Detrás de la alternancia y disputas entre dos modelos dentro del sistema capitalista en Argentina se esconde una crisis del propio capitalismo criollo, donde el nivel de vida de su mayoría trabajadora tiende a la baja de manera discontinua pero sostenida en transcurso de las últimas décadas. En una nueva entrevista con ANRed, el economista Cristian Caracoche, autor del libro «Duhaldismo, kirchnerismo y macrismo – El capitalismo argentino y su recurrencia histórica», explica sus particularidades y reflexiona sobre el contexto latinoamericano y las dificultades del capitalismo global para dar respuesta ante la crisis sanitaria generada por la pandemia. Por Ramiro Giganti (ANRed).
En entrevistas anteriores, el economista explicó parte de lo escrito en su libro sobre situaciones recurrentes en el capitalismo argentino dónde la resistencia de la clase trabajadora a los embates se centró principalmente en cuestiones defensivas, para mantener conquistas logradas décadas atrás. Sin embargo, en los distintos procesos de crisis la recuperación nunca fue plena, siendo en el largo plazo un proceso de decadencia económica, con breves períodos de crecimiento. En esta entrevista, Caracoche amplia algunas ideas y comparte reflexiones posteriores a la publicación de su libro relacionando esta coyuntura con lo que ocurre en la región.
La economía Argentina se caracteriza por una fuerte irregularidad, pasando de recesiones a momentos de crecimiento, sucedidos por otra crisis, momentos de fuerte inflación, inversión y desinversión. ¿Qué diagnóstico hacés al respecto?
Efectivamente como vos decís, Argentina tiene un elevadísimo nivel de inestabilidad. Como para tener una idea, desde principios de los setenta para acá solamente hubo diez años con una inflación menor al 10%, quince años con superávit fiscal primario, seis con superávit financiero, y solo catorce años donde entraron más dólares de los que salieron por la cuenta corriente externa. A partir de lo anterior podemos decir sin miedo a equivocarnos que al menos en el último medio siglo, los desequilibrios y la inestabilidad han sido parte de la cotidianidad del capitalismo argentino.
Desde una mirada keynesiana, estos desequilibrios no revisten mayor importancia, ya que en el corto plazo el crecimiento económico es compatible con alta inflación o con déficits gemelos, y el largo plazo poco importa, ya que según el mismo Keynes, para esa altura “estamos todos muertos”.
Frente a este aforismo, la evidencia histórica muestra que acorde pasa el tiempo los desequilibrios se tornan cada vez más difíciles de controlar. En el mediano plazo, el déficit fiscal deriva en un crecimiento de la deuda pública, en un incremento de la emisión monetaria o en una combinación de ambas; el déficit externo trae consigo la escases de divisas y el riesgo de devaluación; y la inflación creciente puede transformarse fácilmente en hiperinflación. Dicho esto, queda claro que los nombrados desequilibrios son capaces de causar, de un momento a otro, una crisis de gran escala tales como las ocurridas en Argentina en 1989 o en 2001.
Como excepción, pueden darse algunas condiciones que permitan transitoriamente mantener los desequilibrios sin caer en las temidas crisis. Sin embargo, con el paso del tiempo estos desequilibrios igualmente afectan a la expansión de la economía por otras vías. Es bien sabido entre los economistas que a corto plazo es posible crecer simplemente incentivando a la demanda. Pero una vez que las empresas ocupan toda su capacidad instalada, para continuar en el sendero expansivo se requieren nuevas inversiones. Y estas nuevas inversiones exigen no solamente una elevada ganancia, sino también un ámbito de acumulación estable que permita realizar el cálculo de los beneficios futuros y asegure al empresario la libre disponibilidad y apropiación de la rentabilidad.
En función de lo anterior se entiende que la inestabilidad, además de causar repetidas crisis, también desalienta a la inversión, lo cual deriva en un proceso de crecimiento económico débil y ecléctico, que naturalmente tiene sus respectivas consecuencias negativas en las condiciones de subsistencia de la clase trabajadora.
