Paul Thomas Anderson regresa con su nueva película, Licorice Pizza, donde nos invita a recorrer el valle de San Fernando con una comedia romántica y un espectacular homenaje a la década de los setenta.
Por Sofia Manin
El 26 de noviembre de 2021 marcó el regreso de Paul Thomas Anderson. En Licorice Pizza, su noveno film, vuelve a navegar tierras conocidas. La elección de Los Ángeles como ubicación para narrar la historia de amor entre dos jóvenes lo vuelve uno de sus trabajos más autobiográficos hasta el momento. En este sensacional coming of age el valle de San Fernando cumple un rol fundamental, ya que se desarrolla como un personaje protagónico más. Una declaración de amor al lugar donde el director creció.
La obra, nominada a Mejor Película en los Premios Oscar, está dirigida, producida y escrita por el mismo Anderson, que también participó de la dirección de fotografía. Una característica notable del film grabado en 35mm y plagado de planos secuencia. Está claro que el director estadounidense no tiene la llegada a grandes audiencias con la que otros cuentan. Sin embargo, su filmografía siempre ha sido elogiada por la crítica y, esta vez, Licorice Pizza ha alcanzado el quinto lugar entre las preferidas del publico de nuestro país durante el fin de semana de su estreno, lo que quizás se deba a la brisa fresca que transmite durante sus dos horas de duración, y al debut de intérpretes sin experiencia en la pantalla grande.
Licorice Pizza utiliza a Hollywood y sus estrellas como “fondo” para narrar una historia de amor inocente entre dos jóvenes que se encuentran casualmente en el pasillo de la escuela, el día de la foto escolar. Alana Kane (Alana Haim) y Gary Valentine (Cooper Hoffman) crecieron en el Valle de San Fernando, pero nunca antes se habían visto. Él es un actor principiante y muy seguro de sí mismo. Ella, con algunos años más, se encuentra totalmente perdida y en busca de un camino más prometedor que ser ayudante en una compañía de fotografía, por lo que se deja llevar por las aventuras que Gary propone. A sus 25 años pareciera que vive la vida como una joven de 15, mientras el adolescente Gary existe y se muestra al mundo aparentando tener 25. Una madurez a la inversa que los complementa.
Con el paso del tiempo su relación se hace más profunda, sosteniendo siempre la chispa platónica, avanzan juntos hacia la llegada a la adultez. Anderson narra de manera inteligente, encapsulando momentos clave de su historia, casi como un recuerdo detrás de otro. Por eso el film está en constante movimiento, como Alana y Gary que se la pasan corriendo cual almas libres y enérgicas, reflejo directo de la libertad adolescente en los 70. La sensación de tener miles de posibilidades al alcance, pero sin dejar de subrayar problemas de la sociedad estadounidense del momento.
Otro aspecto a destacar es la cantidad de guiños y referencias a obras anteriores del director. Por ejemplo, en Punch drunk love (embriagado de amor, en español), una característica muy fuerte de los personajes es la inocencia, la misma con la que Gary y Alana entablan su relación— y también venden colchones—. Por otro lado, Licorice Pizza maneja los mismos niveles de euforia que Magnolia, y el traje de Gary en la escena final coincide con el que usa Dirk Diggler en The dirk diggler story.
Las pequeñas tramas que aparecen a lo largo de la película se complementan a la perfección. Los protagonistas, juntos o por separado, viven momentos decisivos que los forman como personas. Ella busca enamorarse de todos los hombres que aparecen en su camino y se idealiza profundamente en una relación. Hasta que aparece, sin buscarlo, en la mesa junto al candidato a alcalde y su pareja. Es en ese instante donde finalmente comprende, entiende el amor y que su destino siempre ha sido Gary. Un vínculo construido con tiempo y sin demasiada idealización. En cambio, él, siempre más seguro, menciona en los primeros minutos de la obra: “Conocí a la chica con quien me casaré”.
Tanta glorificación de la inocencia y la representación de la belleza alejada de los cánones hollywoodenses hacen a este proyecto inmensamente natural, incluso con cameos paródicos a la fama. La incertidumbre, la ilusión y la ambición de los personajes logra mantener el ritmo transmitiendo nada más que amor. Amor al cine y a la vida. Dan ganas de correr con ellos hasta el agotamiento. Porque el amor no es más que Alana y Gary: es torpe, eufórico e incluso infantil, pero te mantiene vivo.
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