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Las madres en la disidencia feminista. Entre el feminismo maternalista y la investigación situada


04-04-2021 16:12:41
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«Observamos cómo la diversidad que actualmente cabe en el feminismo no tiene en cuenta a las madres y existe mucha resistencia a incluir dentro de los manifiestos sus reivindicaciones», escribe la autora. Por Julia Cañero Ruiz (Para Pikara Magazine)

A partir del 15 de mayo de 2011 asistimos a un cambio en las movilizaciones en España, y se produjo un resurgir de muchos colectivos sociales que habían estado hasta entonces bajo mínimos, invisibles o bien fagocitados por las instituciones (como pasaba con el feminismo). En el 15M salieron muchas personas a la calle, se crearon nuevas movilizaciones pero también aumentaron las ya existentes y se reforzaron, aunando activistas de toda la vida con personas que acababan de entrar en los activismos. No podemos separar la primera huelga feminista de este ciclo de movilizaciones, a pesar de ocurrir varios años después, de hecho, muchas de las dinámicas que se llevaron a cabo entonces fueron herencia de las formas de activismo en las plazas. La primera huelga feminista el 8 de marzo de 2018 también produjo un cambio importante en el feminismo, se evidenció la existencia de feminismos diversos y surgieron colectivos nuevos cercanos al territorio, a partir de las comisiones creadas para la preparación de la huelga. Estos colectivos se identificaban en su mayoría con un feminismo autónomo, alejado de las instituciones, aunque en algunos casos se producía una confluencia de diferentes corrientes y de activistas de diferentes edades.

En estos nuevos feminismos se abre un debate sobre la diversidad de las mujeres, al comprobar que el discurso del feminismo hegemónico, a menudo desarrollado desde las academias occidentales, daba respuesta a un determinado modelo de mujer homogéneo, que era exportado al resto, pero con el cual muchas mujeres no se sentían identificadas. La idea de interseccionalidad comienza en el feminismo negro, cuando muchas activistas eran definidas como mujeres dentro del feminismo y como negras dentro del activismo antirracista, sin encontrar un punto de encuentro entre sus activismos y debiendo separar aspectos de su identidad que son inseparables. Como decía Kimberlé Crenshaw: “Si soy mujer, no soy negra y si soy negra, no soy mujer”. O como denunciaba Audre Lorde cuando contaba que se encontraba entre el racismo de las feministas blancas y la homofobia de sus hermanas negras. “¿Acaso no soy yo una mujer?” planteaba muy acertadamente Sojourner Truth ya en el siglo XIX. En esta diversidad podemos encontrar mujeres racializadas, mujeres migrantes, mujeres lesbianas y trans, mujeres rurales, mujeres precarias, etc. que no se sentían identificadas con parte de este discurso homogeneizador de un feminismo blanco, occidental, heteronormativo y de clase media.

Pero, ¿qué sucede con las maternidades? Las mujeres madres (aun atravesadas por otras identidades) han visto cómo se ha negado la entrada dentro del movimiento feminista a un aspecto fundamental de su identidad, porque identificarse como madres no se ha considerado disidente ni transgresor, sino una vuelta al hogar y a la idea de feminidad patriarcal. Por lo tanto, la experiencia de la maternidad quedó bloqueada y fuera de todo debate feminista, a no ser que se tratase del derecho a no ser madre (a través de la necesaria lucha por el aborto libre y gratuito).

