En diciembre de 1956, Ernesto estaba combatiendo en Sierra Maestra. En un momento de descanso entre mates y habanos, surgió una interesante anécdota relatada por Raimundo Pacheco Fonseca. APU la recrea en esta nota.
Por Lois Pérez Leira | Ilustración: Diego Birman
En México, Ernesto Guevara se contacta con los exiliados cubanos “moncadistas” que estaban preparando el desembarco revolucionario en Cuba. Es así como conoce al jefe del Movimiento 26 de Julio, el abogado Fidel Castro. En carta a sus padres, el Che expresaba: "(...) En tierra azteca me volví a encontrar con algunos elementos del 26 de Julio que yo había conocido en Guatemala y trabé amistad con Raúl Castro, el hermano menor de Fidel. El me presentó al jefe del Movimiento cuando ya estaban planeando la invasión a Cuba (...) Charlé con Fidel toda una noche. Y al amanecer ya era el médico de su futura expedición”.
La amistad de Ernesto con Fidel a partir de aquel encuentro sería muy intensa y fraternal. Aparte de las reuniones políticas o de formación militar, ambos amigos tenían periódicos encuentros, donde hablaban de distintos temas teóricos y de política internacional.
En una de aquellas reuniones fraternales nos relata Gadea: “Recuerdo la primera vez que le ofreció tomar mate a Fidel, este, que nunca lo había bebido, se negó a aceptarlo por dos motivos: primero, porque el mate era amargo; en segundo lugar, porque lo hallaba poco higiénico el hecho de que la bombilla pasaba de mano en mano, bebiendo todos del mismo recipiente. Ernesto se reía y se metía con él, insistiendo para que probara, hasta que Fidel tomo coraje y bebió, inicialmente con cierto asco, pero por fin también se habituó”.
Pasaron unos meses y en diciembre de 1956 Guevara ya se encuentra combatiendo en Sierra Maestra. En aquellas condiciones duras de la montaña comienza a fumar los primeros habanos, a pesar de su asma crónica. Cuando algún compañero lo criticaba por fumar, nos cuenta su amigo el doctor Oscar Fernández Mel, se sonreía y decía que era para ahuyentar a los mosquitos. En la mochila del Che lo que no podía faltar eran algunos libros y la yerba para matear, en los momentos libres, que eran pocos.
En uno de esos momentos de descanso entre mate y mate, con el cura y Comandante Guillermo Sardiñas, surge esta interesante anécdota, que nos cuenta Raimundo Pacheco Fonseca: “El Che nos pregunta al padre Sardiñas y a mí: ¿Quién se dispone a hacer un poco de mate? El cura me mira: ¡Arriba Pacheco!, yo voy por agua y tú lo haces. Y el Che anuncia: Yo voy a graduar.
Tomó la cajita y vació un poco de mate en una cafetera grande que al mismo tiempo le servía de olla. Yo nunca lo había tomado y pensé que era una cosa buena de beber. Ellos se pusieron a conversar de tangos y Sardiñas dijo que 'Adiós Muchachos' era el tango que más le gustaba y entonces el Che le dice al cura que el tango que más le gustaba era 'Como abrazado a un rencor'”.
Se trata de un tango de Antonio Miguel Podestá y Rafael Rossi, interpretado por Carlos Gardel. Era, parece ser, uno de los tangos preferidos de esas noches donde los combatientes descansaban a la espera de muchos combates. La letra dice lo siguiente:
"Está listo", sentenciaron las comadres y el varón,
ya difunto en el presagio, en el último momento
de su pobre vida rea, dejó al mundo el testamento
de estas amargas palabras, piantadas de su rencor...
Esta noche para siempre terminaron mis hazañas
un chamuyo misterioso me acorrala el corazón,
alguien chaira en los rincones el rigor de la guadaña
y anda un algo cerca ´el catre olfateándome el cajón.
Los recuerdos más fuleros me destrozan la zabeca:
una infancia sin juguetes, un pasado sin honor,
el dolor de unas cadenas que me queman las muñecas
y una mina que arrodilla mis arrestos de varón.
Yo quiero morir conmigo,
sin confesión y sin Dios,
crucificao en mis penas
como abrazao a un rencor.
Nada le debo a la vida,
nada le debo al amor:
aquélla me dio amargura
y el amor, una traición.
Yo no quiero la comedia de las lágrimas sinceras,
ni palabras de consuelo, no ando en busca de un perdón;
no pretendo sacramentos ni palabras funebreras:
me le entrego mansamente como me entregué al botón.
Sólo a usté, mama lejana, si viviese, le daría
el derecho de encenderle cuatro velas a mi adiós,
de volcar todo su pecho sobre mi hereje agonía.
Más tarde – nos sigue relatando Raimundo Pacheco- pasaron “a hablar de la segunda guerra mundial y luego de cosas científicas que yo no comprendía. Cuando el mate estuvo listo, el Che tomó la cafetera y llenó tres latitas (mate cocido): una se la alcanzó al cura, una a mí y él se quedó con una. Cuando probé el mate puse la lata en el suelo y les dije que eso era más amargo que la hiel. Ellos se lo tomaron como si hubiesen sido agua”.
Video: “Como abrazado a un rencor”
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