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Escuelita VII: Los genocidas también son violadores


03-05-2021 02:45:00
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Después de 45 años, Dora Seguel declaró por primera vez en Neuquén acerca de su propio secuestro. Dijo al tribunal que para hacerlo traía a la audiencia a la adolescente de 16 años que ninguna ley protegió. Habló del cautiverio y de las violaciones a las que fue sometida, que serán abordadas judicialmente como delito autónomo del resto de las torturas. También habló del caso de su hermana Argentina, fallecida sin llegar a exponer su historia en una instancia como esta, y su hermana Arlene, quien continúa desaparecida. Por El Zumbido / RNMA.

Estoy parada en un portal del tiempo

con los brazos abiertos

esperando un abrazo que no llega

(fragmento de una poesía de Dora Seguel)

Dora Seguel llegó a la audiencia con un montón de fotos con los rostrxs de sus compañerxs desaparecidxs que exhibió a los jueces cada vez que lxs nombró, “para que tomaran dimensión de la persecución sanguinaria que hubo contra nuestro grupo: era importante que vieran todas esas caras detenidas en el tiempo, para que reaccionen, porque muchos todavía están desaparecidos y las que podían declarar por Arlene, ya no están”, declaró luego a la prensa.

Habló primero de su familia, de un hogar obrero en Cutral Co al que recordó entre lágrimas y el olor a naranjas que salía de la valija de su padre cuando llegaba de trabajar en el campo, para YPF. Habló de un luchador que participó en la gran huelga petrolera de 1958. Del olor a tostadas con queso con el que las despertaba su madre que trabajaba día y noche en su casa con tareas de cuidado, Flora Betancourt, quien sin saberlo “se fue convirtiendo en una madre de plaza de mayo”. De sus cinco hermanxs y del amor que había entre ellxs, del vínculo particular y compañero con Argentina y Arlene, con quienes pasaban noches enteras leyendo poesía y más tarde formándose políticamente.

Dora era la más chica de las tres, Argentina tenía tres años más y Arlene otros tres. Fueron las primeras del árbol genealógico en hacer la secundaria; Arlene llegó incluso a la universidad, pero el gobierno de facto no dejó que la terminara. Dora se hizo maestra, muchos años después. Argentina falleció en 1982.

“Todo era tranquilo hasta que Arlene decide seguir estudiando en la universidad” en Neuquén, en 1974, comenzó narrando Dora Seguel: “consiguió alojamiento en el albergue universitario y su rendimiento académico era excelente”. “Cuando ella regresaba (a Cutral Co) mi casa era una fiesta: las tres nos quedábamos hasta la madrugada cantando las canciones de Violeta Parra y leyendo sociología; era como estar haciendo en paralelo la carrera de sociología”, rememoró.

“Hablábamos de todo, pero nos impactó mucho una vez que ella había trabajado en un censo con los trabajadores golondrina y nos contó la realidad que vivían”, recordó Seguel: “nos fue cambiando la forma de ver la realidad”.

“En 1975 Arlene estaba muy distinta y en abril decide que se vuelve a vivir a Cutral Co para poder trabajar y estudiar”, contó su hermana, “estaba distante y hacía salidas de las que no nos contaba”. Empezó a trabajar en una empresa de construcción y acompañó la lucha de los obreros por sus salarios. “Una noche por nuestra insistencia nos contó que había empezado a militar en el Partido Revolucionario de los Trabajadores, que por eso tenía que trabajar”, y las jóvenes no dudaron en querer hacer lo mismo: “nos dijo que era un partido desde la clandestinidad y que nadie debía saber que estábamos militando”. Así fue que Argentina y Dora se incorporaron a la Juventud Guevarista, “donde estábamos los más jóvenes y el compromiso era más liviano” y pudieron impulsar el centro de estudiantes, una cooperativa para la compra de útiles escolares a menor precio y una feria de libros, entre otras acciones.

Dora Seguel contó que “el PRT funcionaba a través de células, por lo que yo no conocía a todos los compañeros ni todos los compañeros me conocían a mí”.

Su madre sabía de sus actividades y de hecho era a su casa donde llegaban ejemplares de las publicaciones del partido, El Combatiente y Estrella Roja, para armar y luego repartir.