Este hecho ha traído graves consecuencias para muchas mujeres a quienes la maternidad las atraviesa y, sin embargo, deben desprenderse de ella para hacer lucha feminista. También ha tenido consecuencias para considerar los movimientos de madres como luchas feministas. Algunos ejemplos: los movimientos de supervivencia comunitarios (Piqueteros) que surgieron en la crisis de Argentina en 2001 fueron iniciados por mujeres, sin embargo, como explica Diana Maffía, cuando los hombres se apropiaron de ellos, las mujeres continuaron organizadas a través de un feminismo espontáneo, pero con demandas que chocaban con el feminismo imperante, por ejemplo pedían subsidios para madres monomarentales. Estas demandas no son bien recibidas por chocar con la teoría feminista (pensaban que estos subsidios volverían a considerar a las madres como únicas responsables del cuidado de sus criaturas). Así, una demanda feminista es percibida al mismo tiempo como una demanda antifeminista, en función de la óptica con que se mire. Otros ejemplos los cuenta María Míes en Ecofeminismo. Míes nos relata cómo el feminismo alemán criticó al movimiento de madres que surgió tras el desastre de Chernobil por idolatrar la maternidad, como hacían los nazis. También pone como ejemplo el Manifiesto de las madres publicado por un sector del Partido Verde para cuestionar que el partido se centrara en mujeres solteras y con estudios, dejando fuera a madres con criaturas. Este sector también fue también acusado de fascista. Natalia Cabanillas, cuando nos habla del maternalismo sudafricano, explica cómo para algunas autoras era una propuesta política revolucionaria pero para otras, conservadora. En España, los activismos de madres de grupos de apoyo a la lactancia materna no se han considerado feministas, incluso aunque estuviesen defendiendo los derechos de las mujeres frente a un sistema sanitario patriarcal que somete nuestros procesos. También la Asociación PETRA Maternidades Feministas, a pesar de estar inmersa dentro de muchas coordinadoras feministas en numerosos territorios, se tiene que enfrentar a rechazos por ser portadoras de un discurso que algunas consideran esencialista. Observamos cómo la diversidad que actualmente cabe en el feminismo no tiene en cuenta a las madres y existe mucha resistencia a incluir dentro de los manifiestos sus reivindicaciones. Poco a poco, conceptos como violencia obstétrica, maternidades judicializadas u otro tipo de maternidades “no normativas” son tenidas en cuenta, pero cuando se quiere poner sobre la mesa la ausencia de derechos y recursos para la crianza, el feminismo imperante solo ofrece estas opciones: primero, externalizar los cuidados; segundo, hablar de hombres igualitarios; tercero, obviar la maternidad; cuarto, defender la no maternidad. De esta forma, aquellas madres feministas que quieran ejercer un determinado estilo de crianza, aun pensando que esta crianza rompe con los modelos capitalistas patriarcales, serán acusadas de madres intensivas, concepto desarrollado por Hays y Badinter y después desarrollado por numerosas autoras, y serán analizadas, desde lógicas salvacionistas y paternalistas, como mujeres que han asumido los discursos del patriarcado. Se produce una criminalización de las madres, cuyas prácticas (como la lactancia materna) quedan fuera de las lógicas feministas hegemónicas.

Por eso, muchas madres observamos con tristeza cómo nuestras compañeras feministas, en lugar de luchar para que podamos elegir, eligen por nosotras. Así, nos proponen la externalización como la mejor y única opción, a través de guarderías gratuitas o una bolsa pública de cuidados externalizados. Quiero pensar que lo hacen desde el desconocimiento al no tener delante de ellas a su bebé de 16 semanas al que tienen que abandonar. Teorizan al bebé y lo vuelven abstracto, pero las personas no somos teorías, vivimos una realidad que nos atraviesa. Las madres sabemos desde hace tiempo que las teorías no nos sirven, cuando descubrimos cómo el modelo de crianza que aprendimos solo nos produjo quebraderos de cabeza: los bebés se rebelan, no asumirán jamás nuestra organización adultocéntrica de la vida. Permitir que las madres elijan significa que deben existir alternativas: no solo recursos externos decentes, además se debe otorgar tiempo y recursos a las familias para que decidan si quieren maternar durante más tiempo, por supuesto con un cambio en el modelo laboral para que este paréntesis no suponga un retroceso en su vida profesional. Las madres que deciden coger excedencias sin remunerar, viendo mermada su economía, para poder criar más tiempo, son sometidas a juicio. Esto nos recuerda a la negativa de algunas feministas para conceder el derecho al voto de las mujeres, por si acaso votaban lo que decían sus maridos. En este caso es peor aún, porque muchas de estas madres tienen relaciones de pareja que se alejan de los modelos patriarcales y no influyen en sus decisiones. Además, esta decisión suele ser criticada por la sociedad y por la familia, por muy patriarcal que sea (el patriarcado hoy no se puede separar del neoliberalismo, donde el empleo es la base de la valoración como personas). Igual que te preguntan a cada rato cuando piensas quitar el pecho a tu criatura, también te preguntan sin cesar cuándo vas a volver a trabajar. Porque para esta sociedad, maternar no es un trabajo. Hoy, una madre que cría en lugar de ir a su empleo será considerada un ser inútil, retrógrado y ocioso. No es fácil, por lo tanto, tomar esta decisión (suponiendo que puedas permitirte decidir).

