Días atrás, Edgardo Kueider, el maletero de dólares, declaró suelto de cuerpo: “Soy peronista y jamás traicioné al peronismo”.
Evidentemente, es una buena manera de exponer la maleabilidad semántica de los términos “peronismo” y “traición”, piezas basales del léxico peronista.
¿Hoy peronista es cualquiera?… Eso parecería, cuando se pasa revista a todos los que se “autoperciben” peronistas, por decirlo de una forma muy en boga.
El problema es que los otros, los que no se venderían al oficialismo como lo ha hecho este senador, no tienen capacidad ni poder para absorber la enunciación pública de esas palabras: como se diría en el lenguaje de la calle, “no cortan ni pinchan”.
O cortan poco y pinchan levemente, como lo hace la dirigencia del movimiento –aún en sus niveles más prominentes–, más dedicada a disputas internas, que a construir un frente opositor con posibilidades reales de incidir en la arena política.
De todos modos, no es cuestión de añorar el repiqueteo de vocablos que antaño lograban conmocionar la vida pública: en vez de llorar sobre su devaluación significante, quizás haya que asumir que los lenguajes y los discursos también sufren las mutaciones que impone la Historia.
Por otra parte, esa maleabilidad semántica de las voces peronistas tiene un correlato, y un reverso, a nivel de su discurso: hay vocablos que han sido abandonados por parte de la dirigencia, sobre todo cuando remiten a lo que podría considerarse los fundamentos de su lengua histórica.
“Justicia Social”, “Soberanía Política”, “Independencia Económica”, son mucho más que seis palabras sucesivas. Son términos que revelan una visión del país y del mundo –o de lo que deberían ser las relaciones del país con el mundo–, una concepción acerca de los destinatarios de ese trípode –las mayorías nacionales y populares–, y una ética donde se basa la política –una deontología que tiene como meta la construcción de lo comunitario, por encima de todo individualismo–. Y que exponen, sobre todo, la voluntad de servir al pueblo, en vez de servirse de él, como ocurre actualmente.
No parece casual que el discurso público del peronismo generalmente omita la enunciación de esas banderas. No se habla de la justicia social –expresión arteramente atacada por el presidente– cuando sería indispensable reivindicarla. Menos aún se habla de soberanía política e independencia económica, cuando Argentina se ha convertido en una colonia, a nivel económico y político.
Es verdad que esas palabras, auténticos blasones de la lengua original del peronismo, admiten determinaciones y especificaciones en cada momento de la Historia: no significan siempre las mismas cosas, ni los mismos actores, ni las mismas relaciones entre los distintos sectores, estratos o clases de la sociedad argentina. Pero una cosa es reconocer lo necesario de su adecuación a cada etapa de la Historia, y otra, desistir de proferirlas.
Quizás estemos en presencia de lo que serían las cenizas del habla peronista tradicional. Pero de ser ése el caso, en vez de lamentarnos por el agotamiento histórico de tal habla, deberíamos promover el destello de palabras nuevas, que sirvan para decir con el lenguaje de hoy a la justicia social, la soberanía política y la independencia económica. Y que sirvan para que un término esencial como “lealtad” no quede a la deriva, esperando ser fagocitado por quienes, en realidad, son la encarnación de la traición a todo lo que representa el peronismo.
Fuente : redaccionrosario.com
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