Hay dos formas de entender el 25 de mayo de 2003. La coronación del proceso de lucha de los 90s o el bautismo de un ciclo totalmente nuevo. Ambos enfoques son complementarios, pero según cuál se subraye, habrá agudas diferencias sobre lo que el kirchnerismo es y hacia dónde va. Como alguien que se inició en política en esa década, soy más partidario de la primera visión.
El modelo del dólar barato, la Argentina de los servicios, la entrega de la soberanía y la política domesticada explotó el 19 y 20 de diciembre de 2001. Las protestas habían comenzado tempranamente con las víctimas de las privatizaciones, en especial su sector más organizado, las y los trabajadores de YPF. Estos se convirtieron en los fogoneros de Cutral Có (Neuquén) y Tartagal (Salta), luego denominados piqueteros. Las manifestaciones fueron avanzando lentamente, alimentadas por la crisis. En su etapa final, los saqueos de supermercados en Entre Ríos fueron parte del reguero de pólvora que llegó en los últimos días de diciembre a la Región Metropolitana.
La jornada del 20 finalizó con el despegue del helicóptero de Fernando De la Rúa, una imagen que conmocionó al mundo. También influyó en la caída de Gonzalo Sánchez de Losada en Bolivia (17 de octubre de 2003) y agudizó la crisis ecuatoriana, que no hacía pie desde la renuncia de Albdalá Bucaram en 1997 y no lo haría hasta la asunción de Rafael Correa en 2007.
Pero el ciclo de protestas no finalizó con la partida del presidente radical: las condiciones económicas empeoraban al ritmo de la salida de la Convertibilidad y la devaluación asimétrica. Después de varios interinatos fugaces asumió Eduardo Duhalde. Este también estuvo al frente de un aparato represivo que tuvo como punto culminante el asesinato de Maxiiliano Kosteki y Darío Santillán el 26 de junio de 2002. Derrotado por la protesta, Duhalde tuvo que convocar a elecciones para el 27 de abril de 2003.
La elección no forjó un presidente fuerte: ganó Carlos Menem, pero no se animó a presentarse a balotaje siendo que no triunfaba en ningún escenario. Ese país era el que asumía Néstor Kirchner, con la compañía de Cristina Fernández. De hecho, ella misma tuvo una activa participación en la redacción del discurso de ese 25 de mayo.
Conciente de su fragilidad, y junto a compañeros y compañeras que se habían formado en la larga lucha del peronismo, Néstor Kirchner inició un fuerte proceso de distribución de riqueza. Un antishock económico. Paritarias para los gremios más combativos y aumento por suma fija para los más débiles. Su primera acción fue viajar a Entre Ríos a reunirse con el sindicato docente y conceder el aumento reclamado. La coyuntura lo ayudó, los salarios partían de una base muy baja y al poco tiempo mejoraron los precios internacionales de los cereales y las oleaginosas. Otras medidas requirieron decisiones fuertes, como la quita a los acreedores privados o la renegociación y expulsión (en conjunto con Brasil) del FMI. Todo esto exigió un amplio consenso social, la reforma a la Corte Suprema, el consentimiento sindical y del peronismo territorial, y una amplia alianza continental que dirigía el gigante carioca.
Así la clase trabajadora recompuso sus ingresos y un sector incluso comenzó a tener problemas por el impuesto a las altas ganancias. La economía volaba (llegó a tener 9% de crecimiento interanual durante su presidencia) y como es de esperar, la democracia y la política recuperaron su prestigio. La revolución de los aires condicionados y los splits, la nombraba Mario Wainfeld.
Quién mejor resumió las presidencias kirchneristas fue Eric Calcagno, tercera generación de economistas, en una charla que nos dio a los militantes que viajamos a Salta al Te Deum del 25 de mayo de 2008. Recuerdo de memoria: “En 2001, Argentina explotó porque tenía un modelo económico para 20 millones de personas. Néstor condujo una Argentina para 30 millones”.
Esta revolución en la estructura política y económica parió un país diferente. La de los pibes y pibas con notebooks y los satélites espaciales. Pero el tiempo no para y hoy habitamos nuestro suelo 45 millones de personas. Después de una década de estancamiento, necesitamos un nuevo ciclo nestoriano, que nos devuelva al país pujante y orgulloso que supimos ser en 1945-1955 y en 2003-2015. Pero la historia demuestra que no hay presidentes milagrosos que bajen del cielo. Es posible que antes necesitemos una nueva etapa de lucha que pueda parirlo.
Fuente : agenciapacourondo.com.ar
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