Este miércoles declararon en el séptimo juicio contra genocidas del Alto Valle de Río Negro y Neuquén la ex detenida de la carrera de Trabajo Social, Nora Rivera, y Silvia Tronelli, hermana de la desaparecida Mirta Tronelli. Si bien las tres eran estudiantes, ninguna pudo terminar las carreras que cursaban porque la represión del Estado se interpuso: a Nora la secuestraron y la marcaron de por vida en ese ámbito, a Mirta se la llevaron y nunca la devolvieron y Silvia tuvo que abocarse a trabajar para pagar los costos de los viajes de su padre buscando a su hermana. Mientras Rivera pensaba que estaba detenida en Tucumán, a Tronelli le hacían creer que la liberarían en 1978: “vivir la experiencia de estar en un lugar que no sabíamos genera en el cuerpo una sensación de irrealidad muy difícil de manejar, de que una está más viva que muerta, aunque no sepa si va a salir de ahí”. Por El Zumbido / RNMA.
A Mirta Tronelli se la llevaron dos días después que a su amiga y compañera Ceclia Vecchi, a quien estaba buscando desde el 9 de junio. Vivía en Barda del Medio, estudiaba Trabajo Social en la Universidad Nacional del Comahue y trabajaba en la Dirección de Turismo Social de Neuquén, de donde la secuestraron, y como docente en una escuela de Sargento Vidal.
Desde el secuestro de Vecchi, Mirta acompañó con su padre Orlando a lxs xadres de Cecilia en su búsqueda, pero enseguida la secuestraron también. El 10 de junio habían estado en la sede de la Policía Federal y en el Comando intentado que les dieran información y el mismo 11, mientras volvían a Neuquén para seguir, dos vehículos blancos con personas de civil empezaron el recorrido para secuestrarla. Primero pasaron por la escuela de Sargento Vidal (Río Negro) y hablaron con el director. Luego fueron a su casa en Barda del Medio, le dijeron a su madre que buscaban a su hija de parte de “montoto flores” y revolvieron su habitación, revisando especialmente libros y papeles. Finalmente, dieron con ella en la Dirección de Turismo Social, de donde se la llevaron y no la devolvieron jamás.
Silvia Tronelli con la foto de su hermana desaparecida
El 7 de abril declaró Silvia, su hermana cinco años menor. Su familia vivía en Barda del Medio, Río Negro, y tenían locales comerciales en los que trabajaban. “Yo estaba estudiando en Córdoba y me llama mi papá a la pensión donde vivía, diciéndome que tenía que viajar porque me necesitaban, sin decirme por qué”, contó: “llegué a la madrugada y mi papá me esperaba con un amigo, me contó lo de Mirta cuando llegamos a Barda del Medio, yo me quedé helada”.
De un momento a otro, sus planes se modificaron en lo absoluto. Se instaló de nuevo en la región y no pudo volver siquiera por sus pertenencias a Córdoba. “Me quedé a ayudar en los negocios, porque mi papá empezó a viajar por todos lados, la buscó por años, cada vez que tenía algún dato viajaba y había que trabajar”, relató.
Con ellxs vivía una prima, que estaba el día en que el operativo que buscaba a Mirta llegó a su casa: “me contó que la apuntaron con un fal”. A partir de ese momento, sus vidas cambiaron para siempre: “papá estaba muy depresivo, muy triste, cada viaje que hacía y volvía sin noticias era muy triste, él creía que tenía que estar por acá; la vida de toda la familia después del secuestro fue muy triste, era la hermana mayor y la queríamos mucho, fue muy angustiante; los 4 de agosto en su cumpleaños no sabíamos que hacer, estaba su dormitorio, su ropa, pero no sabíamos dónde estaba ella”. Contó que trataba de estar ocupada para no pensar tanto: “se trabajaba para mantener ocupada la mente y desear que algún día vuelva”.
En diciembre, los represores volvieron a irrumpir en la casa de la familia Tronelli: “era una tardecita de verano, yo estaba pintando afuera y entré a lavarme las manos”, explicó, “cuando salí me encontré con una persona uniformada apuntándome, me palparon, me manosearon y me mantuvieron apuntándome en la espalda hasta que mi papá les pidió que no me apuntaran más”. Dijo que eran dos camiones repletos de soldados y que en ese episodio “allanaron toda mi casa, todo el patio, hasta la vereda” y que la excusa que presentaron fue “una denuncia anónima”.
