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Futbol femenino e historia Pelusa eterna


29-05-2024 15:23:19
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María Esther Ponce fue protagonista del mundial no oficial que jugó Argentina en México en 1971, luego hecho película. Sus inicios, la aventura en el Azteca, el pronto retiro y el olvido: “Cuando volvimos al país no nos esperaba nadie”.

—Si viene mi papá, decile que me fui a México a jugar a la pelota.

En 1971, María Esther Ponce tenía 27 años, trabajaba en un negocio mayorista de bijouterie y vivía sola en la Ciudad de Buenos Aires. En el barrio Alto Verde de la ciudad de Santa Fe, donde vivió muy poco tiempo antes de mudarse a la capital federal con su familia adoptiva, aprendió los primeros gajes del oficio de la pelota. “Soy hija de un ex jugador de fútbol. Mi papá jugaba en la liga santafesina cuando era joven, le gustaba mucho el deporte y me inculcó todo lo que pudo”. Eso incluía también básquet, boxeo, automovilismo y hasta natación: don Ponce era parte del equipo de Pedro Candiotti, El Tiburón del Quillá, campeón mundial de permanencia en aguas abiertas y quien unió a pura brazada los puertos de Rosario y Buenos Aires. “Llevaba dos acompañantes, uno era mi padre”, recuerda orgullosa Pelusa Ponce.

En el invierno del 71, ella y sus compañeras de equipo se entrenaban en el predio que la UTA tenía en las afueras de la ciudad porteña, donde un muchacho les dio un curso acelerado y básico de táctica y estrategia, y de preparación física. “Después volvimos al centro, nos teníamos que poner una vacuna y nos mandaron a nuestras casas a saludar y despedirse de las familias, y traerse mudas de ropa para llevar”. Se iban a México a representar al país en un Mundial no reconocido por la Fifa.

Antes de juntar sus pocas pertenencias y meterlas en un bolsito, Pelusa se cruzó enfrente, donde vivía su vecina y amiga, para pedirle que le cuidara el perro y le avisara del viaje a su papá, quien dos o tres veces a la semana solía visitarla. “Mi amiga me contó que el ratito que me fui llegó mi papá y le contó. «Ojalá que vuelva», dice que le dijo”. Días antes tuvo que optar, a pedido de su patrón, entre mantener el laburo o subirse al avión: “Ni lo pensé. Bah, no había mucho que pensar”. 

Viva México

El pasado jueves, en el marco del Día Internacional del Fútbol Femenino, se presentó en el cine Monumental el film México 71, dirigido por Carolina Gil Solari y Carolina Fernández, y con la presencia de Pelusa Ponce, que viajó desde Río Ceballos, Córdoba, donde reside hace unos 15 años. “Lo que estoy viviendo ahora no lo viví en su momento”, reconoce luego de dar entrevistas a distintos medios y de posar y sonreír para las fotos.


Esta mujer que ya pisa los 80 arrancó jugando con papá, tíos y vecinos en la calle, y luego con otras mujeres, en potreros y campitos. “Nos preguntaban de qué club éramos; y no, no éramos de ninguno”. Es que el empresario que organizaba partidos de fútbol femenino inventaba equipos como parte del espectáculo: un día eran “Boca”, otro “River”, otro “Buenos Aires”, y así. 

Pelusa se enteró en ese año 71 que había un cuadrangular entre dos equipos de Rosario y dos de Buenos Aires, y se anotó. “En mi casa dijeron dale, a vos que te gusta, anotate. Y como no tenía nada que perder fui y me pusieron en una cancha a jugar, no me dijeron dónde me tenía que parar, cómo tenía que patear la pelota. Fui a jugar con lo que sabía”, revela en la película, y aclara ahora: “No sabíamos usar botines. Yo después me compré los famosos Sacachispas”, con los tapones incrustados en la suela, toda una novedad en esa década.

Foto: Gustavo Villordo | Impulso para Mejorar

“Nosotras no jugábamos al fútbol, jugábamos a la pelota. Era un papi fútbol, cuatro o cinco mujeres de cada lado que jugábamos en un terrenito con arcos de madera. Cuando llovía y después se secaba, te caías y te quedaban las rodillas como un mapa, todas marcadas, lastimadas”, admite la ex futbolista, que pasó de jugar en esas condiciones a hacerlo en el emblemático e imponente estadio Azteca. “Ese viaje en avión para nosotras era como si hoy te dijera que vamos en un cohete a la luna”, compara entre risas. “Nos enterábamos que existían los aviones porque lo usaban artistas y actores, o por las películas”.