“Lo que nos lleva a militar no es el amor a uno mismo, no éramos narcisistas, era el amor profundo a un pueblo”, aseguró  y dijo que “desde el primer momento supimos que podían detenernos, pero no nos quitó el honor que tengo de haber sido miembro del PRT”.

Recordó que en 1975 hubo en el pueblo un aluvión y que andaban camiones repartiendo colchones y otros elementos, y que cuando el camión pasó por su casa el que repartía era Tito Campos –militante del PRT, estudiante y trabajador de YPF, asesinado a sus 27 años en una emboscada en Tucumán, en el “operativo independencia”- . Desde ese momento, Campos empezó a acercarse con frecuencia a la familia Seguel: “hay muchas cosas sobre él, pero más que nada la ternura, el cariño y el respeto, era infinito”, pero llegó julio y él llegó para despedirse porque se iba a combatir a Tucumán; fue la última vez que lo vieron; en octubre se enteraron de su asesinato: “fue la primera vez que yo sentí que nos enfrentábamos con la muerte”. En su homenaje quedó una vasija de barro con flores de crisantemo “que siempre renovábamos en nombre de Tito”.

Dora Seguel recordó también a Mónica Morán, también militante del PRT, secuestrada y acribillada por genocidas en una masacre que los medios definieron como “el abatimiento de cuatro elementos subversivos con frondoso prontuario guerrillero”. Contó que “después de lo de Tito, en enero, Mónica decide volverse a Bahía Blanca por todas las detenciones que estaban habiendo”; la joven, además de maestra, artista plástica, titiritera y poeta, era trabajadora no docente de la ya intervenida Universidad del Comahue. Allí fue secuestrada de una sala de teatro independiente y estuvo en cautiverio en La Escuelita de Bahía, donde Dora Seguel la escuchó, antes de ser asesinada.

El 24 de marzo, Dora Seguel se enteró por el diario Río Negro que “había golpe de estado y pena de muerte a partir de los 16 años”. Las hermanas “tomamos conciencia de que lo que venía era mucho más duro, se veía un despliegue impresionante del ejército”.

La mujer recordó también al desaparecido Carlos Chávez –militante del PRT y trabajador de YPF-, con quien salió a hacer una pegatina contra la baja de la edad para incorporarse al ejército como soldados: “salimos de noche y con las camionetas del ejército cruzándonos a cada rato, me acompañó a casa”.

Empezaron a intensificar las medidas de seguridad: “desde el partido nos dijeron que limpiemos las casas” de materiales políticos. A Dora Seguel le tocó cuidar a la bebé de Julio Galarza –militante del PRT y trabajador de YPF, todavía desaparecido- y transportar los libros de su biblioteca en bolsos a su casa, donde los envolvían en nylon y los enterraban.

A la mayor de las hermanas Seguel, que no militaba, la había empezado a seguir un Falcon verde: “tomamos conciencia de que estábamos siendo vigiladas”.

“El 9 o 10 de junio, Arlene nos dice que había compañeras que habían sido detenidas, entre ellas Susana Mujica –desaparecida-, que había sido profesora del CPEM N°6 de Cutral Co; ese día nos juntamos a pensar qué estrategias nos podíamos dar y decidimos quedarnos y afrontar lo que viniera, más que nada para proteger a mis padres y hermanos”, narró Dora Seguel. Arlene les pidió que si las secuestraban “resistan, no digan ni un solo nombre, porque si dicen algo no van a parar hasta que digan lo que no saben”.

“El 13 de junio, Arlene decide irse a quedar a dormir a la casa de una compañera, por seguridad, al día siguiente va a trabajar, vuelve, almorzamos y después va a comprar para hacer una torta”, recordó la mujer frente al tribunal. En ese momento llegaron “unas seis personas disfrazadas, con pelucas, con bufandas, con gorros; a Argentina y a mí nos llevan al comedor; a mi papá lo llevan a la cocina; a mi mamá le preguntaban por Silvia –nombre de militancia de Arlene, que su madre desconocía- y ella les decía que no tenía ninguna hija que se llamara así, entonces le muestran la foto de la universidad de Arlene”.