Respecto a los padres, que autoras feministas tengan esa obsesión con los hombres solo ocurre cuando hablamos de maternidad. Se produce una romantización del padre como un hombre progresista y el desprestigio de la madre como una mujer reaccionaria. Se celebran las custodias compartidas (aunque sean impuestas), se celebra el piel con piel paterno (estando la madre), se celebran imágenes de padres con biberón (porque dar el pecho se considera esencialista), se impulsa el aumento del permiso de paternidad (dejando a un lado la demanda de las madres de un permiso de maternidad más amplio), etc. De hecho, autoras feministas (como Hays) proponen que la solución a esa “ideología de la maternidad intensiva” es la incorporación del padre a la crianza. Todas las madres feministas defienden y practican la corresponsabilidad, y ven urgente una educación en feminismo, solo que la idea de corresponsabilidad es mucho más amplia y no se basa en igualitarismos que pueden llegar incluso a usurpar procesos justo en el tiempo de la crianza temprana, donde mujeres y bebés forman una díada. “El embarazo es mío, el parto es mío, las tetas son mías”, dicen las madres. Así, la proclama “mi cuerpo, mi decisión” debería aplicarse a la hora de querer interrumpir un embarazo no deseado, pero también a la hora de llevar a cabo la crianza temprana, pues es un tiempo que afecta enormemente a nuestros cuerpos. Muchas madres nos preguntamos por qué hay una obsesión con que los padres cuiden en solitario a bebés lactantes, pero después, cuando el cuidado sí debería ser igualitario, no encontramos apenas padres en reuniones del colegio, grupo de WhatsApp de la clase, médico, actividades extraescolares, etc.

Que las maternidades entren en el feminismo supondría incluir las demandas de las madres y de las criaturas, adaptar espacios y horarios para el activismo y posiblemente se adoptarían muchas dinámicas que se generan en el ámbito de los cuidados. Significa incluir a la infancia en las manifestaciones, a través de espacios adaptados, porque muchas madres feministas no quieren hacer huelga de cuidados, quieren que se visibilicen los cuidados en la calle, que sus hijas e hijos formen parte de la protesta, pero con una tribu feminista que acompañe y que permita su activismo. Una madre feminista de PETRA fue a la manifestación del 8M de Asturias con su bebé lactante y con un cartel que decía “servicios mínimos”. Porque dejar de cuidar no siempre es posible, ni sustituible, ni deseado (sobre todo con personas dependientes), no es igual que dejar de limpiar un baño. Que el feminismo entre en las maternidades generaría un pensamiento crítico de maternidades libres, mujeres que luchen por sus derechos sabiendo que la negación de la experiencia de la maternidad y la invisibilización del trabajo de cuidados es producto del patriarcado y del capitalismo. Las madres hace tiempo que nos organizamos en grupos, por la necesidad de tribus donde compartir experiencias reales y diversas, para no dejarnos llevar por consejos externos que romantizan o criminalizan la maternidad, ambos generando culpa en las madres.

Somos conscientes de cierto antimaternalismo en los orígenes del feminismo, como ya expuse en otro artículo, en un tiempo donde la maternidad fue considerada causa de opresión de la mujer, como exponía Beauvoir y tantas autoras posteriores. Así el feminismo de la igualdad solo consideró la liberación de la mujer accediendo al mundo de los hombres, eliminando por lo tanto las diferencias, entre las que se encontraba la maternidad. Sin embargo, las corrientes actuales, por mucho que quieran profundizar en la interseccionalidad o en la radicalidad del feminismo, siguen manteniendo estas lógicas antimaternalistas. Así, los feminismos que asumen corrientes posmodernas excesivamente constructivistas, como los activismos queer, generan un rechazo hacia los procesos biológicos y fisiológicos que son fundamentales para defender algunos procesos sexuales de las mujeres, como el embarazo, parto, posparto, lactancia materna, exterogestación y puerperio. Es urgente establecer perspectivas bioculturales. Por otro lado, desde el feminismo radical actual se ha producido un acercamiento a la biología para defender su postura, sin embargo, las maternidades dentro de estas corrientes siguen estando silenciadas (se critica el borrado de las mujeres, aunque siguen borrando a las madres). En los feminismos decoloniales es más fácil encontrar cabida para las madres. Por un lado, el reconocimiento de las luchas de mujeres en otras partes del mundo, a veces con sus criaturas a cuestas, produce una deconstrucción de los universales creados por las lógicas feministas occidentales . Por otro lado, la necesidad de un conocimiento situado pone en tela de juicio que algunas mujeres puedan hablar por boca de otras, como nos ha pasado durante mucho tiempo a las madres, pues la mayoría de teóricas feministas o no fueron madres o han tenido que renunciar a la crianza para poder ascender profesionalmente en un mundo de hombres. Sin embargo, una cosa es la teoría y otra la práctica, así que aunque en teoría las madres deberíamos ser acogidas en estos feminismos decoloniales, aún queda presente cierta hermeneútica de la sospecha.