Crónicas de viaje

Foto: Gustavo Villordo | Impulso para Mejorar

Pelusa no guarda recuerdos sólo en su memoria. Se trajo de aquella vez canilleras de compañeras, banderines, y hasta un típico sombrero mexicano. Y un cuadernito que usó como especie de diario íntimo: “Apenas asomamos por la puerta del avión nos encontramos con fotógrafos y periodistas que nos marean a preguntas”, escribió en sus hojas. En otros fragmentos cuenta que en una escapada por la ciudad “la gente nos rodeó por autógrafos. A mí un muchacho me regaló su sombrero”, que es el que exhibe en el documental.

Sobre el debut (con derrota) ante el seleccionado anfitrión, se leen en el diario quejas al referí. “Teníamos todas en contra: llegamos sin camisetas, sin botines, sin DT. Pero ni nos dimos cuenta de todo eso. Íbamos a jugar, y le dimos para adelante como pudimos. No fuimos ni con miedo ni nada, fuimos a ganar, a defender la camiseta”, que luego consiguieron, “y punto”.


 

Foto: Gustavo Villordo | Impulso para Mejorar

María Esther Ponce fue protagonista del mundial no oficial que jugó Argentina en México en 1971, luego hecho película. Sus inicios, la aventura en el Azteca, el pronto retiro y el olvido: “Cuando volvimos al país no nos esperaba nadie”.

—Si viene mi papá, decile que me fui a México a jugar a la pelota.

En 1971, María Esther Ponce tenía 27 años, trabajaba en un negocio mayorista de bijouterie y vivía sola en la Ciudad de Buenos Aires. En el barrio Alto Verde de la ciudad de Santa Fe, donde vivió muy poco tiempo antes de mudarse a la capital federal con su familia adoptiva, aprendió los primeros gajes del oficio de la pelota. “Soy hija de un ex jugador de fútbol. Mi papá jugaba en la liga santafesina cuando era joven, le gustaba mucho el deporte y me inculcó todo lo que pudo”. Eso incluía también básquet, boxeo, automovilismo y hasta natación: don Ponce era parte del equipo de Pedro Candiotti, El Tiburón del Quillá, campeón mundial de permanencia en aguas abiertas y quien unió a pura brazada los puertos de Rosario y Buenos Aires. “Llevaba dos acompañantes, uno era mi padre”, recuerda orgullosa Pelusa Ponce.

En el invierno del 71, ella y sus compañeras de equipo se entrenaban en el predio que la UTA tenía en las afueras de la ciudad porteña, donde un muchacho les dio un curso acelerado y básico de táctica y estrategia, y de preparación física. “Después volvimos al centro, nos teníamos que poner una vacuna y nos mandaron a nuestras casas a saludar y despedirse de las familias, y traerse mudas de ropa para llevar”. Se iban a México a representar al país en un Mundial no reconocido por la Fifa.

Antes de juntar sus pocas pertenencias y meterlas en un bolsito, Pelusa se cruzó enfrente, donde vivía su vecina y amiga, para pedirle que le cuidara el perro y le avisara del viaje a su papá, quien dos o tres veces a la semana solía visitarla. “Mi amiga me contó que el ratito que me fui llegó mi papá y le contó. «Ojalá que vuelva», dice que le dijo”. Días antes tuvo que optar, a pedido de su patrón, entre mantener el laburo o subirse al avión: “Ni lo pensé. Bah, no había mucho que pensar”. 

Viva México

El pasado jueves, en el marco del Día Internacional del Fútbol Femenino, se presentó en el cine Monumental el film México 71, dirigido por Carolina Gil Solari y Carolina Fernández, y con la presencia de Pelusa Ponce, que viajó desde Río Ceballos, Córdoba, donde reside hace unos 15 años. “Lo que estoy viviendo ahora no lo viví en su momento”, reconoce luego de dar entrevistas a distintos medios y de posar y sonreír para las fotos.

Esta mujer que ya pisa los 80 arrancó jugando con papá, tíos y vecinos en la calle, y luego con otras mujeres, en potreros y campitos. “Nos preguntaban de qué club éramos; y no, no éramos de ninguno”. Es que el empresario que organizaba partidos de fútbol femenino inventaba equipos como parte del espectáculo: un día eran “Boca”, otro “River”, otro “Buenos Aires”, y así. 

Pelusa se enteró en ese año 71 que había un cuadrangular entre dos equipos de Rosario y dos de Buenos Aires, y se anotó. “En mi casa dijeron dale, a vos que te gusta, anotate. Y como no tenía nada que perder fui y me pusieron en una cancha a jugar, no me dijeron dónde me tenía que parar, cómo tenía que patear la pelota. Fui a jugar con lo que sabía”, revela en la película, y aclara ahora: “No sabíamos usar botines. Yo después me compré los famosos Sacachispas”, con los tapones incrustados en la suela, toda una novedad en esa década.

