Entre el clickbait y la precarización laboral, el periodismo se convirtió en un empleo que demanda mucho y devuelve poco. Las grandes empresas sellaron un pacto de silencio que las blinda y en las redacciones crecen el malestar y la plusvalía maquínica. En este reportaje escucharás voces que cuentan el lado oscuro de la producción de las noticias. Por Sebastián Rodríguez Mora y Pablo Díaz Marenghi, para Crisis.
“Hace un tiempo salió una nota hecha a partir de un cable de NA (Noticias Argentinas) que repetía una burrada sacada de Twitter, un típico caso de fake news. Cuando fue publicada se armó quilombo en las redes, al diario lo putearon muchísimo. Se decía que los periodistas éramos un desastre. Pero lo que en realidad pasó fue que el pibe que la publicó estaba picando cables a las apuradas y mandó la nota para cumplir con la actualización de la web, que cada 45 minutos tiene que tener un contenido nuevo, por eso no tuvo tiempo de chequear lo que decía. A su vez, el editor no la revisó porque no llegó a leerla y salió así. Después, cuando hay que echarle la culpa a alguien por una nota que salió con un error, al primero que putean es al periodista. Pero probablemente esa persona está sola en la redacción, laburando hace un millón de horas, ganando dos centavos, cansada y con la cabeza quemada”.
Quizás el único tema tabú que queda en el periodismo sean sus condiciones de producción y empleo. Para este texto hablamos con trabajadoras y trabajadores de Clarín, La Nación, Infobae, Perfil y Página/12: en todos los casos, nos pidieron estricto off y absoluto cuidado respecto a las posibles referencias que puedan implicarse durante la lectura. La amenaza de despido es muy grande en estos casos y la oferta laboral es muy reducida.
Año tras año encontrar información útil en medios tradicionales depende más y más de la sobreadaptación de esas personas y la de los colectivos que logran componer para acompañarse y defender sus derechos. Poco queda del oficio romantizado, del personaje aventurero y un poco outsider que muestran las películas sobre periodismo, en las que jamás el dinero es un problema.
2020 fue un año de revelaciones. La pandemia multiplicó la exigencia laboral, porque en cuestión de días todo el planeta precisó de información sobre cómo readaptar las vidas a la nueva normalidad. Las redacciones cerraron y se trasladaron a los hogares, desde donde se coordinó la reproducción de las dinámicas productivas. Se escribió sin parar durante meses, mientras los sueldos arrasados por la histórica inflación de 2019 seguían en el mismo número promediando octubre.
En paralelo, algunos medios tramitaron diversos recursos que el estado nacional puso a disposición de las empresas: Clarín, La Nación y Perfil pagaron sueldos a través de ATP, Página/12 aplicó al Repro para redondear. Los recibos llegaban en dos o tres formatos distintos, por un lado el monto depositado desde Nación, por otro, el de la empresa. En casos como el de Perfil se llegó al extremo de que el quinto día hábil aparecía depositado el ATP, y a partir de ahí la incertidumbre era total. La empresa de Jorge Fontevecchia demoraba el pago restante durante días, a veces bien entrada la segunda quincena.
También significó un nuevo año paritario a la baja para la prensa escrita. Entre 2011 y 2020, la inflación sumó un 307,3% –tomando hasta 2015 inclusive el índice elaborado por el Congreso, y luego el del INDEC. Los porcentajes acordados año tras año para salarios de reportero Categoría A en ese mismo período acumularon solo un aumento del 204%. Aquí deberían calcularse con mayor precisión las sumas fijas no remunerativas, los bonos y las recomposiciones logradas por los reclamos colectivos al interior de cada empresa. Pero según lo expresado en las planillas de escala salarial, la brecha es demoledora.
En octubre pasado, la cifra de recomposición acordada fue de 11% y el conflicto estalló de manera horizontal en las redacciones como nunca antes. Organizado por el Sindicato de Prensa de Buenos Aires (Sipreba) y la Federación Argentina de Trabajadores de Prensa (Fatpren), diversos modos de paro y retención de actividades se desarrollaron de manera simultánea el 3 de diciembre.
