El presidente electo de Perú, Pedro Castillo, asumirá el miércoles en su cargo con una larga lista de desafíos que incluyen la atención de la pandemia de coronavirus, que ha tenido un particular y grave impacto que –al igual que en el resto de América Latina–, incluye un drástico aumento de la pobreza y que requiere el diseño y aplicación de un programa urgente de recuperación económica.
La tarea del líder izquierdista, quien, en un claro mensaje para diferenciarse de sus antecesores enriquecidos al amparo del poder, ya renunció al sueldo presidencial y cobrará como un docente, se verá complicada por la oposición fujimorista que polarizó la segunda vuelta y que realizó todo tipo de maniobras para volver al Gobierno. Aunque no lo logró y Keiko Fujimori alcanzó el récord de perder por tercera vez una elección presidencial, ello de ninguna manera implica que esa fuerza política está acabada.
Pero quizá el principal reto de Castillo sea, en realidad, completar el periodo de cinco años de Gobierno para el que fue electo.
La crisis e inestabilidad política han imperado en un país que tan solo en los último cinco años ya tuvo a cuatro presidentes y que desde que Alberto Fujimori huyó en noviembre de 2000, luego de haber gobernado durante una década, ha acumulado a ocho mandatarios, de los cuales únicamente tres (Alejandro Toledo, Alan García y Ollanta Humala) ejercieron su cargo en tiempo y forma.
Cecilia González, escritora y periodista
El devenir de los políticos que ocuparon la Casa de Pizarro, sede del Gobierno, simboliza la gravedad del deterioro institucional peruano.
El devenir de los políticos que ocuparon la Casa de Pizarro, sede del Gobierno, simboliza la gravedad del deterioro institucional peruano. Fujimori cumple más de una década detenido. Alejandro Toledo está con arresto domiciliario en EE.UU. y en medio de un juicio de extradición. Alan García se suicidó para evitar ser detenido por corrupción. Pedro Pablo Kuczynski renunció, acosado por denuncias de sobornos multimillonarios. Martín Vizcarra fue destituido el año pasado, en un proceso más parecido a un golpe parlamentario, y luego quedó envuelto en un escándalo por haberse vacunado en secreto cuando todavía era presidente.
Por eso, una vez que Castillo se coloque la banda presidencial, será apremiante que la clase política se esfuerce en respetar y defender una democracia que ha sido tan dañada. Una meta que, por supuesto, difícilmente le interese al fujimorismo.
Castillo asume en medio de una crisis sanitaria que ha dejado más de dos millones de casos confirmados de covid-19 y casi 200.000 fallecidos, lo que lo convierte en el quinto país del mundo con mayor número de fallecimientos por la pandemia.
Además, desde hace más de un año también lidera la tasa de mortalidad por cada 100.000 habitantes. Es decir, es el país en donde muere más gente en proporción con su población, así que una de las prioridades del nuevo Gobierno será avanzar en la campaña que hasta ahora apenas ha inmunizado al 12,6 % de la ciudadanía con dos dosis y al 21 % con una.
El impacto social del coronavirus ya es evidente. En mayo, el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI) reveló que, entre 2019 y 2020, la pobreza creció del 20,2 % al 30,1 %, lo que representa su nivel más alto de la última década. Es el principal resultado de la caída del 11 % que el Producto Interno Bruto tuvo el año pasado y que fue la peor registrada en tres décadas, ya que, a diferencia de la inestabilidad institucional, Perú había logrado una estabilidad económica que le permitió crecer en promedio 5,6 % anual entre 2001 y 2016 y que, en el mismo periodo, había reducido la pobreza del 60 % al 21 %.
Cecilia González, escritora y periodista
La campaña del miedo sigue. En vísperas de la asunción, se multiplican las voces derechistas que anticipan "la desconfianza" hacia el nuevo proyecto político. Su candidata era Keiko Fujimori, quien prometía la aplicación de las estrategias económicas que tanto les gustan a los mercados.
En ese sentido el saliente Gobierno interino de Francisco Sagasti vaticinó un alentador crecimiento económico del 10 % para este año, y con un promedio anual del 4,5 % hasta el 2024. Aunque el Fondo Monetario Internacional reduce la previsión 2021 a un 8,8 %, sigue siendo un escenario favorable que quedó en pausa luego de que Castillo sorprendiera al avanzar a la segunda vuelta presidencial.
Los mercados, ese eufemismo que suele abarcar a los especuladores de siempre, a los defensores de modelos económicos que han empobrecido a los latinoamericanos y que han fortalecido la inequidad, se asustaron, como siempre ocurre con cualquier político de izquierda, mucho más con este líder que ganó enarbolando un discurso contra las élites, las oligarquías.
La campaña del miedo sigue. En vísperas de la asunción, se multiplican las voces derechistas que anticipan "la desconfianza" hacia el nuevo proyecto político. Su candidata era Keiko Fujimori, quien prometía la aplicación de las estrategias económicas que tanto les gustan a los mercados. Que fuera la heredera de una dictadura corrupta que violó derechos humanos en masa y que prometiera indultar a su padre, es decir, su impunidad, era apenas un detalle sin importancia.
Castillo estará, desde el día uno, bajo el acoso de la oposición fujimorista que, con sus 24 parlamentarios, representa a la segunda bancada más importante en el Congreso. El oficialismo, con 37 de los 130 escaños, es la fracción que lidera el poder Legislativo.
La búsqueda de alianzas con otras fuerzas será una de las tareas fundamentales para Castillo, quien no asume con la fortaleza institucional que le hubiera otorgado una victoria contundente. El triunfo con el 50,1 % de los votos frente al 49,8 % que alcanzó Fujimori, y que equivale a una magra diferencia de 44.000 sufragios, anticipa el complejo clima de polarización que marcará la gestión del Gobierno entrante.
Cecilia González, escritora y periodista
La búsqueda de alianzas con otras fuerzas será una de las tareas fundamentales para Castillo, quien no asume con la fortaleza institucional que le hubiera otorgado una victoria contundente.
No olvidemos, además, que el fujimorismo, tan repelente a la democracia, fue el principal impulsor de las destituciones de Kuczynski y de Vizcarra. Están acostumbrados a sacar presidentes. Y, muy al estilo de los seguidores del expresidente estadounidense Donald Trump, siguen argumentando sin ninguna prueba que Fujimori no perdió, sino que hubo un fraude electoral.
La presión será constante en contra de un dirigente que representa la renovación de la desprestigiada clase política tradicional peruana, y que reconfigura ideológicamente una Sudamérica en la que hasta ahora el progresismo solamente estaba representado por el argentino Alberto Fernández y el boliviano Luis Arce.
Ya en la gestión, quizá Castillo sorprenda tanto como lo hizo el 11 de abril, cuando ganó la primera vuelta sin que nadie lo hubiera anticipado. Habrá que esperar los resultados.
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