Occidente que viene dominando al mundo en los cuatro últimos siglos, se resiste a ceder hueco a una China que le puede arrebatar el monopolio de ese dominio.
Es evidente que China ha vuelto con fuerza a la esfera internacional y ha vuelto para quedarse. Al principio no nos lo creíamos. Hablábamos de la emergencia de China, luego hablamos de “el gigante asiático”. Como si a Estados Unidos le denomináramos el gigante americano. Pero pocas veces hablamos de China como la primera potencia asiática, o como la segunda potencia mundial, o la primera en PPA (paridad de poder adquisitivo), o la primera potencia comercial.
Nos cuesta mucho reconocer que China ha vuelto a la esfera internacional, y lo ha hecho muy deprisa, con mucha pujanza, con personalidad propia, con modelo político y económico propios, y con una red de relaciones internacionales muy amplia, potente y de largo alcance hacia el futuro: hechos muy concretos, que se manifiestan cada día con más fuerza.
Hasta hace unos diez años esta “vuelta” de China era muy poco conocida y menos reconocida; hoy ya empezamos a conocer, por encima de restricciones informativas, algo más de esta irrupción china.
Es evidente que China ha vuelto para quedarse, e igualmente evidente que a Occidente no le encaja esta China que vuelve, ni le gusta cómo vuelve. Porque la estructura política, económica y de valores que Occidente tiene en su mundo y su área de influencia es, sistémicamente, diferente, incluso antagónica con la de China. Es decir, las estructuras de poder político, económico, jurídico y mediático de las que Occidente se ha dotado y quiere imponer a todo el mundo, sobre todo después de la segunda guerra mundial y, mucho más, con su revolución conservadora tras la caída del muro de Berlín, no dejan lugar a China, salvo en muy controlados resquicios de participación.
El “poder blando” occidental, además, con toda su arquitectura de medios de comunicación - prensa, radio, televisión, redes sociales-, Universidades, Centros de pensamiento, Escuelas de negocios..., tampoco deja mucho espacio a China en información u opinión.
Estas estructuras manifiestan que este Occidente que viene dominando al mundo en los cuatro últimos siglos, se resiste a ceder hueco a una China que le puede arrebatar el monopolio de ese dominio.
Pero, en realidad, aunque Occidente se resiste a aceptar esa vuelta tan potente de China, reacciona como si se creyese que, de verdad, China ha vuelto para quedarse. La prueba es que desarrolla una estrategia frente a China en los últimos años y, mucho más desde que huyó de Afganistán, que podemos resumir en dos posiciones muy claras:
1. La geoestrategia de Estados Unidos es “contener” a China como sea. Contener a China como primera potencia comercial, con la llamada guerra de aranceles; contener a China como potencia tecnológica, mediante la guerra contra Huawei, su 5G etc.; contener a China en sus relaciones internacionales, boicoteando el acuerdo Unión Europea-China, o poniendo vetos al proyecto de conectividad global de la Ruta de la Seda; o, frente al Mercado Común Sudeste asiático-China-Japón-Corea-Australia-Nueva Zelanda, contraprogramando el acuerdo anglosajón Estados Unidos-Reino Unido-Australia. Contener a China, incluso por la vía bélico-militar, detrayendo toda sus ejércitos, equipamiento bélico y medios económicos de Oriente Medio y Afganistán para volcarlos en el Pacífico oriental y en el mar del Sur de China, o rearmando la secesión de Taiwan, por encima de las declaraciones de Naciones Unidas y del propio gobierno americano, y volviendo a la estrategia del general Mc Arthur en 1951: “Taiwan como el portaaviones insumergible frente a China”.
2. La geoestrategia de la Unión Europea, por su parte, es “recelar” de China a todos los niveles. Aun siendo su primer socio comercial, predomina el recelo. El anclaje europeo en el bloque atlantista le impide aceptar que la política ha girado ya hacia el Pacífico, y no se atreve a poner un pie firme en el Pacífico Oriental y en China. En parte por presiones de Estado Unidos, en parte por el poder de los partidos de la derecha y la ultraderecha, o incluso de los verdes. Así, no se decide a adherirse al proyecto Nueva Ruta de la Seda, aunque algunos de sus gobiernos sí lo hayan hecho, -el español no-; así, tras firmar un Acuerdo de inversiones con China, largamente negociado y formulado en un documento detalladísimo, lo está ralentizando por los “celos” de Estados Unidos.
Son dos geoestrategias en las que pesan más los “celos”, los recelos y estereotipos, que los beneficios que pudiera tener el acuerdo, la cooperación, y el diálogo entre las tres grandes potencias, para sus propios miembros y para la gobernanza global colectiva. Claro, hay otros muchos matices, pero con este esbozo sólo pretendemos aportar algunos elementos clave para el debate.
Es claro que este pensamiento sobre China es predominante en Occidente entre políticos, periodistas, politólogos y medios de comunicación: mayoritariamente se informa sobre lo negativo, se desinforma y analiza silenciando o ignorando sus aciertos o logros; se habla muy predominantemente de sus carencias, errores, diferencias sistémicas, con el objetivo de aislar, contener, minusvalorar o contrarrestar a China.
Hay una tercera visión estratégica, sostenida por un grupo amplio de sinólogos y politólogos entre los que me incluyo sin la menor reticencia que, convencidos del peso de China en el siglo XXI, pretendemos romper esa dualidad y encontrar otra estrategia (qué osadía), por razones geoestratégicas, por razones pragmáticas y por razones de defensa de nuestros valores occidentales. Si China ha vuelto para quedarse y se va a quedar, sin duda, a medio-largo plazo, por más contención o recelos que le pongamos en la rueda, ¿no es más inteligente, política y mediáticamente, desarrollar una estrategia de debate sobre los distintos modelos políticos, económicos y de valores de estos dos mundos? ¿No nos puede aportar China y su civilización confuciana algunos valores éticos? ¿No podemos aprender algo de cómo transformar una sociedad, tan rápidamente, desde una situación tercermundista a una sociedad desarrollada en economía, cultura, educación, tecnología y ciencia? ¿Cómo sería África si en 40 años hubiese conseguido una transformación similar?
Este grupo amplio de sinólogos y politólogos pretendemos desarrollar esta tercera posición estratégica, con matices y diferencias entre nosotros, por supuesto, sin ignorar carencias, errores, desaciertos, riesgos del “sistema” chino.
Quiero dejar claro que esta tercera visión estratégica es la que mantengo y procuro exponer, siempre para el debate, como politólogo, economista, comunicador, educador y filósofo. Apoyado -no lo oculto aun a riesgo de que se me considere condicionado por el síndrome de Estocolmo- en mis más de 40 años de trabajo con China. Y, que, insisto, propongo a debate.@mundiario
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