Se utiliza mucho la palabra “inversión” como llave para la prosperidad… también como excusa a la hora de implementar medidas de ajuste. ¿Qué beneficios y perjuicios traería la inversión para la mayoría trabajadora?
Dentro del capitalismo, los países con mejores estándares de vida poseen un elevado nivel de capital por obrero -por ejemplo Japón o Alemania-, una abundante cantidad de recursos naturales por habitante -como Australia o Canadá-, o una combinación de ambas -como Noruega-. Cualquiera de estas situaciones trae aparejado un alto PBI per cápita, lo que implica en términos de la lucha de clases una mayor cantidad de recursos para disputar, decantando esto normalmente en mejores salarios y condiciones de vida.
Según los datos del Banco Mundial, Argentina no tiene una gran cantidad de capital por trabajador ocupado, y a pesar de lo que se suele creer tampoco se encuentra dentro del grupo de las naciones con mayores riquezas naturales por habitante. Más allá de que el país cuenta con la pampa húmeda que es una de las extensiones de tierra más fértiles del mundo, la matriz productiva que se desprende de sus recursos naturales es limitada y poco diversificada, lo que no solo implica que esté muy por detrás de países como Australia, Canadá o Noruega, sino que también la ubica varios escalones por debajo de pueblos vecinos como Brasil, Chile, Paraguay o Uruguay.
De no contar con los suficientes recursos naturales, para alcanzar niveles de vida relativamente aceptables, cualquier país capitalista debe aumentar su dotación de capital fijo -o como se dice coloquialmente, incrementar su inversión-, para así mejorar la productividad y posibilitar en el largo plazo mejoras salariales sostenidas.
Como dijimos anteriormente, para hacerse efectiva esta inversión se requiere de estabilidad y ganancias elevadas. La historia reciente nos muestra que los países que han completado estos objetivos lo han hecho a partir de enormes ajustes sobre la clase trabajadora, los cuales en no pocas oportunidades llegaron acompañados de feroces dictaduras. El Chile de Pinochet, la Corea de Park Chung-hee, la Indonesia de Suharto, o la China de Deng Xiaoping, son algunos ejemplos de cómo naciones que antaño tenían muy bajos niveles de ingreso, luego de varias décadas de hambre, sangre y fuego pudieron atraer a los inversores, avanzar en un proceso de acumulación de capital y crecimiento económico relativamente sostenido, y a la postre lograr ciertas mejoras concretas en las condiciones de vida de buena parte de su población.
Dicho esto, en términos estrictos podemos responder que sí, que la inversión suele traer consigo algún tipo de prosperidad material a la población. Sin embargo, bajo la lógica del capitalismo, esta prosperidad parece exigir un precio muy elevado, el cual, al menos por ahora, y a pesar de las intenciones de varios de sus dirigentes, la clase trabajadora argentina no parece dispuesta a querer pagar.
El trabajo de Caracoche se centra en la historia reciente del capitalismo argentino, pero su situación está ligada a lo que sucede a nivel global, y particularmente en la región. En este contexto resulta pertinente reflexionar sobre los despertares y las movilizaciones en países vecinos. Mientras un recurso argumentativo del paradigma liberal era poner de ejemplo a Chile como “país próspero y ordenado” ese argumento se vio fuertemente sacudido con el estallido social iniciado en octubre de 2019. Junto con el despertar de Chile otros países de la región experimentaron procesos similares. Ecuador, , incluso semanas antes que Chile, desató una fuerte lucha popular que dio el brazo a torcer al gobierno de Lenin Moreno, movilizaciones en Colombia y Perú se desarrollaron el año pasado, generando en este último la renuncia del presidente Vizcarra. Bolivia recuperó la democracia, y en este año Paraguay tuvo movilizaciones inéditas recordando la consigna “que se vayan todos”.
En intervenciones y artículos que escribiste señalas como característica de Argentina a una clase trabajadora, pese a todo, mas organizada y resistente que en otros países de la región y que eso le permite mantener conquistas, que entran en contradicción con intereses empresarios que para invertir necesitan medidas de ajuste. Lo planteas en relación a otros países vecinos cuyas clases obreras se presentan más “dóciles” y por eso reciben más inversión.
