En la audiencia del miércoles 10 de marzo en el juicio por delitos de lesa humanidad en el Alto Valle de Río Negro y Neuquén continuaron los testimonios acerca de los secuestros de lxs teatristas nequinxs que integraban el grupo Génesis, la desaparecida Alicia Pifarré y lxs ex detenidxs Alicia Villaverde y Darío Altomaro, y de la docente de la carrera de Trabajo Social Susana Mujica, también desaparecida. Por El Zumbido / RNMA.
Antes de comenzar la audiencia, las abogadas del Centro de Profesionales por los Derechos Humanos leyeron al tribunal una carta de las Madres de Plaza de Mayo filial Neuquén y Alto Valle exigiendo a los jueces que hagan justicia contra los genocidas, que vayan a cárceles comunes y no a prisiones domiciliarias y que respondan qué hicieron con lxs 30.000.
Desde el inicio de este tramo del juicio, las Madres vienen solicitando al tribunal poder participar de las audiencias de manera virtual, que no sería un impedimento dado que la sala virtual existe para la prensa ya que la presencialidad es acotada por las normas sanitarias, pero los magistrados se niegan sin fundamentos.
Joaquín Pifarré tenía 23 años y su hermana Alicia 22. Ella ya no vivía en la casa que él compartía con sus xadres, sin embargo conservaba su cuarto y algunas cosas allí. “El 9 de junio de 1976 estábamos con mi mamá en casa, era la noche, cuando tocan el timbre y aparece esta persona (genocida Miguel Ángel) Cancrini, acompañada de varias personas, todas con el rostro cubierto, preguntando si estaba Alicia en casa” y, aunque el joven respondió que no estaba, entraron y se metieron en su dormitorio a revisarlo. Cuatro genocidas ingresaron por la puerta principal y cuatro a la fuerza por la cocina.
“En un momento me tiraron a mí a la cama apuntándome con una pistola en la cabeza y me dijeron que me quede boca abajo tranquilo, por ahí escucho unos ruidos de papeles y dicen acá están los papeles que estábamos buscando, entonces dije que esos papeles no estaban ahí, para mí fueron plantados, y se enojaron los muchachos”, relató: “en el ínterin se siente frenada desde afuera y griterío, entonces esta gente que estaba en el dormitorio salió y se fueron”. Se llevaron esos papeles que supuestamente encontraron y los documentos de él.
“Mi mamá estaba desesperada, no quedó nadie, quedamos mi mamá y yo, y ahí fue que mamá me cuenta que se llevaron a Alicia y que alcanzó a decirle chau y nada más”, recordó el hermano de la desaparecida. “Aparentemente pasó Alicia con otra Alicia en auto y ahí las pararon y se las llevaron, pero eso no lo vi”, explicó. El auto quedó en la puerta de la casa y el joven pudo sacar de allí la documentación de su hermana.
“Al otro día fuimos a la comisaría a decirles que se habían llevado a Alicia, pero la policía no nos aceptó que pudiéramos hacer esa denuncia, y después empezó la gran lucha de mi madre para averiguar qué se podía hacer para ver qué había pasado, y nunca tuvieron respuesta de nada”, relató Joaquín Pifarré y reivindicó la lucha que comenzaron a dar las Madres de Plaza de Mayo: “pudieron lograr habeas corpus y seguían luchando por la aparición con vida de sus respectivos hijos, es el principal motivo por el cual estamos hoy acá”.
Joaquín Pifarré
Después de la desaparición de Alicia Pifarré, para su hermano “no fue fácil; yo seguí mi vida, pero mi mamá sufrió mucho, muchísimo, hasta que se fue, pero luchó con todas sus fuerzas, por ella y por los otros 30.000”.
“Durante estos 45 años mi madre y la gente allegada sufrimos mucho”, concluyó Pifarré entre lágrimas: “no es justo que quienes hicieron esto hayan disfrutado de lo que disfrutaron y a mi hermana la cortaron y a mi familia la hicieron sufrir tanto” y finalizó diciendo: “tengo que agradecer a todas las personas que siguieron luchando para que esto sea realidad, para que llegue este momento, lo hago por Alicia y por los 30.000”.
Eleonora Villaverde tenía cuatro años cuando el terrorismo de Estado en dictadura secuestró a su madre, Alicia, y recuerda la misma escena que narró su hermano Jorge Altomaro en su testimonio, ocurrida en casa de su abuela horas después del secuestro: genocidas entrando a la casa, revisando todo y su abuela protegiéndolxs: “les gritaba que no nos llevaran, y se llevaron todo, las cajas, todos nuestros recuerdos, las fotos, o sea que no tenemos ni una foto de la niñez; tengo la idea de que no encontraron nada, solamente nuestra historia que quedó perdida”.