Foto: Gustavo Villordo | Impulso para Mejorar

“Nosotras no jugábamos al fútbol, jugábamos a la pelota. Era un papi fútbol, cuatro o cinco mujeres de cada lado que jugábamos en un terrenito con arcos de madera. Cuando llovía y después se secaba, te caías y te quedaban las rodillas como un mapa, todas marcadas, lastimadas”, admite la ex futbolista, que pasó de jugar en esas condiciones a hacerlo en el emblemático e imponente estadio Azteca. “Ese viaje en avión para nosotras era como si hoy te dijera que vamos en un cohete a la luna”, compara entre risas. “Nos enterábamos que existían los aviones porque lo usaban artistas y actores, o por las películas”.

Crónicas de viaje

Foto: Gustavo Villordo | Impulso para Mejorar

Pelusa no guarda recuerdos sólo en su memoria. Se trajo de aquella vez canilleras de compañeras, banderines, y hasta un típico sombrero mexicano. Y un cuadernito que usó como especie de diario íntimo: “Apenas asomamos por la puerta del avión nos encontramos con fotógrafos y periodistas que nos marean a preguntas”, escribió en sus hojas. En otros fragmentos cuenta que en una escapada por la ciudad “la gente nos rodeó por autógrafos. A mí un muchacho me regaló su sombrero”, que es el que exhibe en el documental.

Sobre el debut (con derrota) ante el seleccionado anfitrión, se leen en el diario quejas al referí. “Teníamos todas en contra: llegamos sin camisetas, sin botines, sin DT. Pero ni nos dimos cuenta de todo eso. Íbamos a jugar, y le dimos para adelante como pudimos. No fuimos ni con miedo ni nada, fuimos a ganar, a defender la camiseta”, que luego consiguieron, “y punto”.

“Yo me acuerdo muchas cosas, pero no de todos los partidos. Sí, tengo muchos recortes de diarios sobre los partidos. Yo guardé todo”, dice. Luego vino la histórica goleada 4 a 1 ante Inglaterra, el 21 de agosto, que muchos años después sirvió de fecha en Argentina para celebrar el Día de la Futbolista. Ponce escribió que en los siguientes encuentros arrojaban rosas al público para tenerlos a favor”, pero que no alcanzó ese apoyo para las derrotas ante Dinamarca e Italia. “Esas chicas eran verdaderamente de la Selección, las mejores de cada club. Tenían director técnico, psiquiatras, podólogos, no sé todo lo que tenían. Nosotros no teníamos camisetas”.

Otro rival en cada partido fue la altura y la escasa preparación física para combatirla. “Era difícil respirar”, reconoce quien lució la 16 en la espalda, y agrega: “Pero fue divertido. No podíamos creer que estábamos en México jugando a la pelota”.

Amor a las argentinas

Foto: Gustavo Villordo | Impulso para Mejorar

“Allá éramos reinas, ídolas. Cuando volvimos no nos esperaba nadie”, rememora con pesar Pelusa Ponce, que tras un mes lejos de casa, empezó a echar de menos sus pagos. “Extrañaba mi casa, Buenos Aires, mis amigos, más allá de que éramos tratadas como estrellas” en México, acepta la mujer, que contrasta el cariño recibido en territorio azteca, con su llegada al aeropuerto porteño: “Nadie se acercó a recibirnos, salvo algunos parientes que se enteraron. A mí no me esperó nadie, porque no sabían que volvía”.

Pelusa Ponce jugó un puñado de partidos más después de aquel certamen olvidado hasta que Lucila Sandoval, ex jugadora, rescató esa historia y definió a sus protagonistas como Las Pioneras. “Después –dice– no me dediqué más al fútbol”.

Foto: Gustavo Villordo | Impulso para Mejorar

Sí, dejó un poema que retrata aquel momento inolvidable: “Yo que siempre bendecí lo que guardan los recuerdos | hoy tengo que bendecir volver a vivir un sueño | Hace tiempo, muchos años, no hace falta decir cuántos, | un puñado de muchachas fuimos nota de los diarios. | Ignorando el «¿vio, vecina, estas chinitas modernas, | mostrando mucho las piernas, corren tras de una pelota? | Pero sí, doña Porota, si hasta vergüenza me da, | el fútbol es de los hombres, ¿dónde vamos a parar?» | A ninguna de nosotras nos importó el qué dirán. | con un puñado de sueños y un bolsito con la ropa, | nos subimos a un avión y a jugar a la pelota

Fuente : redaccionrosario.com

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