En este punto entra una cuestión clave: quien pone la firma en los acuerdos paritarios de los principales medios argentinos desde hace décadas es la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires (UTPBA). Conducido por Lidia Fagale, el sindicato surgido a mediados de la década del ochenta no representa a casi nadie, no tiene relaciones con la CGT ni la CTA y maneja un volumen bajísimo de intervenciones públicas. Un sindicato fantasma. Sin embargo, la personería gremial ante el ministerio de Trabajo y al momento de discutir salarios con las empresas sigue en su sello. ¿Cómo perduran? Es una verdad de hecho que Héctor Magnetto y el resto de los empresarios de medios gráficos siempre se sintieron muy a gusto al charlar de números con Fagale y sus antecesores, en reuniones a las que nunca pueden acceder delegados de las asambleas de las redacciones.
En Clarín, el puesto de redactor paga alrededor de 45 mil pesos. En Página/12, ese mismo puesto araña los 40 mil. Editar la web de Perfil ofrece en mano esa misma cifra, mientras que el puesto de colaborador fijo otorga 20 mil. Según cifras de Sipreba, entre 2016 y el primer semestre de 2019 se perdieron 3.100 puestos de trabajo en CABA (4.500 en todo el país si sumamos los despidos en medios provinciales). Casi el 30 % de los puestos por convenio colectivo. En 2019, Clarín despidió 65 personas de la redacción y su trabajo fue absorbido por los que quedaron. “Cuando entré nos robábamos las sillas en mejor estado, porque no había para todos; hoy pateamos las sillas porque sobran”, dicen en Tacuarí. El mismo año La Nación generó un proceso similar con 30 personas, pero la sangría empezó varios años con planes prejubilatorios y retiros voluntarios.
Hablar de cuánto cobra cada quién deja a la vista las diferencias en la remuneración entre pares y dificulta la organización en las redacciones. Ahí aparece la brecha de género, con casos de mujeres cobrando la mitad que sus compañeros varones por el mismo puesto. Pero también algo más mundano, como la necesidad particular de aquel que, en un apuro, tuvo que pedir un aumento sin esperar la paritaria.
Un movimiento de pinzas entre inestabilidad laboral y pérdida de poder adquisitivo redunda en la obligación de siempre tener los pies en varios lugares a la vez. O, según la jerga periodística, los kioscos. Todas las personas entrevistadas para este texto trabajan en relación de dependencia pero no logran vivir solo del sueldo del diario. Deben complementar con otros trabajos, que hay que meter a presión en la cargada agenda diaria. Al ser consultadas, tampoco pudieron dar cuenta de casi ningún colega que no tenga al menos un kiosco para llegar a fin de mes.
Para el magro sector poblacional hiperinformado a ambos lados de la grieta, es habitual la acusación de pautadependiente. Sin embargo, un periodista de larga trayectoria complejiza este diagnóstico: “Los periodistas de medios gráficos grandes usan esa chapa para conseguir pauta por medio de programas fantasma en radios que nadie escucha o canales que nadie ve. No va todo a los periodistas más reconocidos, también hay muchos soldados en esto. Un redactor de política de un diario grande puede tener un programa en una radio cualquiera sin audiencia y levantar por publicidad lo mismo o más de lo que gana en el diario. Es una forma del sistema de subvencionar a algunos periodistas y, para ellos, de progresar económicamente. Entonces eso sí hace muy difícil el reclamo colectivo, porque en definitiva algunos dicen “no me importa lo que gano en el diario, solo tengo que quedarme”.
“Otra cosa que pasa –agrega– es que quizás no te guste este sistema, y decidís no hacerlo, pero resulta que tu jefe lo hace, y el jefe de tu jefe lo hace. Porque los más grandes recaudadores de pauta son los jefes de las secciones. El jefe de Política o su segundo en Clarín, La Nación, Infobae, buscalos, todos tienen ese tipo de programas. Y fijate la audiencia que tienen.”
“Creo que el periodismo cambió porque caducó el modelo de negocios de las empresas de medios. Creo que internet nos atropelló como Napster atropelló a las discográficas. Y siento que hay que surfear la ola y ver cómo nos paramos ante eso. No dejó de existir la música porque se dejaron de vender discos, pero sin dudas algo cambió y en eso estamos”, afirma Natalia Iocco de Clarín en ¿Quiénes hacen periodismo?, libro editado por la revista Cítrica en mayo de 2020.
Martín Becerra, Doctor en Ciencias de la Información, investigador del Conicet y docente en UBA y UNQ, destaca que se trata de “un cambio drástico, porque las coordenadas que están cambiando estuvieron consolidadas durante buena parte del siglo XX”. Sigue: “Los fundamentos de esas prácticas estallaron por el aire. Los estándares de calidad, lo deseable, lo que periodísticamente es un buen producto cambió muchísimo y la culpa no la tiene ni Google ni Magnetto. Ellos surfean. Por supuesto que Google, Zuckerberg o Magnetto tienen una buena tabla para surfear y hasta pueden moldear un cachito las olas. Pero mañana se muere alguno de ellos y nada de esto va a cambiar. Es un proceso que los excede, es sistémico.”