Orlando Tronelli no cesaba la búsqueda y los viajes eran costosos, “había que pagar viajes, hoteles, comida”, pero “siempre había una expectativa de que el viaje de papá podía traer alguna novedad o traerla a ella”. Él decía que “si sabía que andaba metida en algo la habría ayudado a salir por Chile”.
“Un día, después de muchos años, papá recibió una llamada diciendo que no la buscaran más, que Mirta estaba muerta y que la habían tirado al mar”, recordó Silvia Tronelli. La familia supo mucho después, a partir de testimonios, que había estado en la Escuelita de Neuquén y en la de Bahía Blanca.
“Es muy importante para mí poder declarar, pero me hubiera gustado que fuera antes, cuando estaban mis padres, porque ellos merecían participar”, reflexionó la testiga.
Por último, Silvia recordó a su hermana: “Mirta era una persona muy íntegra, muy bella, muy inteligente, muy bondadosa, muy colaboradora, ella siempre ayudaba a gente que necesitaba y la secuestraron por eso, por ayudar a la gente que menos tenía”.
Nora Rivera vivía en Cinco Saltos con sus dos sobrinos. Trabajaba en la municipalidad de esa localidad, en el área de acción social, y estudiaba la carrera de Trabajo Social, al igual que Gladis Sepúlveda, Élida Sifuentes y las desaparecidas Mirta Tronelli, Cecilia Vecchi y Arlene Seguel, carrera en la que era docente la también desaparecida Susana Mujica. También participaba de un programa de alfabetización para adultxs.
“En el 76 ya todo había cambiado”, comenzó a relatar la mujer: “en 1975 había venido (el interventor de la Triple A) Remus Tetu y había despedido profesores y no docentes y cambiado planes de estudio; el cursado ese año era un poco irregular porque no teníamos profesores, entonces no venía mucho a la universidad”.
“En junio de 1976 empiezan las detenciones de estudiantes en la universidad, primero se llevaron a Cecilia”, contó: “después de que se llevaron a estudiantes y a Susana Mujica muchos no iban a cursar por miedo a que los detuvieran”.
“El 12 de junio, la policía provincial (de Río Negro) me detiene a mí en la casa de una amiga”, detalló Rivera: “me dicen que tengo que hacer un informe sobre un detenido y me llevan a la comisaría (de Cinco Saltos); ahí el comisario (genocida Desiderio) Penchulef me empieza a preguntar por Cecilia Vecchi, le digo que ya sabía que estaba detenida y me dice que quedo detenida a orden del ejército”. Su amiga era Silvia Peralta, que estaba internada en ese entonces, por eso ella iba a su casa a ayudarla con el hijo; ahí también estaba su padre, quien preguntó al policía que se la llevó si volvía enseguida y le respondió que sí.
Rivera remarcó que la ingresaron de manera legal a la Unidad de Detención N°9 y que fue el genocida impune Aniceto Huenchul (que estuvo brevemente imputado por el secuestro de Marta de Cea, investigado en el primer tramo de los juicios por delitos de lesa humanidad, pero desestimado e invitado a participar como testigo por la fiscalía) quien la puso en una celda incomunicada: “ahí estuve hasta el martes a la noche (desde el sábado previo) y cuando se abren las celdas veo que estaban Élida Sifuentes, Gladis Sepúlveda y Jorge Asenjo”, este último aún desaparecido.
El 15 de junio lxs hicieron firmar la libertad y les devolvieron los documentos, pero cuando salían “el ejército nos quitó los documentos de nuevo, nos mete en un celular, nos lleva hasta el aeropuerto, nos venda y nos carga en el avión vendados”. En los vuelos de la muerte les hacen creer que lxs llevan a Tucumán: “me sacan una cadenita que tenía, diciendo que era para que no me reconozcan en el monte, entonces yo pensé que nos iban a matar”.
Ya en Bahía Blanca “nos llevan a un galpón, nos atan con la mano del que teníamos al lado”, recuerda y recuerda también cómo sentía el frío y que no era solo el clima: “nos dijeron que si alguno se tocaba la venda le tenían que volar la tapa de los sesos”.
“Después nos separaron, a mí me dejaron atada a un palo” y desde ese lugar “sentí que se llevaban a Jorge Asenjo”. En otra ocasión también “escuché hablar a Susana Mujica y a Mirta Tronelli, a ella le dijeron que la iban a largar en el ´78”.
