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Akelarre: no hay nada más peligroso que una mujer que baila


13-03-2021 14:14:42
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La nueva película de Pablo Agüero, rodada íntegramente en el País Vasco y ganadora de cinco Premios Goya, retoma parte del proceso inquisidor del siglo XVII. Un gran trabajo de dirección complementado con un elenco a la altura para dar un mensaje en clave feminista. 


Por Diego Moneta

Como parte del proceso de relectura y resignificación que llevan y llevaron a cabo los feminismos, destaca en particular el proceso inquisidor, también conocido como “caza de brujas”, que solía estar bastante invisibilizado. Este tuvo su ápice entre finales del siglo XVI y comienzos del XVII, contemporáneo al surgimiento del capitalismo mercantil. Es un componente determinante para entender la cultura patriarcal y el orden social.  

En ese lugar se inscribe Akelarre, la producción hispano-franco-argentina a cargo de Pablo Agüero. Contó con la participación de varias compañías y asociaciones, además de la colaboración del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) y del gobierno vasco y español. El film, rodado íntegramente en el País Vasco, tuvo su premiere en San Sebastián, fue seleccionada en Cannes y se llevó cinco Premios Goya. El jueves 11 se estrenó en la plataforma de Netflix, además de la salida clásica de CineAr: Jueves y sábados en CineAr TV y una semana disponible en la plataforma CineAr Play.

Akelarre retoma libremente el libro Tratado de brujería vasca: Descripción de la inconstancia de los malos Ángeles o Demonios del juez Pierre de Lancre. Allí relata sus vivencias durante su recorrido, a inicios del siglo XVII, por la región del País Vasco francés, en donde condenó a mujeres a la hoguera por supuestos actos de brujería. El inquisidor crea en sus páginas toda una mitología alrededor de las brujas y el “akelarre”. El término deriva del euskera y significa “prado del macho cabrío”, ya que se pensaba que el diablo se presentaba en medio de las brujas bajo la forma de ese animal y en ese lugar. Luego se asimiló al castellano y pasó a referir a cualquier reunión llevada a cabo por brujas, sin importar el sitio. También se lo asocia al “sabbat”, derivado del hebreo, que hace referencia a cesar de trabajar.    

Agüero, junto a su co-guionista Katell Guillou, nos sitúa en un pueblo de marineros en una región de la costa vasca en 1609, donde es enviado por la corona española el juez Rostegui (Alex Brendemuhl), mientras los hombres están de viaje en barco. Allí, el juez arresta a un grupo de chicas que han celebrado una fiesta en el bosque y las acusa de brujería, para dar paso a un proceso kafkiano, injusto, marcado por el abuso de poder y el miedo frente a las mujeres, con el objetivo de descubrir más acerca del akelarre. La unión de las seis acusadas será la clave y por eso el énfasis está puesto en esa evolución. El grupo lo componen Ana (Amaia Aberasturi), Katalin (Garazi Urkola), Olaia (Irati Saez de Urabain), María (Yune Nogueiras), Maider (Jone Laspiur) y Oneka (Lorea Ibarra).

Akelarre es una aproximación distinta, en clave feminista, a ese contexto histórico. Escapa al historicismo y al thriller judicial. La visión es la de las víctimas pero, a diferencia del estereotipo construido, estas son jóvenes y alegres. Se apunta a lo cotidiano y a lo psicológico. Agüero crea una atmósfera nerviosa, con planos cercanos y bruscos, sin perder verosimilitud y poderío visual, para enfocarse en las sensaciones de las protagonistas ante la ignorancia eclesiástica y patriarcal. Además, la puesta en escena contrasta la oscuridad inquisidora y la luz de las jóvenes. 

La película, que combina diálogos en castellano y en euskera, va de menos a más hasta alcanzar su gran final. En un elenco de estupendas actuaciones, destaca la labor de Aberasturi, quien buscará manipular a las autoridades de la corona mientras la tensión va en aumento. “No hay nada más peligroso que una mujer que baila” se dice, y a través de esa danza se manifiesta la resistencia femenina. De esta manera se plantea la resignificación de las representaciones, donde ambas partes, y a su vez el espectador, van a dar forma a una realidad subjetiva. 

La narración se inscribe en lo que parece ser cierta elección temática del director. Agüero lleva a la pantalla historias que tienen a la mujer en su centro, tal como lo demuestran Madre de los dioses, sobre religiones construidas en la Patagonia, y Eva no duerme, sobre el cuerpo de la representante peronista. Si sumamos la impronta del cine sensorial, está claro porqué la ambientación y la actuación son las principales ventajas de Akelarre para adentrar al espectador en la historia. 

El film es fácilmente extrapolable a algunas cuestiones con las que todavía hoy convivimos: La culpabilización, la condena a la libertad femenina y la reproducción del lenguaje inquisidor. A esos tres componentes se les responde a través de la rebeldía de la alegría y de la celebración. Akelarre apuesta a un tipo determinado de ficción para seguir cambiando sistemas.

 

 

Fuente :

agenciapacourondo.com.ar

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