanal Informe de un día una reseña del libro de la escritora canadiense, que revela a través de los vínculos establecidos en un viaje la singularidad del tapiz humano y la propia reconstrucción.
Por Inés Busquets
Cada vez que me siento devastada por la realidad pienso en la Revista Literal “La literatura es posible porque la realidad es imposible”.
Gracias a eso una parte mía también está en Atenas, un paisaje paradisiaco donde Rachel Cusk desarrolla un despliegue de escenas que transcurren en consonancia con el ambiente.
A Contraluz es parte de una trilogía junto a los libros: Tránsito y Prestigio, está editado por Libros del Asteroide y traducido por Marta Alcaraz.
Una escritora viaja de Londres a Atenas para dictar talleres de escritura y ese viaje laboral la transforma en escucha y analista de múltiples vidas ajenas.
Producto de una atención constante y precisa logra objetivar las experiencias de cada persona que se cruza, desde el compañero de vuelo cuando va, la dueña del departamento que alquila, los/as alumnos/as y colegas.
A Contraluz obra con detalle las emociones, las crisis, las relaciones humanas y logra el seguimiento de las historias y sus protagonistas.
Rachel Cusk con maestría y detenimiento genera un manifiesto, una espacie de guía ante las vicisitudes que se presentan a través de las voces que encuentra.
La separación, el matrimonio, la soledad, los hijos, la profesión se desmenuzan y se analizan desde diversos puntos de vista. Convierte la charla íntima en un trabajo de campo. El personaje que narra muestra una predisposición única, una disponibilidad y una escucha cuidadosa. Esta atracción se ve atravesada por una función necesaria: la de refugio, la del consejo y la contención.
No es casualidad que la acción acontezca en Atenas, entonces isla, mito y sofismo confluyen en una actualidad donde la tecnología reemplaza a las personas y la vida se conecta de manera virtual. En A Contraluz todos los encuentros son presenciales y emergen como una oportunidad, una puerta abierta para la discusión, para la permanencia en el ágora; allí discurren conceptos sobre el amor, los vínculos, la vida, los miedos y la muerte como en las obras filosóficas de diálogo, propias del lugar.
Con respecto al matrimonio señala: “El matrimonio es, entre otras cosas, un sistema de creencias, un relato, y aunque se manifiesta en cosas muy reales, sigue un impulso que, en última instancia, es un misterio.”
“En un naufragio se pierden muchísimas cosas. Lo que quedan son fragmentos, y si no te agarras bien a ellos, el mar te lleva a ti también (…) el amor lo cura casi todo, y cuando no puede curar, borra el dolor.”
Otro de los tópicos que aparece muy recurrentemente es la escritura, como potencia, pasión e incertidumbre:” Por muy ocupado que estés, por muchos hijos y compromisos que tengas, si hay pasión, sacas tiempo. Hará un par de años me dieron un periodo sabático de seis meses, seis meses enteros solo para escribir, ¿y sabes qué?, que engordé casi cinco kilos y me pasé la mayor parte del tiempo sacando al niño al parque en el cochecito. No conseguí ni una sola página. Ahí tienes tu escritura: cuando haces sitio para una pasión, la pasión no aparece.”
En A Contraluz paradójicamente los relatos son insulares, porque fortalece la idea de que cada ser humano es un mundo. De esta manera Rachel Cusk en la voz de la narradora resalta la importancia de lo que sucede en esos universos. Sin duda ella es el hilo conductor, pero sin nada premeditado su presencia define al que tiene enfrente. Todo se da naturalmente, pero nada resulta azaroso. Los personajes parecieran seguir el apotegma del lugar justo en el momento oportuno, porque invade un clima de condescendencia y de coherencia acertada.
La empatía también cobra prominencia en el relato. Se destaca en los diálogos, en los gestos, en la compañía de quienes pasan por la vida de la protagonista. Esas realidades vuelven a la narradora como en un espejo para resonar en su propia historia y reencontrarse a sí misma.
A Contraluz revela las profundidades de la vida humana, las dificultades en la mediana edad y las decisiones, pero también es un gran relato sobre el lenguaje y la comunicación. Sobre la necesidad de la palabra, el silencio y las formas de encontrarse. Una constelación, una red que se teje nada más ni nada menos que en Atenas, en el origen de la civilización occidental.
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