Dora y Argentina Seguel estaban en el comedor, Dora decía que era Arlene, pero no le creían por la edad, “en eso llega Arlene, la llevan para el dormitorio y cuando vuelven dicen que son de la Policía Federal y que los tiene que acompañar a la Comisaría 14 a declarar por un compañero que estaba en drogas”.

Arlene se despidió de su mamá y le dijo: “no dejes de buscarme”. Fue lo último que le dijo.

Parte de la familia fue a la comisaría, otra a la caminera, sin éxito. Decidieron que había que viajar a Neuquén y hacer la denuncia en la Policía Federal. Argentina y su mamá viajaron para juntarse con unos primos y organizaron una cena en la que estaría un contacto de esa fuerza.

Mientras tanto, en Cutral Co, Dora Seguel decidió ir a la escuela asumiendo que allí estaría a salvo. Pero a las 21:15, el preceptor va a buscarla al aula para que vaya a dirección. Ahí la esperaba un policía y el director de la escuela diciéndole que tenía que irse con él: “le dije que no, porque era menor, pero me dijeron que mi papá estaba esperándome ahí, así que no me podía negar”.

“Subo al celular y cuando estoy subiendo lo veo a mi papá ahí sentado”, recordó Dora y recordó también que ese fue el primer abuso sexual que sufrió: “me ayuda a subir un policía y me dice que me iba a palpar de armas, pero se dedicó a manosearme, delante de mi padre”, entre lágrimas relató: “mientras ese tipo me manoseaba yo pensaba ojalá que mi papá no esté mirando”.

Dora Seguel miró por la ventana del celular y pudo ver a “un hombre de uniforme militar, de ojos claros, que era el que daba órdenes”, luego sabría que se trataba del genocida Oscar Reinhold. Vio también que la manzana de la escuela estaba completamente rodeada de represores armados.

El vehículo iba a la Comisaría 14. “Llegamos y me hacen bajar la cabeza, pero igual pude ver que había muchísimos hombres y en ese lugar quedó mi papá”, recordó. Ahí pudo reconocer a Miguel Ángel Pincheira –todavía desaparecido- y a Pedro Maidana –quien declarará en las próximas semanas-. “Me pasan directo a una oficina y yo conocía a todos”, aseguró: “comenzaron a insultarme, me decían pendeja de mierda, cómo te fuiste a meter en ese partido, pelotuda”. Ese hombre que la insultaba fue el que tuvo que redactar su detención, pero como era menor de edad hicieron entrar al padre y al comisario genocida Héctor Mendoza.

“Yo tenía en el bolsillo un papelito en el que le avisaba a un compañero de 15 años lo de Arlene, para que se cuidara”, ese papel no podía ser encontrado, así que halló un agujerito en el sillón en el que estaba sentada y pudo introducirlo ahí.

La hicieron firmar la detención y la llevaron a un calabozo. Parándose en el catre, podía ver por la ventana que había soldados cocinando y uno se acercó a ofrecerle la ayuda de ir a avisar a su casa: “ese soldado me ofreció la ayuda que me habían negado todas las instituciones”, dijo. También vio a Reinhold eligiendo soldados para llevar al siguiente operativo.

Mientras todo eso sucedía, Argentina Seguel era secuestrada en Neuquén, a donde había viajado con su madre en busca de información sobre Arlene. La sacaron de la casa donde habían ido, que quedaba frente a la U9.

“En la comisaría me sacan del calabozo y me llevan a una oficina de comunicaciones donde estaba Mirta Pi, que me hizo desvestir y me hizo una revisación completa”, continuó Dora Seguel. “Me vuelven a llevar al calabozo y viene un policía de la provincia, me muestra un arma y me pregunta si la reconozco, a lo que le respondo que yo no sé de armas; se va y vuelve con una soga, me venda los ojos y me ata y me lleva gateando por la comisaría”, relató. En un momento en que le advierten que “tenga cuidado con la cabeza”, la joven levantó la mano para tantear y encontró que era un cordón que habían puesto para despistar: “ahí recibí  la primera patada”.

