“Es una contradicción que la escuela quiera preparar para la vida de espaldas a la vida, formar para la realidad permaneciendo ajena a la realidad, intentando comprender el mundo lejos del mundo”, dice el educador español Miguel Ángel Santos Guerra en su libro El pez en la pecera. Docentes que aprenden en la escuela (Homo Sapiens Ediciones) y convoca a trabajar por “una institución abierta, permeable, innovadora y optimista y atenta a la diversidad”.
En esa invitación a construir una escuela abierta y en el valor de la profesión docente puso el acento cuando disertó en Rosario, en la última Feria Internacional del Libro. También movilizó a pensar en la figura del educador como aprendiz: “Lo común es que se hable de los docentes que enseñan en la escuela ¿Y aprenden?”.
La pregunta la dejó abierta como inquietud, como un llamado a pensar en la revisión de las prácticas y en lo que como enseñantes se les ofrece a las y los alumnos. “Aprender es apasionante”, compartió como una certeza en voz alta el catedrático de la Universidad de Málaga.
“El ruido de lo que somos llega a los oídos de nuestros alumnos y alumnas. No hay forma más bella y eficaz de autoridad que el ejemplo”, se posicionó sobre el oficio de cara a comprometerse con esa escuela que se abre a la realidad, a la vida. Y para que no queden dudas de esa convicción dice que cada maestra, cada maestro tiene la tarea de llegar al corazón de cada estudiante, no sólo a sus cabezas. “Eso es educar con el corazón”, dirá para reafirmar su mensaje.
Para afianzar el concepto de docente como trabajador y profesional, repasó sobre algunos mitos que se repiten alrededor de la profesión docente, como las que sentencian “el profesor nace, no se hace; para ser profesor basta tener conocimiento o para ser profesor basta tener voluntad”. Nada más alejado de lo que pasa con quienes eligen la docencia. Según Santos Guerra, “esas comparaciones tienen sus efectos secundarios”.
Asegura que si se defiende la idea de que enseñar es trabajar “con el corazón y la mente de los niños”, entonces a esta tarea “deben dedicarse los mejores”. Llamó a “terminar con la idea de que esta tarea la puede hacer cualquiera” y pidió “respeto desde las políticas” con el trabajo docente, lo que traducido al cotidiano también significa las mejores remuneraciones.
En el libro El pez en la pecera desarrolla esa idea de hacer una escuela abierta a la vida, de cómo enseñar atendiendo a la realidad pero también a todo lo que la escuela enseña sin decirlo en voz alta, sin que figure por escrito en una planificación.
“La cultura escolar encierra un poderoso currículum oculto. Se aprenden muchas cosas mientras se aprende. No aparecen en el currículum explícito, pero no por eso dejan de ser importantes. Algunas de ellas tienen carácter positivo, aunque otras no. Esos aprendizajes se producen de forma subrepticia y persistente. En la organización escolar se aprende a obedecer, a estar callados, a estar sentados, a ser evaluados, a tener horarios…”, escribe Santos Guerra.
Y más tarde se explaya sobre la urgencia de pensar a la escuela no sólo como “el reino de lo cognitivo” sino también de “lo afectivo”: “En la cultura escolar se produce un entramado de relaciones que casi siempre permanecen en la sombra porque lo único que importa en la escuela es la esfera del aprendizaje. No se tiene en cuenta que para que haya aprendizajes significativos y relevantes no hace sólo falta que el conocimiento tenga una lógica interna y una lógica externa que le haga entroncar con lo que sabe el aprendiz, sino que hace falta una disposición emocional hacia el aprendizaje”.
En aquella conferencia compartida en la Feria del Libro, Santos Guerra insistió sobre la importancia de estar atentas a las infancias, a la diversidad de miradas con las que se asoman al mundo y cómo se une este desafío a la tarea docente. Lo contó con un relato que se escuchó como un agradecimiento, como un presente para las y los educadores que cada día se preocupan por aprender; también con llamador a corazones dormidos o perezosos.
La metáfora hecha relato se llama La manzana que quería ser estrella. La recogió en un congreso y la puso a circular. Como anticipa el título, se trata de una manzana que siempre había querido ser una estrella, y “se pasaba los días pensando, ilusionada, cómo sería una vida brillando desde el cielo”, estaba obsesionada con ese deseo y como no lo lograba no era feliz, contó Santos Guerra.
Un día –continuó– una familia se detuvo en su paseo a descansar bajo la sombra del manzano. Varias manzanas ya maduras cayeron al suelo, entre ellas la que quería ser estrella. Uno de los niños la tomó y partió con un cuchillo pero de “forma transversal, no del tallo al hoyuelo, sino en horizontal; y quedó asombrado al ver la estrella de cinco puntas que aparecía en el corazón de la manzana”, contó el profesor sosteniendo una manzana que terminaba de cortar tal como lo describe el relato.
Foto: Diego Aráoz / Télam (Archivo)
“La manzana había vivido triste sin darse cuenta de que dentro de sí guardaba una hermosa estrella y de que, para mostrarla, tenía que abrirse y brindarse a los demás”, señaló Santos Guerra.
De esa metáfora también dejó un mensaje para las y los educadores, y los alertó sobre las rutinas que se sostienen en las aulas sin muchas preguntas: “Siempre hemos cortado la manzana de forma vertical, no transversal. Repetimos lo que siempre se ha hecho de una manera, lo que todos hacen de la misma forma. Sin indagar, sin explorar, sin arriesgarnos a cambiar”.
“Nos hemos habituado al siguiente principio: pudiendo no cambiar, ¿por qué vamos a hacerlo? Me gustaría proponer aquí el principio de actuación opuesto: pudiendo cambiar, ¿por qué vamos dejar las cosas como están? A ver qué pasa”, convoca Santos Guerra sobre este mismo relato en un artículo publicado en La Opinión de Málaga.
El libro de Santos Guerra que convoca a pensar en el oficio docente.
El libro El pez en la pecera en una primera parte desarrolla la idea de la escuela como escenario del aprendizaje docente, trabaja sobre la organización escolar y diferencia a la escuela de las pantallas, analizando qué pasó con la educación y los sistemas educativos en la pandemia. Entre otros temas, reflexiona sobre la relación entre género, poder y convivencia. Y en una segunda parte, reflexiona sobre el aprendizaje del docente en las instituciones educativas: educar en tiempos revueltos, docentes para la construcción de un mundo mejor, la formación del profesorado y la evaluación.
El profesor Miguel Angel Santos Guerra ha ejercido la docencia por más de 50 años, es autor de más de 80 libros y es un reconocido especialista en formación docente. Además es Padrino Pedagógico de diez escuelas argentinas, entre ellas varias de la provincia de Santa Fe.
En su última visita al país, fue distinguido por la Universidad Nacional de Villa Mercedes San Luis con el título de Doctor Honoris Causa. Y a su regreso a España recibió la misma distinción por la Universidad de Oviedo.
Fuente : redaccionrosario.com
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