A esto se le suma, según Becerra, un cambio en los consumidores: “Coincide con un momento histórico en donde las audiencias migran sus hábitos de uso, consumo, acceso a la información, entretenimiento, noticias. En este contexto, diría que la digitalización de los medios está puesta al servicio de acentuar las características más regresivas que tiene la concentración. Habría otras maneras de aprovechar la digitalización. Pero en esta etapa, el sentido de la digitalización es el clickbait, la lógica del tráfico, que va cambiando su maquillaje”.
La desorientación en este nuevo escenario motiva polémicas inesperadas, como la que enfrenta a los dos Ricardos de Clarín: Kirschbaum y Roa. El primero, profesionalista, nostálgico de la redacción de los noventas en el portaaviones de Tacuarí, intenta sostener un perfil de calidad en los contenidos; el segundo, más bilardista, propone seguir las ganancias, hoy centradas en el clic, a como dé lugar. En los Ricardos conviven dos modelos del negocio periodístico: lograr que te suscribas o mantenerte paseando por la web la mayor cantidad de tiempo posible. El problema, opinan en la redacción que ambos gobiernan, es que no podés hacer las dos cosas al mismo tiempo. Así se da que algunas notas más banales pierden clics porque fueron asignadas a la restricción de lectura para suscripción o bien notas que podrían ser más nutridas y profundas se ven limitadas en caracteres porque sino son más difíciles de vender. Como sea, Clarín emplea a una veintena de personas en el área de métricas de la web, y las “reuniones de SEO” semanales determinan cada vez con más precisión cómo y qué hay que escribir. Pero, ¿qué es exactamente SEO? A continuación, un ejemplo:
«El periodismo hoy hace equilibrio entre paritarias a la baja, salarios que no alcanzan, precarización y la constante exigencia del SEO en el formato web».
Así es como debería haber empezado esta nota según el Search Engine Optimization (optimización en motores de búsqueda), conjunto de características con las que Google posiciona el muestreo de contenidos: 156 caracteres con espacios, todas las palabras clave del texto a escribir, estilo neutro e informativo. Esta es la base objetiva a partir de la cual gran parte del oficio periodístico ordena sus jornadas en las redacciones de los principales medios argentinos.
Hoy en día, la batalla por el clic argentino la disputan Clarín, La Nación e Infobae. Sus secciones de Último Momento compiten para literalmente teclear lo más rápido posible las palabras adecuadas y así ubicarse como primer resultado en las búsquedas de Google. Esa competencia vive en una cotidianeidad adrenalínica y estresante que nunca es reconocida en el salario de quienes pasan un tercio del día tecleando.
A su vez, el clickbait y las métricas imponen una lógica periodística que invierte mucho de lo construido como tradición de buen periodismo. Por caso, grandes porciones de los contenidos reproducen lo que ocurre en el territorio de las redes, repitiendo la última actualización de estado de algún influencer. Surge entonces un nuevo perfil de periodista multitasking que a las corridas, mal pago, muchas veces freelanceando y facturando de acá a un par de meses, es capaz de escribir una nota, conseguir fotos o grabar videos y lograr que el contenido circule en redes sociales, por un trabajo previo de autoinstalación pública sin viáticos ni pago de horas extras. Pero el clic se lo queda el medio.
El grupo Octubre de Víctor Santa María contrata para Página/12 a gente que es inscripta en Utedyc, el sindicato de trabajadores de clubes deportivos. Infobae, que capitaneada por Daniel Hadad hoy es el medio más leído en castellano, presiona desde hace meses a algunos de sus empleados para que acepten ser recontratados por Wow, una razón social distinta a la del medio, fuera del convenio periodístico. En Perfil, además de la ya clásica demora en el pago de los aguinaldos, circularon propuestas para eliminar la figura del editor en algunas secciones, de modo que los contenidos salgan sin corregir ni chequear.
El periodismo fotográfico pasa también por un muy mal momento. Medios como La Nación no repusieron la mayoría de los puestos de edición fotográfica o reporteros que se fueron por retiros voluntarios o jubilaciones. Por lo general no hay presupuesto para producciones originales. A su vez, hay en marcha un crecimiento sostenido de las fotos que no son producción propia. En la mayoría de los casos, la imagen que sale junto a la nota es la que manda el prensa del actor político que la protagoniza.