“Cuando a mí me llaman a declarar me llevan a un lugar que tenía estufa y piso de madera”, relató. Por un breve momento le sacaron la venda de los ojos, aunque la encandilaron así que igualmente era imposible ver: “solamente vi que estaba sentada en un catre de metal y me dijeron que si no decía la verdad me iban a poner la picana donde yo sabía, en los genitales”. Luego volvieron a taparle los ojos y la comenzaron a interrogar. “Me preguntaron si en la carrera leíamos bibliografía marxista, qué pensaba en el gobierno, si creía en dios”, especificó y aseguró que alguien escribía mientras respondía: “me hicieron firmar esa declaración vendada y con un arma en la costilla, así que no sé lo que firmé”.
Tras declarar, los genocidas del Centro Clandestino de Detención de Bahía Blanca se encargaron de que el terror se incrustara en ella por muchos años más: “me dijeron que si se enteraban de que había mentido iban a venir a Cinco Saltos, me iban a tirar con una piedra atada al cogote al medio del Lago Pellegrini e iban a matar a mis sobrinas y a toda mi familia”. Eso le dio la certeza “o de que eran de la zona o que me habían seguido mucho para saber que tenía sobrinas, dónde trabajaba, que estudiaba, el nombre del lago”.
Después “me dijeron que me iban a largar, que no sabían cuándo, pero que me iban a largar”.
“Nos trasladaron a un lugar más cálido, donde yo estaba atada a una cucheta y una vez nos dieron de comer pescado y una papa”, aunque en ese lugar también “nos pasaban el revólver por la cara para que no nos animáramos a bajarnos la venda”.
Nora Rivera
Nora Rivera recuerda el olor de la frazada con la que se cubría. “En los centros clandestinos se pierde la noción del tiempo; el control de los cuerpos es una forma de agotamiento psicológico, porque sabíamos que podían disponer de los cuerpos sin ningún control, nos tenían vendados, atados, nos trasladaban y nos podían matar”, reflexionó.
“Cuando me sacan de ese lugar a otro me dan la cartera, la reviso y por tacto me doy cuenta que faltaba plata y una lapicera”, recordó, “nos suben a un camión, empiezan a andar, el camión para dos veces para bajar personas, casi todas de a dos, la tercera vez que frena me bajan a mí y me cargan en el asiento de atrás de un auto con dos militares”.
“Pregunté si era de día o de noche y me dijeron que era de noche, así que pedí si me podían dejar con alguien, porque pensaba, como me habían dicho que me iban a dejar cerca de donde vivía y creía que estaba en Tucumán, que me bajarían por Córdoba”, pero no: “el auto para, me bajan, me siento en el suelo y creí que en ese momento me iban a matar, que bajaban el vidrio y me iban a tirar”.
“Cuando arranca el auto me gritan que me saque la venda, pero me quedé sentada un rato y después me la saqué y vi que estaba en el medio del campo”, inmediatamente vio que venía un auto y volvió a pensar que desde ahí le dispararían, así que se escondió: “me sentí muy aliviada cuando me di cuenta que estaba en Bahía Blanca”.
Nora Rivera, con sus días de cautiverio a cuestas y las amenazas todavía latiendo en la cabeza y en el cuerpo, caminó hasta un local, “tipo boliche de campo”, y averiguó por una estación de servicio, pero le dijeron que la más cercana estaba a 9 kilómetros. Se sentó a tomar un café. “Para un auto, entra una persona y pregunta si yo soy la que quiere viajar a Viedma”, recordó. Ella no quiso contarle nada, pero el hombre “agarra la cartera y saca la venda diciéndome ¿y esto qué es?, me dice que es policía y que tengo que acompañarlo”. Pasaron por una visita médica en la que la revisaron y le dijeron “que estaba bien” y siguieron hasta la comisaría.
En la comisaría había “un hombre de pelo blanco que se sacó la campera, me la puso y me hizo sentar; ese hombre era Eduardo Paris”. Lxs trasladan a la comisaría de Médanos, donde se encuentran con Darío Altomaro. Ahí permitieron que Paris llamara a su hermano, que viajó a buscarlo junto a su compañera y un abogado. Hicieron un paso por Bahía Blanca donde intentarían dar con una persona a la que no encontraron y decidieron seguir hacia el valle, con Nora y Darío sin documentos de identidad, con todo lo que implicaba: “Eduardo y su hermano Tito tomaron el riesgo de traernos así, una actitud muy arriesgada, pero sobre todo muy solidaria y muy humana”.