La llevan a interrogar a una oficina donde estaban Mendoza y dos represores más, “uno de borcegos y otro de zapatos comunes”. Le dieron un golpe y la empezaron a increpar: “sentate como en el monte, sos la puta de los guerrilleros, eso son todas ustedes”. La insultaban y le pedían nombres de amigxs de Arlene que ella desconocía, la volvieron a golpear y le exhibían para que reconozca al tacto un montón de proyectiles que no reconocía: “me golpearon mucho, me seguían insultando y les molestaba que fuese mujer, de eso me daba cuenta por el tipo de insultos”. Le preguntaban por Marx, por Lenin, por Engels

“Trataba de no dar ninguna información que perjudicara a nadie”, aseguró, “muchos compañeros ni siquiera fueron detenidos porque pudimos contenernos  y aguantar”.

“Fue una hora de interrogatorios y de golpes, hasta que dijeron llevátela a esta idiota que no sabe nada, y el que me llevaba dijo que me iba a dejar mansita, después entendí”, lamentó: “me llevan por una puerta que da al patio, me ayuda a subir al camión y, cuando me sube, me viola”.

La violación tiene otra intención; el golpe tiene el impacto y el dolor para que uno hable, pero lo otro busca aniquilar al ser humano y destruirlo en lo más profundo”, sentenció: “continuamente me decía sos una puta, yo no decía nada porque pensaba a quién le podía pedir ayuda, no tenía a quién, para qué iba a gritar, me lo guardé, me lo callé; todo el tiempo me decía al oído de esto no se habla y yo pensaba si salgo de acá lo voy a decir en todos los lugares que pueda”, y así lo hizo y así lo sigue haciendo.

Después de violarla, el genocida, que luego se enteró se llamaba Amador Luengo, le acomodó él mismo la ropa, le sacó las ataduras y las vendas y la dejó en el camión: “nunca tuve tanto frío”.

“Soy una militante del PRT, sabíamos que iban a ser durísimos con nosotros, pero esto no lo esperábamos, yo pensé que nos podían detener, condenarnos a perpetua, pero llegar al a violación de una piba de 16 años…”

Luego comenzaron a subir a otras personas al camión, entre quienes identificó a los desaparecidos Miguel Ángel Pincheira y a Carlos Cháves porque mientras los metían gritaban quiénes eran. Llegó la mañana y el camión arrancó. Con una invisible que sostenía su rodete, Dora Seguel pudo correr la mirilla e identificar el trayecto hasta la U9 de Neuquén.

En la cárcel lxs pusieron en celdas individuales y ahí se enteró que también estaba encerrada su hermana Argentina, con quien se pudo comunicar a los gritos. Solo pasó un día allí, ya que a la tarde siguiente lxs sacaron para llevarlos a Bahía.

Afuera lxs dividieron entre hombres y mujeres. Del lado de las mujeres estaban Argentina y Dora Seguel y Alicia Pifarré, que estaba entusiasmada con que las liberarían y por error le dio su nombre verdadero, que intentó después hacerle olvidar mencionado “miles de frutas”, pero Dora nunca olvidó. “Ninguno de los varones miraba, había uno que estaba sumamente golpeado y creo que era Carlos Cháves (desaparecido), que en ese camión salió con vida y yo creo haberlo visto en ese pasillo; también estaba Pedro Maidana, eran nueve”, recordó.

Llegaron en el camión al aeropuerto, lxs vendaron, ataron y subieron al avión, donde las hermanas quedaron juntas. Argentina se descompuso y un represor les trajo chocolate y les advirtió: “disfrútenlo porque puede ser el último”. Aseguró que había alguien en el suelo a quien iban pateando, que después supo era Pedro Maidana.

Ya en Bahía, “a medida que nos iban bajando nos iban tirando a un camión”. En el trayecto seguían golpeando a Maidana y Argentina les pidió que frenaran: la respuesta fue que tenían autorización para gatillar.

Lxs bajaron en un lugar en el que lxs pusieron en bancas largas y lxs iban llamando para los interrogatorios. Las hermanas entraron juntas.

“Empezaron a golpear a Argentina, a pedirle información sobre los amigos de mi hermana, la tiraron a un escritorio de metal, le levantaron el pulóver y le acercaron un carbón caliente en la panza”, relató Dora: “cuando la escucho gritar les digo que yo iba a hablar”.