Alicia Villaverde
Después de que Alicia Villaverde fue liberada recibió varias amenazas en Neuquén, por lo que se mudó a San Rafael. Eleonora recordó que primero se fueron su madre y su hermano hacia allá y que ella, con sus apenas cuatro años, tuvo que viajar en el camión de la mudanza. Pero el cambio de provincia no modificó la realidad: las amenazas siguieron y se tuvieron que ir del país, hacia México, donde estuvieron exiliadas hasta 1989, aunque su hermano César había vuelto a Argentina unos años antes con su padre, Darío Altomaro. “La tristeza y la angustia estaban en todos lados”, pero ellxs no sabían muy bien qué pasaba: “mi hermano mayor (César) sabía lo de Susana (Mujica) y que mis hermanos no tenían a su mamá”.
“El exilio significó estar de golpe en un país completamente distinto, con pobreza, nos costó mucho, llegamos mi mamá sola con dos niños, y mi mamá muy triste”, recordó, aunque “siempre nos arrepentimos de haber regresado”.
En 1989, la mamá de Alicia enfermó y tuvieron que regresar a Argentina. Antes de hacerlo, la mujer le contó lo sucedido a su hija, para prevenirla: “me dijo que las llevaron junto con otras personas, a lo que ella creía que era la policía federal, dice que le taparon los ojos y la pusieron en un lugar con piso de madera y que empezó a sentir gente al lado, así que cuando hubo un silencio empezaron a decir sus nombres entre ellos para ver quiénes estaban y se reconocieron Alicia Pifarré, Darío Altomaro, otra chica que no sé el nombre, otro hombre y Susana Mujica”.
Eleonora Villaverde continuó contando que “los tuvieron ahí y me dijo que más tarde los llevaron a Bahía Blanca, que los tuvieron como en una cucheta, que fue terrible, que se escuchaban las torturas, que había un cabo que las llevaba al baño, que había una de ellas que menstruaba que supongo que era Susana Mujica porque acababa de parir, que Alicia Pifarré lloraba mucho, que a Darío Altomaro lo maltrataban muchísimo y le decían que tenía dos mujeres, que lo torturaban, que lo maltrataban psicológicamente y que era muy recurrente todo el tema de sus mujeres”. También “dice que Susana Mujica tenía la sensación de que la iban a matar a ella, así que le dijo a mi mamá que cuidara de los nenes, que se hiciera cargo de sus nenes”.
“Estuvo mucho tiempo ahí, la torturaron, la maltrataban mucho, me habló de las torturas, que la quemaban con la picana”, recordó: “le decían muchas cosas de su cuerpo y hacían referencia a cómo le quedaban determinados pantalones que usaba en Neuquén para ir al trabajo”, haciendo alusión a algo que supo mucho después: frente a la casa donde vivía Alicia Villaverde hubo durante mucho tiempo antes del secuestro un auto estacionado que la vigilaba.
Eleonora Villaverde
Un día “el cabo le vino a decir que la iban a soltar, que había escuchado que la iban a soltar; mi mamá le dijo a Pifa (Alicia Pifarré, aún desaparecida) que le habían dicho eso y que Alicia se puso muy contenta”. Esa noche “la subieron a un coche amarrada, a ella y a otra chica, las tiraron en la ruta y le dijeron que esperan, que no se sacaran las vendas porque si no las iban a matar; cuando se sacaron la venda vieron que estaban en la ruta, en el medio de la nada, y pararon un colectivo que pasaba, subieron, pero a los pocos metros subieron unos militares a pedir documentos y ellas tenían las marcas de las vendas y la otra chica estaba muy nerviosa, así que las bajaron, las llevaron a un lugar y uno de ellos les dijo que las cosas se iban a complicar”.
“Uno de los cabos la llevó al baño y le dijo que si era sumisa y se quedaba tranquila la iba a dejar hacer una llamada: la violaron y después la dejaron hacer un llamada”, relató Eleonora Villaverde. Así fue que la ex detenida pudo llamar a su hermano Héctor, quien las fue a buscar a Río Colorado.
“Siempre pienso que ser un detenido desaparecido es una cosa espantosa, pero ser un detenido desaparecido mujer debe ser doblemente difícil”, reflexionó la hija de la mujer secuestrada, torturada, violada, perseguida y exiliada por el estado en dictadura y continuamente violentada por el estado en democracia.
“Tengo muchas imágenes de mi mamá triste”, lamentó Eleonora Villaverde y aseguró que siempre fueron maltratadas por las instituciones del Estado, recordando incluso un episodio tras el exilio, cuando tuvieron que hacer un trámite en la Policía Federal y Alicia no se animó a ingresar, entonces entró ella sola, y se le burlaron, la maltrataron y le dijeron cosas de su madre: “ella no pudo entrar porque se puso a temblar, salí temblando yo y ahora temblábamos las dos”. También recordó que una vez vio al genocida Raúl Guglielminetti en la calle y que en otra oportunidad reconoció la voz de un torturador y se orinó del terror. Aseguró que “en Neuquén la vi morir por segunda vez, lamenté mucho haber vuelto, tanto esfuerzo, tanto dolor, tanto esperar, no haberla podido ver sonreír en los últimos años: más allá de la dictadura, el Estado nos estropeó toda la vida”.