¿Cómo caracterizás lo que está pasando actualmente en países vecinos donde sus poblaciones se revelan, desde Chile, tantas veces puesto como ejemplo por parte de los liberales (y alguna vez también CFK) y más recientemente Parú y Paraguay, entre otros países latinoamericanos?
Luego de la publicación de mi libro comencé a estudiar de a poco el devenir histórico de la región. A partir de este análisis, noté que si bien en Latinoamérica no hay países ricos, sí hay algunos que, a diferencia de Argentina, han logrado de una u otra manera un crecimiento económico relativamente sostenido y ciertas mejoras en las condiciones de vida de su población en los últimos 50 años.
Obviamente que el mejor ejemplo de lo anterior es el caso chileno. El capitalismo del país trasandino, además de basarse en la explotación de abundantes recursos naturales, se desarrolló a partir de una sumisión casi total de su clase trabajadora a los dictados del capital, resultando esto en el largo plazo en un ámbito de acumulación estable y con elevadas ganancias, escenario ideal para la inversión. Más allá de los preconceptos que podemos tener, en lo que se refiere a indicadores económicos y sociales Chile exhibe resultados claramente superiores a los del resto del continente.
En el otro extremo vemos a Argentina: un país que inició la década de los setenta con niveles de vida muy por encima del resto de la región e inclusive de países europeos, y que cincuenta años más tarde cuenta con estándares similares al promedio latinoamericano y salarios de los más bajos medidos en moneda internacional.
A partir de lo descripto se nota que Argentina viene arrastrando una decadencia de largo plazo, y sus causas son tanto internas como externas. Previo a los años setenta, el país contaba con un stock de capital por obrero relativamente alto, fruto de un largo proceso de reinversión productiva de la renta agraria. Dentro de un capitalismo mundial que presentaba elevadas tasas aduaneras y altos costos de transporte y comunicación, el capital contaba con una limitada capacidad de movilidad, lo que empujaba a la burguesía local a reinvertir sus ganancias dentro del país. En este marco, dado un PBI per cápita elevado y una clase obrera movilizada, se hacía posible para los trabajadores argentinos contar con muy buenos niveles salariales y bajo desempleo.
Con la apertura comercial que implicó el neoliberalismo y el abaratamiento registrado en el transporte y en las telecomunicaciones, el capital ganó movilidad, y comenzó a reubicar su producción a lo largo del mundo, escapando así de aquellos destinos donde la clase trabajadora mostraba cierta fortaleza. Como ya dijimos, es en este contexto donde aparecen una serie de países que producto del disciplinamiento de su fuerza de trabajo atraen al capital, incrementan sus volúmenes de inversión, y en el largo plazo alcanzan algunas mejoras concretas para la población.
Volviendo a Argentina, lo descripto nos muestra que, más allá de los beneficios de antaño, hoy por hoy tener una clase trabajadora combativa pero reformista implica un enorme problema, ya que en tanto que la misma obstaculiza los planes del capital y desalienta la inversión, también bloquea todo avance de cualquier programa socialista, condenándose a sí misma a las estancadas y paupérrimas condiciones de vida actuales.
Ahora bien, yendo a la cuestión de las rebeliones que se han dado recientemente, creo que son esperanzadoras, sobre todo en un marco como el que venimos describiendo, donde el avance de la burguesía a lo largo de la región parece imparable. No obstante, entiendo que tenemos que tomar estos episodios como lo que realmente son, es decir, como una posibilidad de construcción, como una potencia. Desde el marxismo estamos acostumbrados a ver revoluciones en todas partes, y la historia no deja de remarcar nuestro exagerado optimismo.
Es alentador ver a la primera línea chilena combatir contra los carabineros, pero más alentador sería que esa primera línea se aliara con los trabajadores del cobre y los pescadores en una gran huelga general. Y todavía más alentador sería si esta alianza estuviera guiada por un programa que proponga la superación del capitalismo. Pero lejos estamos de eso. Y en tanto y en cuanto los conflictos que se vienen dando tanto en Chile, como en la región o en el mundo no se estructuren bajo un programa propio de nuestra clase, pasarán a la historia como un mero proceso más de revueltas derrotadas o cooptadas por parte del Estado burgués.
