Por Inés Busquets | Ilustración: Nora Patrich
En la dinámica de la escritura y su aprendizaje solemos perseguir inconscientemente patrones masculinos. Desde una mirada autocrítica busco en mi biblioteca: Julio Cortázar, Ricardo Piglia, Abelardo Castillo, Roland Barthes, Jorge Luis Borges, Rodolfo Walsh, Horacio Quiroga, Walter Benjamin, entre otros; antiguos, modernos, contemporáneos, todos me hablan sobre el arte de escribir.
De un tiempo a esta parte me dediqué a indagar decálogos pero de mujeres. Ahí me di cuenta que cuando el lenguaje responde a una hegemonía hay cosas a las que se accede casi espontáneamente y otras a las hay que hurgar e investigar para encontrarlas.
Es por eso que en este proceso de apertura no solo tenemos que deconstruir el discurso sino también la biblioteca.
Siempre sostuve la idea de que leo almas y no géneros, sin embargo debo reconocer que ver solamente una percepción del mundo es sesgado y hasta cierto punto falso. Creo que la apertura engrandece la mirada del universo y la multiplica. Y es ahí en lo heterogéneo, en la diversidad, en el complemento donde va a estar el enriquecimiento y el verdadero saber.
De otra forma podríamos correr el riesgo de quedarnos con una sola historia como cuenta la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie: “Cuando comencé a escribir mis personajes eran blancos y de ojos azules, que jugaban en la nieve y comían manzana. Y en Nigeria no teníamos nieve. (…) mis personajes bebían cerveza con jengibre porque los personajes de los libros que leía bebían cerveza con jengibre. “Al nutrirse desde pequeña solo con literatura inglesa y norteamericana aceptó un pacto involuntario de concebir solo de esa manera las lecturas: “no sabía que personas como yo podían existir en la literatura. Mi descubrimiento de los escritores africanos me salvó de conocer una sola historia sobre qué son los libros.”
En algún punto no conocer la totalidad nos hace percibir solo una parte de la realidad. Y esto es aplicable a distintas cuestiones.
Cuando una piensa en los procesos creativos y en la escritura como formación se lanza de cabeza a conocer las experiencias de quienes transitaron los primeros pasos en la actividad para responderse desde cuándo escriben, cómo empezaron, qué leen, cuáles son las técnicas y diversos interrogantes que por más que quisiéramos equipararnos siempre son únicos e intransferibles.
Como señalaba al principio lo primero que encontramos es una sola perspectiva y la hemos naturalizado. Sin desmerecer a los grandes maestros es necesario empezar a registrar las voces femeninas de la literatura a la hora de la formación, siendo que siempre existieron, pero hace relativamente poco se empezaron a visibilizar.
Abordarlas a todas sería infinito, pero me pareció pertinente seleccionar algunas para poder explayarme en sus consejos a la hora de emprender este maravilloso arte.
Para Marguerite Duras “no se puede escribir sin la fuerza del cuerpo. Para abordar la escritura hay que ser más fuerte que uno mismo, hay que ser más fuerte que lo que se escribe (…) Un escritor es algo extraño. Es una contradicción y también un sinsentido. Escribir también es no hablar. Es callarse. Esa aullar sin ruido. Un escritor es alguien que descansa con frecuencia, escucha mucho. No habla mucho porque es imposible hablar a alguien de un libro que se ha escrito y sobre todo de un libro que se está escribiendo. (…) porque un libro es lo desconocido, es la noche, es cerrado, es eso. El libro avanza, crece, avanza en las direcciones que creíamos haber explorado, avanza hacia su propio destino y el de su autor, anonadado por su publicación: su separación, la separación del libro soñado, como el último hijo, siempre el más amado. Un libro abierto también es la noche. “
Clarice Lispector en la misma dirección introspectiva dice: “Actúo como una sonámbula. Al día siguiente no reconozco lo que escribí. Solo reconozco mi caligrafía. Y encuentro cierto encanto en la libertad de las frases, sin que me importe mucho la aparente desconexión. ““En la palabra está todo. Sin embargo, ojalá yo no tuviera este deseo errado de escribir.” “Escribir es el mismo proceso del acto de soñar: se van formando imágenes, colores, actos y sobre todo una atmosfera de sueño que parece un color y no una palabra.”
El cuerpo como instrumento, como canal, como refugio, fuera de toda habilidad la palabra para estas escritoras nacen (según Lispector) no se hacen.
Esto no significa que las mujeres solo transmitan emoción a la hora de enseñar, Liliana Villanueva en Las clases de Hebe Uhart reproduce la voz, la técnica y la pericia de la escritora. Para señalar solo dos o tres ejes: “Cada persona mira y escucha cosas distintas y el desafío está en encontrar la propia voz.” “Inflar el rol del escritor conspira contra el producto, porque la vanidad aparta al que escribe de la atención necesaria para seguir a su personaje o situación.” “Y la literatura es lo particular, son los detalles. La literatura es un terreno resbaloso: es íntimo y es público a la vez. Para escribir no importan tanto los hechos sino la repercusión de esos hechos en mi o en mis personaje.” “Así como no digo todo lo que pienso, no voy a escribir todo lo que se del tema.” “Para escribir hay que saber mirar y saber escuchar cómo habla la gente.”
Esto es solo el principio de un sinfín de enumeraciones prácticas e imprescindibles no solamente para la escritura sino para la vida.
Para Flannery O´Connor “La escritura de ficción rara vez tiene que ver con decir cosas, tienen que ver con mostrar cosas. No obstante la ficción se enriquece con el uso del detalle, no refiere al simple y mecánico ejercicio de amontonarlos. El detalle tiene que ser controlado por el propósito real, y cada detalle deberá ser colocado para trabajar en su favor. El arte es selectivo. Lo que aparece en él es esencial y produce movimiento.” “La ficción es un arte que requiere la más estricta atención a lo real, sin importar que el escritor esté escribiendo un cuento realista o uno fantástico. Lo que quiero señalar es que siempre comenzamos con lo que es o con lo que tienen la posibilidad eminente de ser verdad. Hasta cuando se escribe una fantasía, la realidad es su base más apropiada. Algo resulta fantástico porque es tan real; tan real que resulta fantástico.”
La escritura siempre es un acontecimiento. Un universo nuevo que se concibe con cada palabra. Un puente directo entre el espíritu y la materia. Recorrer estas voces es encontrarse y abrirse a una mirada necesaria. Dejar el lugar de musas para ocupar el rol de hacedoras de palabras.
Sembrar un camino, transitarlo una y otra vez hasta internalizar este gran acierto de Anne Sexton: “Un escritor con un mueble hace un árbol.”
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