Andrés Carminati, docente de la Facultad de Humanidades y Artes de la UNR, analiza el intento de magnicidio a la vicepresidenta de la nación, articulando desde las violencias –en plural– de nuestra historia, los medios de comunicación y la nueva ultraderecha.
“Cómo serán las manos de quien las mueve gracias al odio”, canta Peteco Carabajal en una bella canción. De modo que el odio es acción, por lo tanto antes estuvo en potencia. En su génesis oscura abrevan las peores páginas de la humanidad. La violencia política es una de ellas. El intento de asesinar a la vicepresidenta de la Nación, Cristina Fernández, trajo el tema al frente de un devenir de episodios siniestros a lo largo de la vida institucional del país.
El Eslabón repasó el tema con el doctor en Historia Andrés Carminati, docente de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario. ¿Qué define a la violencia política? “Habría que comenzar hablando de violencias en plural, para distinguir a la violencia política que viene de arriba, de la que surge de abajo. La primera tiene que ver con el monopolio de la violencia legítima que utiliza la clase dominante con el Ejército, la policía, la misma violencia económica; está normalizada, regulada, y en determinados momentos se expresa en picos como la represión y las dictaduras”.
“Desde abajo también tenemos distintas formas de violencia política que emergen en contextos particulares, si lo pensamos más desde la sociología que desde la historia, que se dan en caso de desigualdad social, de regímenes políticos cerrados, autoritarios, momentos de crisis económica, política o de dirigencias”, explicó Carminati. Y consideró que “se puede pensar la violencia política en distintos contextos como algo que rompe con cierta normalidad, pero que no es totalmente exótico”.
Para Carminati, pensar desde este análisis a la historia argentina de mediano y largo plazo permite encontrar diferentes episodios, como las décadas de 1970 y 1980, que “son momentos de galvanización de la violencia política de la represión y de los de abajo, pero tampoco es un momento excepcional si agregamos la disputa entre unitarios y federales, el fusilamiento de Dorrego, la consigna «mueran los salvajes unitarios», la Campaña del Desierto, el levantamiento de los radicales en 1905”, enumeró. Y sumó los golpes de Estado de 1930, 1943, 1955, 1966, 1976, y el bombardeo de la Plaza de Mayo.
“Esto permite pensar que la violencia política no es una excepcionalidad ni algo exótico por fuera del devenir y desarrollo de la lucha social, política, de clase, y creo que emerge sobre todo en momentos de crisis económica y social”, señaló. El asesinato de Enzo Bordabehere, en el intento de disparar contra el senador Lisandro de la Torre, quien denunció la corrupción del gobierno de Pedro Justo en las exportaciones de carne vacuna durante la llamada Década Infame, 1930, ilustra lo que el historiador refiere como falta de excepcionalidad de violencia política.
“Más acá en el tiempo, anotamos los 40 asesinados en el 2001, un año después, los crímenes de Kosteki y Santillán en Avellaneda; más cerca todavía, la muerte de Santiago Maldonado. Todos esos son episodios que se relacionan con la violencia política desde arriba, y que se distinguen como tal porque son crímenes vinculados con determinados contextos políticos, reclamos sociales o ideología”, explicó. Y descartó el “individualismo puro” desgajado de contextos ideológicos y políticos. ¿Loquitos sueltos como se pretende en el intento de asesinato de la vicepresidenta? “En este caso se están revelando conexiones como los abogados del PRO. El acto de Fernando Sabag Montiel cada vez aparece menos como un acto individual, pero lo que más me impresionó, más allá de lo cerca que se estuvo de una tragedia y sus consecuencias, es que de alguna manera su acción encontró un eco reivindicatorio, no solamente en los grupos de ultraderecha, sino en un público más amplio, y eso, para mí, habla de un clima social del cual emerge ese acto”, consideró.
“Quizás este sea uno de los momentos de mayor desigualdad social, a nivel no sólo nacional sino planetario, con ocho personas que son dueñas de la mitad de la riqueza del mundo. En el país se acentuó mucho la desigualdad, también hay una crisis política de representación muy fuerte en la que, a su turno, cada porción del electorado se desilusiona pensando que le iba a ir mejor. Eso también da aire político a grupitos ultraderechosos, fascistas, que no dicen nada nuevo. El tema es la audiencia, tener eco”, analizó Carminati.
¿Por qué lo que hacen es escuchable? “Cuando hay bienestar económico y social, al menos el que se puede lograr dentro del capitalismo, esas voces no son escuchadas, pero las crisis le dan voz a estas corrientes políticas y, como la gente necesita una interpretación de lo que está pasando, ellos la dan echándole la culpa al Estado; a los pobres; a los inmigrantes, no sólo en Europa sino que acá también; a los populismos; a los políticos como aislados de las clases sociales”, enfatizó.
Además, dijo que estos grupos se ocupan de dar esa interpretación a la desigualdad social para correr del eje de la discusión a ciertos sectores. “Pueden haber otras respuestas y las miradas pueden empezar a detectar a los verdaderos culpables de la desigualdad, de la injusticia social, que son justamente los representantes de la gran burguesía argentina y transnacional”.
¿Qué rol tienen los mensajes de los medios de comunicación en la génesis de esos actos? ¿Horadan la subjetividad como el agua las piedras? “Esos mensajes son escuchados por algo, por ejemplo Viviana Canosa cambió su forma de hablar para vender, pero por qué vende, por qué la gente necesita escuchar todo eso, que alguien le ponga voz a sus sentimientos”. Además no pasó por alto el clivaje de quién es el que odia. “Me parece que en el ser humano y en la acción política no hay un único sentimiento que nos guía, como diría un pensamiento más esquemático, no dialéctico. Se puede amar algo y odiar lo contrario”.
Según Carminati, los medios de comunicación tienen poder porque reproducen en forma cotidiana una serie de valores ideológicos y políticos que sostienen la desigualdad. “No le quiero restar valor a los medios de comunicación que obviamente trabajan para justificar algunas cosas, condenar otras, y generar climas y ambientes. Pero si no hay una realidad a la cual tributar, quedarían en el aire”, enfatizó Carminati.
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