Sin embargo, cabe remarcar que es tarea de quienes nos reivindicamos de izquierda aportar todo lo que esté a nuestro alcance para lograr la victoria de los trabajadores, pero sabiendo que esta no es una labor para nada fácil, y el camino, aunque desafiante, es largo y tortuoso.
Uno de los temas más preocupantes en la actualidad es la crisis sanitaria en relación a la pandemia COVID-19. Además de las consecuencias económicas globales a partir de las muertes y contagios y las dificultades para llevar adelante medidas de confinamiento, el mundo empezó a desarrollar vacunas pero de manera desigual con muchas dificultades para su producción y distribución.
Mientras los modelos de centralización mediantes estados activos lograron un relativo éxito, como sucede con las vacunas en Rusia y China y los avances en Cuba (que además es uno de los modelos más exitosos en relación a la pandemia desde la prevención con menos de 50 muertes cada millón de habitantes), Europa atraviesa una fuerte crisis, tanto por nuevas olas de contagios como por la lentitud en el proceso de vacunación. En este contexto y a pesar de lo prematuro al tratarse de una situación que todavía se encuentra en desarrollo, Caracoche reflexiona sobre algunas características del capitalismo global que se expresan en esta crisis.
A más de un año de la pandemia por el COVID-19, y a pesar de ya tener diseñadas varias vacunas, el mundo sigue convulsionado. Por un lado la ciencia logró crear en tiempo record las vacunas, pero faltan las dosis y su distribución es muy desigual. En Argentina las vacunas llegan a cuentagotas. Después de una puja con Pfizer, las primeras dosis que llegaron y actualmente la mayoría de ellas vienen del instituto Gamaleya, una entidad estatal nacionalizada en 1919 durante los primeros años de la Revolución Rusa. Por otra parte en Argentina se pudieron producir dosis de la vacuna Astrazénca pero por acuerdos privados previos fueron a México para ser envasadas y actualmente estarían varadas.
¿Qué caracterización y diagnóstico tenés para esta caótica situación, desde tu visión como economista y tus análisis sobre el capitalismo?
Me cuesta mucho hablar sobre la pandemia, dado que todavía la estamos transitando, por lo que todas las conclusiones que saquemos son muy provisorias. Y todavía me cuesta más hablar de vacunas, ya que hay toda una trama de negociaciones y presiones políticas que se oculta a los ojos de los simples mortales.
Dicho lo anterior, obviamente que acuerdo en que se hace muy necesario el incremento en la producción de dosis, pero el capitalismo, más allá de la enorme acumulación de riquezas que ha amasado en el último siglo, se muestra impotente de realizarlo. Desgraciadamente esto no se podría solucionar como plantean algunos compañeros con consignas del tipo “liberalización de patentes”, ya que en el presente no existe la capacidad productiva ni la disponibilidad de recursos humanos especializados que son necesarios para escalar la producción en el corto plazo. Quizás sí se liberaran hoy esas patentes, siendo optimistas en 6 meses tendríamos las primeras vacunas, pero para esa altura imagino que el mercado mundial estará bastante más provisto de dosis.
En este sentido, nuevamente lo que manda es el monto y el tiempo de la inversión, y el ejemplo más ilustrativo es Cuba: más allá de las críticas que uno puede tener sobre el gobierno de la isla, se observa cómo a partir de una inversión inteligente en investigación y medicina preventiva lograron no solo una gestión relativamente buena de la pandemia, sino también un desarrollo de vacunas casi al mismo tiempo que los laboratorios financiados por los países capitalistas más ricos del mundo.
En un futuro donde según dicen varios expertos las pandemias se volverán todavía más frecuentes, se hace necesario avanzar hacia un modo de producción que deje de privilegiar la ganancia y pase a producir en función de las necesidades humanas, cuidando tanto a la población como al medio ambiente. Claramente ese modo de producción no es ni puede ser nunca el capitalismo, por lo que es cada vez más imprescindible comenzar a pensar, organizar y ejecutar su superación.
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