Infancia, barrio, amores y desamores atraviesan Enredaderas en el aire, el flamante libro de Santiago Garat, que se presentará el miércoles 27, en el Atlas. “Escribir es una manera de exorcizar fantasmas”, dice el autor.
Santiago Garat era un niño disfrazado del Zorro que esperaba a los invitados a su cumpleaños. Antes de que llegaran, cayó en una zanja con agua podrida. “Terminó siendo mi cumpleaños con todos disfrazados menos yo”, se ríe, ahora. “Son imágenes solamente, porque no tengo el recuerdo de cómo era yo, qué miedos tenía, cuánto me afectaba la ausencia de mi papá” Eduardo, desaparecido por la dictadura.
El traje del zorro es el nombre de uno de los cuentos de su flamante tercer libro Enredaderas en el aire, que contiene, entre varios otros, a Tengo y El caminito de la muerte, textos en los que también se coló esa historia del disfraz. “Apunto a que una imagen que me lleve a la infancia me dispare algo que, por supuesto, después excede a la infancia y me permite decir cosas que necesito decir en este momento. Y que quien lo lea se sienta interpelado, porque hablo de violencia institucional, violencia de género, de hambre, del frío que pasan los pibes”, explica el también director de este semanario y presidente de la cooperativa La Masa, que lo produce. “Es tratar de rescatar lo que se pueda de aquellos años felices y tristes a la vez, como la vida misma”.
El miércoles 27 de noviembre se presentará en el Complejo Cultural Atlas (Mitre 645) a las 19.30. El fútbol y el deporte, temas que atravesaron El sol era la pelota y parte de Nos espera el mar, quedaron en tiempo de descanso. Por ahora.
Entre la vasta cantidad de cuentos escritos, Garat seleccionó en 2018 los de fútbol, o los que tenían al fútbol como excusa, para publicar El sol era la pelota. “Mi teoría, viéndolo ahora a la distancia, es que pensaba en qué iba a contestar cuando me preguntaran de qué se trataba el libro. Y ahí la respuesta era «de fútbol». Como que tenía a mano la salida elegante”, confiesa. Pero en Nos espera el mar (2021), el segundo, “me saqué esa mochila”. Sí, aclara, “aparecía el fútbol, porque está muy presente en mi vida, pero no en todo el libro”.
En Enredaderas en el aire, sin embargo, la pelota no rueda por sus páginas. “A último momento, mientras decidía qué cuentos incluir y cuáles no, decidí guardarme los de fútbol para un futuro sucesor de El sol era la pelota. El próximo me gustaría que vuelva a tener esa impronta del fútbol, con un nombre incluso bien futbolero”.
Pelotas y potreros afuera, la escritura breve y cruda se mantiene. Garat escribe cuentos o poemas, birome y papel mediante, como quien escupe. Los saca de adentro rápido, en cuestión de un rato, y casi ni pasan por edición. Solo y por las noches, “empiezo a escribir y lo que arranca (una imagen, la noche, un barrio, una luna, una pelota) de golpe termina. A veces pienso en desarrollarlos, escribir más sobre algún personaje, un escenario, una imagen”, pero ahí quedan, como si agregar una sola palabra estuviera de más, pese a la brevedad. “Con el tiempo fui decidiendo dejarlos como están. Los de ahora, como salieron quedaron”.
Garat no tiene del todo claro de dónde le sale esa característica de la brevedad, pero ensaya una posible respuesta: “Creo que hay algo de esta nueva era de las redes sociales, que cada vez se lee menos. O en el periódico (El Eslabón, éste), que viene con menos páginas, o en nuestro portal Redacción Rosario que se busca destacar más título y bajada. Lo primero que hice con los textos que más me gustaban fue publicarlo en las redes, y si hubiesen sido muy largos difícilmente alguien los hubiese leído. Ya el tener que apretar el botoncito de «leer más» nos deja afuera”.
Una botella tirada en la calle, un auto eternamente estacionado. El árbol, el tapial con una inscripción peronista, el portón. La luna y las estrellas. La tapa del libro del Negro Garat es obra y arte de Facundo Vitiello, también integrante de la cooperativa que produce este semanario. “Son imágenes que todos tenemos, siempre había un auto estacionado en el mismo lugar y un portón al que un día finalmente te trepás con tus amigos para saber qué cornos había del otro lado”.
La escritura es, para Santiago, una manera de contrarrestar la falta de recuerdos de sus primeros años, “una manera de tratar de ir rebuscándolos, pescándolos o construyéndolos, por qué no, a través de la ficción y de imágenes que sí están”. Aclara que “tuve una infancia muy feliz, con mucho cariño, pero al mismo tiempo atravesada por una ausencia muy grande”, la de su papá. “Eso creo que me impide tener recuerdos de cuando tenía 5, 6, 7 años”. En definitiva, el escribir es “una manera de exorcizar esos fantasmas que se aparecen en la soledad”.
En tal sentido, apunta que “cuando uno escribe, por más ficción que uno le impregne a sus escritos, son cosas que lo han atravesado o atraviesan, las ha vivido, en carne propia o colateralmente, cosas que te han contado; miedos, culpas”.
Foto: Julia Oubiña | El Eslabón/Redacción Rosario
Estos microrrelatos, algunos más cercanos al cuento, otros a la poesía, “surgen de pronto como trenes en la noche, como perros persiguiendo una pelota de goma, como pibes que corren y juegan y se van, se van pero se quedan”, adelanta en el prólogo la escritora Rocío Muñoz Vergara, y describe a cada uno de ellos como “un universo perfectamente autónomo que a la vez se conecta y resuena en los demás”.
“Hay cosas que empujan para salir”, dice este vecino de la zona sur, barrio tan presente en sus obras. “En estos tiempos de pensar tanto cada cosa, de sobrepensar, tiempos de ansiedad, de querer controlar todo, el hecho de estar en tu casa solo, una vez que terminaste de comer, ya terminaste el día, te prendés un pucho, te abrís una cerveza, y la cabeza empieza a pensar. Para no caer en eso de enroscarte en esas cosas que no hiciste, en el famoso autoboicot, agarro la birome y empiezo a escribir”.
Dice también que de esas “imágenes que salen solas” después, ya en el papel, “algo me lleva para algún lado: de alguien que la pasa mal en un barrio, o en la cárcel, generalmente cosas complejas, oscuras por la realidad que tienen que atravesar un montón de pibes y pibas, y no tan pibes y no tan pibas, sobre todo en estos tiempos”. Escribir, para Santiago, es también “buscar salidas, aunque sea en la ficción, a estos tiempos tan vertiginosos y oscuros. Es una especie de escape”. Y por último, un deseo: “Tratar de que eso conmueva a alguien, que despierte una esperanza aunque suene muy pretencioso, que alguien se vea reflejado, que lo conmueva”.
Hace un tiempo leí una entrevista a Ricardo Bochini en la que el autor, el periodista Rodolfo Braceli, decía que el Bocha, con la pelota en los pies, tenía la capacidad de hacer lo máximo con lo mínimo. Y pensé en los cuentos de Santiago Garat, que necesitan de pocas palabras para decir mucho.
Fuente : redaccionrosario.com
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