Que muchas madres feministas, antes de ser madres, fueran educadas en una cierta perspectiva antimaternalista, demuestra cómo la catarsis que produce la maternidad debería tenerse en cuenta a la hora de hablar de procesos que se desconocen. No digo que una investigadora no madre no pueda hablar sobre maternidades, pero debería ser consciente del discurso cultural en el que se encuentra inmersa, desprenderse de él y hacer un arduo trabajo de campo con numerosas madres diversas. Si no se hace esto, el resultado es el siguiente: se reproducen teorías antimaternalistas y se proyectan estas teorías en el trabajo de campo realizado haciendo interpretaciones personales del discurso de las madres para dar cabida a la tesis inicial de la investigadora. Debo reconocerlo, a mí me pasó cuando estudiaba el máster, en la asignatura de género (antes de ser madre, de hacer tribu y activismo con madres, y de hacer trabajo de campo en espacios de madres), por eso comprendo que es fácil dejarse llevar, aunque después deberíamos hacer un ejercicio de autocrítica. Sin embargo, seguimos encontrando estudios, financiados y publicados, con estos enormes sesgos. Por ejemplo, si una madre en una entrevista dice que rechazó un empleo para cuidar a su criatura, la interpretación de la investigadora sería que la madre estaba sometida por discursos de feminidad (aunque nunca lo hubiera estado antes), que tenía un mal empleo o no tenía otras opciones (aunque no sea real), que el padre no se implicaba (aunque tuviese una pareja corresponsable), y lo más importante, que se encuentra sometida a una ideología de maternidad intensiva, aunque ella no sea consciente. Nunca se contempla como una posibilidad la libre elección de las madres, incluso aunque se consideren feministas. Así, querer amamantar se considera fruto de las campañas de un sistema sanitario patriarcal, aunque las madres sabemos que el sistema sanitario dificulta en la práctica la lactancia materna y que nuestras tetas deberían estar dentro del interés feminista más que los negocios de empresas multinacionales de sucedáneos de leche. Querer dedicarle un tiempo a tu criatura es percibido como una ideología neoliberal y sin embargo ser explotada en un mercado laboral capitalista no. Se habla de maternidad intensiva, pero no de trabajadora intensiva. Nos esclaviza el hijo o la hija, pero no el jefe. Quizás se debe a que muchas teóricas feministas tienen empleos decentes fruto de una profesión elegida y están más cerca de los techos de cristal que del suelo pegajoso. Cuando algunas madres entrevistadas dicen que su criatura es ahora su prioridad, o que se sienten culpables cuando se incorporan al empleo, se las vuelve a considerar atrapadas en una ideología maternal impuesta, no se plantea la grave situación de falta de recursos y la inexistencia de permisos amplios, por lo tanto, no se hace una crítica transformadora a un sistema que no tiene en cuenta el valor de los cuidados.

Las investigaciones que parten de estas premisas externas, es decir, de ideologías antimaternalistas, no serán jamás objetivas porque siguen manteniendo presunciones que no ayudan a desentrañar todos los aspectos de la experiencia maternal. Peor aún es cuando esas investigaciones están avaladas (y financiadas) por universidades o amadrinadas por autoras reconocidas. Al final, cuando desde ámbitos universitarios queremos acceder a investigaciones sobre maternidades nos damos cuenta de que existe mucha teoría abstracta de citas que se repiten sin cesar y pocas voces de madres. Que demasiadas madres con niños y niñas pequeñas no se sientan identificadas con esas investigaciones debería ser suficiente para que nos parásemos a pensar qué se está haciendo mal. Como investigadoras y como activistas feministas, es nuestra obligación.

 

 

Fuente :

anred.org

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