Mientras la interrogaban, Dora Seguel respondía que era muy chica y que no sabía. Reconoció que participó de los interrogatorios el genocida a cargo del centro clandestino La Escuelita de Bahía Blanca, Santiago “el tío” Cruciani, quien le preguntó si tenía novio y ante su negativa se la “ofreció” a uno que había pedido que se la “separen”, diciéndole: “¿viste? Te solucionamos todo y hasta te conseguimos novio”, no pudo más que pensar en no volver a ser violada.

Un represor tomaba nota. Cuando terminó el interrogatorio, le dieron a firmar un papel que le dijeron decía que su madre se prostituía y las prostituía mientras su padre trabajaba: “ni sé lo que firmé en realidad, firmaba a ciegas y no podía negarme”.

“A Argentina la habían llevado al lugar del interrogatorio y la empiezo a sentir llorar, la escucho que lloraba con los dientes apretados: en ese momento la violaron a ella, arriba de ese escritorio”, describió.

“Algunos se reían mientras sucedían estas cosas, el tío Cruciani se quejaba de que éramos todas perejiles”, recordó Seguel.

“Nos subieron a un auto y nos llevaron cubiertas con una frazada, iba una sola persona con nosotras, manejando como en círculos, nos dábamos cuenta porque los cuerpos se nos movían siempre para el mismo lado”, contó.

“Durante el recorrido, detiene el auto, se baja, me baja a mí, cierra la puerta y me viola”, rememoró angustiada; “no hablaba mucho, solo dijo que me callara; me subió al auto de nuevo, recorrimos un poco más, nos hace bajar y siento el sonido de los árboles, del viento remolinando”.

Años después, Dora Seguel confirmaría que físicamente los dos espacios entre los que trasladaban a lxs detenidxs quedaban en el mismo edificio: “nos subían en un auto para confundirnos y en ese subirme a un auto para confundirme me violaron”.

Las metieron en un lugar en el que había cuchetas, a Dora por la puerta, a Argentina por la ventana. Recuerda entrar pisando gente, tocándola sin querer y escuchando los gemidos de dolor por las torturas que habían recibido.

“Me dejaron en el piso porque todas las camas estaban ocupadas, de repente empiezo a escuchar una respiración que reconocí como la de Arlene”, narró Dora Seguel: “seguía escuchándola respirar y en un momento llega alguien y pasa por encima de mí y dice Arlene Seguel y ella dice soy yo, era su voz y era su nombre”. Se la llevaron y “en el tiempo que estuve yo en ese lugar nunca más volvió del interrogatorio”.

En otra oportunidad, alguien confundió la voz de Dora con la de Arlene y Argentina aclaró que eran sus hermanas: “soy Susana Mujica”, respondió la otra voz, “a Arlene la llevaron a interrogatorio y todavía no la han traído”.

Dora Seguel recordó también que escuchaba a Mónica Morán –asesinada-, a quien le decían los represores “¿te acordás cuando te fuimos a buscar y empezaste a tartamudear?”. Contó que “Mónica charlaba con ellos de política, sabía mucho, era un cuadro de nuestra zona; yo pensaba que se equivocaba y que iba a terminar mal por hablar así con ellos”.

“Las noches eran de interrogatorios y los días de relajación”, explicó la mujer, que también detalló que comían una sola vez al día y que llegó a notar “que la ropa me bailaba de todo el peso que había perdido”.

Aseguró que “escuchábamos cantar a Alicia Pifarré y ella saludaba a todos en mapuche; escucharla a ella cantar era una luz de esperanza en ese lugar”.

“Una noche sentí que violaban a una chica al lado nuestro, en el piso; Argentina también lo sintió”, contó Dora Seguel: “le tapaban la boca, ella decía que no y se le ahogaban los gritos; después volvió el tipo y le dijo que lo perdonara, que la habían violado por error y le trajo un chocolate; te confundimos con una de estas erpianas de mierda, y ella gritaba e insultaba diciendo erpianas hijas de puta, por su culpa me violaron , tenía tanto odio mal focalizado, porque nosotras no fuimos las que la violamos, fueron ellos”.