Una vez de vuelta en Cinco Saltos, Nora Rivera quiso volver a su trabajo en la Municipalidad, donde le dijeron que tenía que presentar un certificado por los días de inasistencias, por lo que tuvo que ir al Comando en Neuquén a pedirlo. Fue atendida por el genocida Luis Alberto Farías Barrera, quien le firmó dos certificados: uno diciendo que había estado detenida por averiguación de antecedentes y otro permitiéndole recuperar sus documentos en la U9. Pero la persecución laboral la hizo volver, ya que le dijeron que necesitaban “más detalles” de su detención. Así, fue por un nuevo certificado. Todos esos documentos fueron incorporados en la causa tras la audiencia del 7: “el ejército podía dar esos certificados porque no tenía que explicar por qué estuve detenida legalmente en la U9 y aparecí abandonada cerca de Bahía Blanca”.
En 1980 tuvo que renunciar a su trabajo porque el certificado perdió vigencia.
“Vivir la experiencia de estar en un lugar donde no sabíamos, ni nuestras familias sabían, solamente los que decidían en ese lugar sabían, genera en el cuerpo una sensación de que es una irrealidad muy difícil de manejar, de que uno está más vivo que muerto, aunque no sepa si va a salir de ese lugar”, aseguró Nora Rivera: “además en ese momento no sabíamos que existían los centros clandestinos de detención”.
“Esa modalidad de terrorismo te debilita muchísimo, la sensación de no saber dónde se está, de estar suspendido en el espacio; eso queda impregnado en el cuerpo, a veces más, a veces menos, pero vuelve”.
“Es un sentimiento devastador porque el mundo que uno vivía fue modificado; vivir en un país donde todo empieza a estar prohibido, el país era un gran cuartel, vivimos mucho tiempo en una gran oscuridad y no se podía ni conversar de estas cosas”, sostuvo: “esta dictadura contó con el apoyo de muchos sectores y nosotros éramos como los leprosos, cuando nos veían venir se cruzaban de vereda; estábamos solos”.
En relación a sus compñaerxs y amigxs desaparecidxs, Nora Rivera dijo que “dejar de ver a tus amigos y no volver a verlos nunca más y no saber qué pasó con ellos es un desgarro que siempre va a estar presente”.
La ex detenida relató también que “durante muchos años no se habló de estos temas en la carrera de Trabajo Social, recién pudimos hablar después de que fuimos a una audiencia en Mendoza contra (el ya fallecido genocida que se hacía llamar “el tío” en los interrogatorios en el centro clandestino de detención de Bahía Blanca) Santiago Cruciani, a quien por años imaginé como un hombre alto que había sido dueño de la vida de tantos y cuando me acerqué a verlo vi como un viejo decrépito”. Dijo que “desde ese momento, con Gladis (Sepúlveda) y Élida (Sifuentes) pudimos empezar a hablar de las compañeras desaparecidas”, en el año 2000.
Élida Sifuentes y Dora Seguel abrazan a Nora Rivera a la salida de la audiencia. Declararán el 14 y el 28 de este mes, respectivamente.
“Yo fui la primera de mi familia en terminar la secundaria, así que llegar a la universidad había sido algo glorioso, pero no la pude terminar”, lamentó: “hice muchos intentos, pero no pude, son los efectos colaterales de la dictadura, lo intenté incluso cuando volvió la democracia, con ayuda, pero no pude hacerlo”.
“El miedo después se trasladó afuera de la escuelita, porque después era el miedo por los cuerpos de mi familia”, aseguró en relación a las amenazas que recibió cuando fue interrogada en Bahía Blanca. “Al principio estuve años encerrada con miedo, después pedí ayuda a profesionales y después, gracias a la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, pude pararme en otro lugar y pedir justicia”, resaltó y subrayó la importancia simbólica de que el juicio se realice en el predio de la UNCO, donde estudiaban sus compañeras desaparecidas.
“Que las palabras NUNCA MÁS sigan resonando hacia adelante y que las generaciones futuras puedan tener un mundo mejor”, finalizó.
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