En Clics, precarización y resistencia en el periodismo (Síncopa Editora), Luciano Sáliche y Andrés Correa afirman que “cuando no existen reglas claras de cuál es la tarea de un trabajador, se convive con la incertidumbre, entonces su empleador puede agregarle funciones y trabajos extras con total impunidad bajo pretextos tan falsos como el del avance tecnológico. Lo que está en juego no es solo la mencionada precarización sino también la calidad del producto periodístico”.
Esta es la cuestión de fondo: además de las condiciones de precarización laboral a las que un periodista promedio se ve sometido, hay que tener en cuenta el impacto de lleno en la calidad del trabajo periodístico. Se trata de la información que usamos en la vida social y el debate público. Todo el ecosistema se ve afectado.
La precarización también está definiendo las generaciones futuras. Los medios más grandes de Argentina se nutren cada año de jóvenes pasantes que hacen pruebas de algunos meses, luego reemplazos por vacaciones hasta que ingresan de forma permanente. Cada vez es más habitual que provengan de las carreras, posgrados o maestrías de periodismo con las que esos medios tienen convenio o directamente dirigen: Página/12 recibe estudiantes de Comunicación de la UBA, Clarín desde la Universidad de San Andrés, La Nación desde la Universidad Di Tella, Perfil de Universidad del Salvador y su propia escuela de periodismo. En todos los casos, los sueldos arrancan mucho más abajo de los que quienes tienen algunos años ya en el medio y por lo general les cuesta ser reconocidos como trabajadores en la categoría acorde a sus funciones. Con poco rodaje y mucho miedo a quedarse sin trabajo, no logran integrarse con facilidad a las comisiones internas.
“Vemos que hay muchos compañeros que renuncian, se van y no es que se vuelven a insertar en otro medio sino que directamente dejan el periodismo”, cuenta un redactor de Infobae. En Perfil comentan que “hay un gran nivel de cansancio y angustia en quien quiere dedicarse específicamente al periodismo. Uno tiene un montón de gastos que no tenía a los veinte. Es una generación que de a poco deja la profesión porque es mucha exigencia tener cinco laburos para llegar con lo justo a fin de mes.”
Al preguntar cómo se mejora el presente y se imagina el futuro inmediato, las respuestas fueron en tres direcciones, ninguna excluyente de las otras.
Fortalecer el oficio desde la trayectoria individual es una de las propuestas. Especializarse en temáticas, construir una audiencia a partir de eso y migrar hacia nuevos medios construidos desde la óptica nativa digital, horizontal, capaces de monetizar por sí mismos su nicho y oferta de contenidos. “Pero con esto se salvan pocos. No todos pueden abrir un medio, que siempre es un gran salto al vacío”, agregan.
El crecimiento de la vida sindical en los últimos años ha logrado reivindicaciones en un sector que siempre reprimió a sus representantes. Hoy las comisiones internas se expresan ante decisiones editoriales en las que no se identifican y construyen una identidad. Lo colectivo es clave en una profesión donde la firma a veces lo es todo, porque “estamos jugando con reglas que no son las nuestras”. Las empresas periodísticas se blindan entre ellas y ante eso, plantean, los reclamos y objetivos tienen que homogeneizarse.
También quienes trabajan en la prensa comienzan a mirar con nuevos ojos a la industria que les emplea. ¿La crisis del negocio periodístico es tan profunda o solo es otra etapa de transición entre eras tecnológicas? ¿Por qué medios como La Nación o Clarín nunca se acercaron a la quiebra luego de tantos años de justificar empeoramientos en las condiciones de trabajo? Esas preguntas resuenan en demandas: transparentar las cuentas y los paquetes accionarios -solo Clarín, por cotizar en bolsa, publica esos datos-, reclamar a las grandes plataformas como Google las regalías por distribución de los contenidos.
Ahí donde no llegan las instituciones de la aristocracia periodística como FOPEA o ADEPA, hay personas buscando la salida por arriba a este laberinto. Entre el cotidiano desaliento y una frágil constancia, los teclados resuenan pero ya no solo llenando páginas para otros. En los teclados está siempre la posibilidad de imaginar otra forma, otra vida.
Fuente :
Si te ha gustado, ¡compártelo con tus amigos!