Con mis 16 años pensaba cuántas estrellas les darían por violarnos”, resaltó.

Llegó la noche en la que les dijeron que las iban a liberar. Argentina y Dora Seguel fueron subidas nuevamente a un auto, “por la piel nos reconocimos”, aseguró la mujer en su testimonio: “Argentina tenía unos guantes y me dio uno, para que si nos mataban y nos tiraban por separado supieran que habíamos estado juntas”, remarcó. Esta vez eran llevadas por dos personas. Las dejaron en la banquina y les dijeron que contaran hasta no escuchar ningún ruido y eso hicieron. Luego se ayudaron mutuamente a quitarse las vendas y sogas y caminaron en medio de la noche y la ruta desconocida hasta una estación de servicio.

En la estación de servicio avisaron a la policía, que las buscó y las llevó a la Comisaría. En el camino, los represores las hicieron agachar y dispararon contra lo que después dijeron eran árboles, pero aseguraron no saber si eran “de la triple a o compañeros de ustedes buscándolas”.

Pudieron contactarse con un pariente de Bahía Blanca y llegaron a su casa, donde viajó a buscarlas su mamá.

A su mamá no le contaron lo que había pasado. La abrazaron y lloraron. En el colectivo de regreso a Neuquén, en Río Colorado, subió un soldado pidiendo documentos y su madre se interpuso protegiéndolas: “no me quiten a mis hijas otra vez”, suplicó. Dora Seguel recuerda esa instancia como “un arma contra el corazón de una madre”.

Ya en Cutral Co, las hermanas pudieron hablar más con su madre, pero solo le dijeron que habían sido “cacheteadas y que nos tiraron del pelo”, contó la mujer: “¿para qué le íbamos a decir todo eso, estaba Arlene todavía desaparecida, para qué le íbamos a sumar más dolor?”.

Su madre tenía miedo de que las vieran en la calle. Ellas empezaron a sentir el peso de lo vivido en el cuerpo: Argentina entró en una depresión y Dora a padecer anorexia. Entre las dos se ayudaron a ir superándolo.

“A la semana de que nos liberaron yo empecé a tener un flujo espantoso y tuve mucho miedo de estar embarazada; fuimos al hospital público, me confirmaron que no lo estaba y me dieron antibióticos”, junto con Argentina, con quien habían podido hablar de lo sucedido.

A Arlene la siguieron buscando: “a partir del día que la escuché, nadie más la escuchó y todas sus compañeras que podrían saber algo están desaparecidas”. Presentaron un habeas corpus que sirvió de modelo a muchas familias que buscaban a alguien desaparecidx: “no nos frenó el hecho de estar en dictadura para seguir reclamando, para buscar claridad entre tanta oscuridad que había”.

Una de las veces que fueron al Comando –donde Dora Seguel reconoce haber sido atendidas por el represor Luis Alberto Farías Barrera-, su madre pidió: “si mi hija está ahí, cuídenla, porque ella tiene un solo riñón, que esté bien abrigada, que no tome frío, tiene una salud débil”. Mientras tanto, Argentina les decía que había otras chicas ahí y respondían hacia la madre: “señora, dígale a su hija que se calle o va a correr la misma suerte que la otra”.

“Fui viendo a mi mamá transformarse; un día llegó a donde yo trabajaba y me pidió que le arme un pañuelo blanco con el nombre de Arlene”, recordó: “se transformó en una madre de plaza de mayo, una mujer que sacó fuerza de su matriz para luchar, una fuerza interna impresionante”.

Poco a poco, las hermanas Seguel sobrevivientes fueron volviendo a insertarse, aunque ya nada sería como antes. Dora Seguel recuerda que nadie en la escuela le preguntó qué le había sucedido, ni compañerxs, ni docentxs.

Contó que en Cutral Co había un policía que cada vez que la veía en la calle le cantaba “sacate la ropita, mi negrita”, por lo que sospechó siempre que él sabía lo que pasó, ya que notaba que solo a ella le cantaba y dejó de hacerlo cuando otra mujer advirtió lo que sucedía y “le dijo de todo”.

