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Luego de un asesinato en el club donde bailan, Wendy, Coral y Gina, tres chicas que por distintas razones llegaron a ser prostitutas, escapan de sus proxenetas, quienes no las dejarán ir tan fácilmente.

Por Agostina Gieco

Situado en España, en medio de una ruta aislada de la urbanización, el prostíbulo “Las Novias” es el hogar de treinta prostitutas que todos los días se levantan, maquillan y visten, sin saber qué rol tendrán que jugar, ni a quién deberán satisfacer. Usan pelucas y trajes distintos, y lo único que siempre deben mantener es su nuevo nombre, ya que al ingresar al burdel sus identidades quedan guardadas en un cajón. Allí, son otras personas, cuya historia pasada queda olvidada. Romeo (Asier Etxeandía), dueño del lugar y quien está al mando de todo lo que ocurre, las penetra sexualmente apenas llegan para “probarlas” y “educarlas” acerca de cómo hacerle sentir más placer a sus clientes. 

Como si fuera poco, las amenaza para dejarlas cautivas, poniendo en juego la vida de quienes aman. Por eso un día, luego de un asesinato en el que se ven implicadas, Wendy (Lali Espósito), Coral (Verónica Sánchez) y Gina (Yany Prado) escapan con el objetivo de dejar atrás aquello que tanto sufrimiento les había causado y comenzar de cero. Incluso con sus esperanzas a flor de piel, sabían que Moisés (Miguel Ángel Silvestre) y Christian (Enric Auquer), dos hermanos que cumplen las órdenes de Romeo, iban a ir por ellas, sin importar cuán lejos se fueran.

Sky rojo, la nueva serie de Netflix estrenada el 19 de marzo, se enfoca en la prostitución, un tema tan delicado como importante de discutir. La serie muestra cómo las mujeres son víctimas de todo tipo de tratos deshumanizantes, al ser trasladadas con correa y cadenas, azotadas y hasta orinadas por hombres. Además, son vistas como mercancías que están ahí para  consumo del cliente, como si fuesen muñecas sin sentimientos. 

Cuando Romeo dice “hay que dignificar la profesión y defender los derechos y las libertades del consumidor”, y también, “aquí el no es sí, el sí es sí, y el no sé, también es sí” está demostrando que las chicas no tienen poder de decisión alguno respecto a sus cuerpos. Y si hay algo que la serie deja muy en claro, es la visión que queda acerca de ellas: “si alguna vez fuiste puta, los hombres siempre te verán así, y nunca te respetarán”. 

A pesar de la seriedad que debería conllevar el tratamiento de la prostitución, hay algunos otros aspectos a considerar que son errados. Podemos observar a Wendy y a Gina conversando y que, una de ellas, comiendo chocolate, le diga a la otra que a partir de allí “va a ser gorda”, que lo lograría porque es buena tomando decisiones. Un comentario tan inesperado como fuera de lugar, por el que la audiencia no tardó en expresar su disgusto, catalogándolo de gordofóbico. Aunque algunas personas trataron de excusar el diálogo explicando que según ella si está “gorda” no sería más una prostituta, pero no fue esa la manera correcta de presentarlo, sobre todo teniendo en cuenta que el físico no determina si una persona es o no prostituta. Además, también dice explícitamente que tal vez deberían darle el premio al mongolismo. La intención de los guionistas es de nuevo desacertada, porque las personas con discapacidad, en este caso el síndrome de down, no deberían ser nunca tomadas en chiste. 

De todas maneras, debe reconocerse que la idea de trasladar la prostitución, y lo que esto conlleva, a una plataforma como Netflix es una pequeña victoria por parte de un movimiento que cada día se hace más grande, como es el feminismo. La visibilización es vital para denunciar situaciones que en líneas generales son tabú, de las que nadie habla, o en las que nadie se quiere meter. Mientras más se muestre y se desnaturalice, porque al fin y al cabo, la prostitución existe en todos lados, más se amplían los ámbitos de acción y ayuda. Los derechos de muchas mujeres están siendo vulnerados en estos lugares, donde el dinero abunda pero sus voces no.

Fuente :

agenciapacourondo.com.ar