“Me da mucha pena, pienso en qué hubiera sido nuestra vida, porque tenían una concepción del mundo distinta”, reflexionó la hija de la teatrista.
“Yo quiero decir que por eso estoy aquí por Susana, por la Beba Mujica y por las Madres”, concluyó Eleonora Villaverde: “tengo 48 años y no hay justicia, cuando pasan estas cosas, me pregunto cómo puede ser que tenga que hablar otra vez si mi madre declaró cinco veces y la tienen grabada, nos siguen abriendo las heridas”, pero “ellas (las Madres) dicen que hay que venir, que hay que resistir y hacerlo una y otra vez, y ellas nos ha sostenido con la ternura”.
“En la Beba Mujica he visto los ojos más tristes de mi vida”, finalizó, “por eso esto es por la Beba, por las Madres, por su ternura y por su integridad” y dijo: “quiero que el Estado se haga cargo de lo que hizo”.
Pablo Arroyo trabajaba en Obras Públicas, en el mismo edificio que Alicia Villaverde cuando la secuestraron, pero unos pisos más arriba. Años después de su cautiverio y de su exilio, fue su pareja en Neuquén.
Declaró que el 9 de junio de 1976, un operativo represivo irrumpió en el lugar. Uno de los genocidas que llegó, subió a hablar con quien en ese momento era jefe de personal, un ex sargento del Ejército. Al salir, Arroyo pudo saber que el operativo era para secuestrar a la joven teatrista que trabajaba en el lugar. De inmediato, el hombre se dirigió a la casa donde vivían Darío Altomaro y Susana Mujica con sus pequeñxs hijxs Matilde y Martín y con Beba Mujica, para darles aviso de lo que estaba ocurriendo, no solo por sus lazos de compañerismo sino por lxs hijxs que tenían Altomaro y Villaverde en común.
Pablo Arroyo
“Cuando iba llegando a la casa, paso primero por la de atrás y veo a Beba y cuando iba a acercarme para decirle me dijo andate, porque están en el living y a cualquiera que pase se lo llevan, ya se llevaron a Susana”, relató el testigo: “me fui y después nos enteramos que también se los habían llevado a Alicia y a Darío”. Tras estos episodios, Arroyo se fue de Neuquén y volvió muchos años después.
Pudo conocer detalles del impacto del cautiverio de Alicia Villaverde después de que ella regresó del exilio, cuando estuvieron en pareja. “Me contó que la habían torturado, incluso tenía dos marquitas en el cuello de que la habían picaneado, que había escuchado las voces de Alicia Pifarré y Susana Mujica estando con las vendas puesta”, contó: “ella supo que Pifarré estaba adentro, la había oído cantar canciones”. También supo cómo la liberaron y de la violación a la que fue sometida por parte de policías en Bahía Blanca, luego del secuestro.
“Alicia Villaverde nunca soportó su secuestro, nunca quiso volver a actuar ni subirse al escenario”, concluyó Arroyo: “antes de junio del 76 Alicia brillaba, era activista, tenía sentido del humor, el teatro estaba en su sangre, ya había ganado festivales, había participado de giras, tenía un talento especial y era excelente madre”.
Jorge Cháneton y su familia eran muy allegados a la familia de Susana Mujica.
Él trabajaba en la aduana cuando le informaron que dos personas estaban interesadas en importar madera y que tenía que ser quien los atendiera, pero las personas se fueron antes de que las vieran, relató el testigo. A los pocos días, esos dos hombres se presentaron en la puerta de su casa: “me quedó grabado con el nombre de Raúl Guglielminetti”, el genocida que realizaba tareas de inteligencia en la región. Los hizo pasar y, al sentarse, el genocida sacó un arma de fuego y la puso sobre la mesa.
Jorge Chaneton
Le dijeron que querían traer madera de Chile, pero le hablaron de otras cosas: “me dijo que trabajaba en la Policía Federal y que estaban haciendo seguimientos de gente que estaba involucrada en acciones de subversión” y le indica la dirección de una vivienda que estaban vigilando, que inmediatamente Cháneton identifica como la de Susana Mujica. “Lo primero que hice fue hablar con la madre de Susana y con Susana, me dijo que me quede tranquilo de que no estaba metido en nada”, narró. “Yo no tenía idea quién era Guglieminetti, después con el tiempo supe las cosas que hacía, pero no tenía idea cuál era su ocupación; cuando vino a mi casa, ahí empecé a darme cuenta cuáles eran las actividades que ellos realizaban”, explicó: “a los pocos días, hacen un operativo en la casa de Susana y pasó lo que pasó”.
“Beba Mujica me contó que revolvieron todo, que tiraron todo abajo, que buscaban bibliografía”, finalizó el testigo: “lo único que supimos de Susana es que había desaparecido y no supimos nunca dónde estaba”.
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