En 1978, Argentina, su padre y su madre viajaron a Buenos Aires a dar su testimonio a la OEA por la desaparición de Arlene y por lo que les había sucedido a ellas, oportunidad en que la joven pudo contar sobre las violaciones que sufrieron.

En 1982, Argentina y Flora fallecieron en un accidente de tránsito. Para Dora Seguel “Argentina fue muy feliz, conoció una persona maravillosa y fue mamá, entonces habíamos vencido a la muerte”.

“Entré con 16 años y salí con 30”, aseguró Dora Seguel: “fue tan duro lo que viví que ya no encajaba con la gente de mi edad”. Dijo que “si yo viví todo lo que les conté en una semana, no me quiero imaginar lo que vivieron ellos”.

“A veces siento que estoy habitada por mis dos hermanas, las siento muy profundamente, es una ausencia increíble”, sostuvo: “Arlene está detenida en el tiempo, ella tiene 21 años, no sabemos qué hicieron con sus cuerpos, no sabemos qué les hicieron”.

Ellos se olvidan y nosotras recordamos”, aseguró Dora Seguel, comparando los pactos de silencio con la reivindicación de la memoria: “a mi mente vienen olores, sonidos, voces, situaciones, que uno no los puede borrar, porque los tuve que tener presentes 45 años para traerlos a un juicio; tengo que seguir tratando de recordar cada día más, no me puedo permitir el derecho a olvidar”.

La violencia sexual no buscaba sacar información”, reforzó: “ellos en las dos violaciones que tuve me decían que después no iba a servir para nada, que no iba a poder volver a mirar a nadie a los ojos, que no me iba a poder volver a insertar en la sociedad y que iba a ser una lacra; estaban buscando aniquilar mi identidad”.

“Mientras me violaban, yo me repetía: no van a poder conmigo”, resaltó Dora Seguel y remarcó que “con 16 años sufrí dos violaciones, escuché cómo violaban a mi hermana y cómo violaban a otra chica por error” y que “hubo compañeras que denunciaron violaciones y terminaron suicidándose”.

“Las violaciones iban a la destrucción de las detenidas en su parte más íntima”, explicó: “hay compañeras que después de las violaciones no pudieron amamantar, no pudieron desarrollar su sexualidad, otros no pudieron verbalizarlo porque les robaron la voz, hubieran otras a las que le callaron no solo la voz, les callaron la vida” y dejó en claro que “yo lo resolví gritando desde que salí”.

Dora Seguel concluyó su testimonio leyendo al tribunal una extensa carta reprochando que el estado no la cuidó, exigiendo justicia, exigiendo verdad sobre qué hicieron con sus compañerxs y con lxs hijxs de sus compañerxs.

Mientras Dora declaraba adentro del salón de AMUC, frente al edificio la Colectiva de Mujeres “Kompu Kompañ Mew” interpretaba “Sin Miedo”, de Vivir Quintana, para darle fuerzas:

 

“Buscaban a Vecchi”

En la audiencia de este miércoles también declaró Ricardo Junyet, quien era estudiante de la Universidad Nacional del Comahue y vivía en el internado de esa casa de estudios en la localidad de Cinco Saltos cuando secuestraron a Cecilia Vecchi. Tres días antes del secuestro de la joven, el testigo estaba en la habitación estudiando con una compañera cuando irrumpió el subcomisario de la comisaría de la ciudad con miembros del ejército. Buscaban a Vecchi y confundieron a la persona que estaba con él, con ella, y, como no tenía el documento de identidad consigo, tuvieron que ir hasta su casa con los represores a buscarlo para acreditar que no era a quien perseguían.

El hombre también detalló que desde la intervención de Remus Tetu en la universidad les dejaron la residencia sin gas, con el objetivo de que se fueran, y que obligaban a lxs estudiantxs a presentar certificados de antecedentes para poder mantener la beca de vivienda, por lo que tenían que asistir con periodicidad a la comisaría de Cinco Saltos. Para acceder a ese certificado, lo obligaban a cortarse el pelo y la barba, incluso recordó que en una oportunidad llegó sin afeitarse y para evitar que lo lastimara el genocida Desiderio Penchulef eligió afeitarse él mismo en la comisaría. Nunca más volvió a afeitarse, aseguró.

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Fuente :

anred.org

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