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¡Levanten nalgas! Memoria de la insumisión marica


28-03-2021 15:57:45
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El servicio militar obligatorio fue una escuela de machismo y homofobia. Algunos gais se acogieron a la exención por homosexualidad, otros se hicieron objetores de conciencia legales y otros insumisos. Los colectivos cuir defendieron la desobediencia.  Por June Fernández . Ilustración de Señora Milton.

“En la Radical Gai había maricas que también eran objetores y querían ser insumisos. Ahí creamos la insumisión gai, que planteaba: «Al ejército no vamos no porque no creamos en las guerras, sino porque qué vamos a hacer allí con tantos hombres si no nos los podemos follar» (risas). Editamos un dossier muy bonito titulado Levanten nalgas. La objeción suponía radicalizarse porque la cárcel estaba de por medio”.

Esta cita del activista cuir Sejo Carrascosa en una entrevista para Pikara Magazine es la chispa que enciende este reportaje. La siguiente pista nos lleva a Iruñea, la ciudad que acogió en 1995 un encuentro sobre insumisión marica organizado por EHGAM, el movimiento de liberación gay de Euskal Herria.

“Si tengo que ir, me suicido”

Joan, alias Juanita Márkez, tenía 17 años cuando recibió la temida carta del Ayuntamiento de Cornellà: tenía que presentarse el 24 de octubre de 1988 ante el negociado de quintas para formalizar su inscripción en el servicio militar. Como superviviente de acoso homófobo en el instituto, imaginaba la crueldad que le esperaba en el cuartel. Lo tenía muy claro: “Si tengo que hacer la mili, me suicido”. Acudió al movimiento antimilitarista Mili KK pero no encontró el apoyo que esperaba. Decidió alegar  homosexualidad  primaria, una exención que contemplaba el Ejército porque la consideraba una discapacidad incompatible con la disciplina militar. La Organización Mundial de la Salud sacó la homosexualidad de la clasificación de enfermedades mentales en 1993, el año en el que Juanita respiró tranquila.

Primero fue al médico de cabecera a pedir el certificado que exigía el negociado de quintas. Este le mandó al urólogo, quien le miró como las vacas al tren y le derivó al psiquiatra, quien le dijo que no sabía cómo acreditar algo así. Al final, la psicopedagoga del instituto le puso en contacto con una amiga psiquiatra de la sanidad privada que le hizo el certificado en dos minutos. Reconoce la incomodad de aceptar ese diagnóstico pero lo compara a que, aún hoy, las personas transexuales tengan que ser diagnosticadas de disforia de género para modificar su nombre en el registro civil.

La respuesta fue un jarro de agua fría: “Examinado el expediente del mozo, esta junta de clasificación y revisión decide declararle útil para el servicio militar”. Juanita Márkez recurrió y, mientras tanto, se declaró objetor de conciencia. Su vía crucis incluyó viajar cada dos años a un hospital militar de Madrid. “El psiquiatra tenía que certificar que yo seguía igual de maricón. Me pedía que me dibujase. Me esforcé por dibujarme muy triste, marginal, callejera”. Para entonces, ya se había hecho okupa, punki y orgullosa marika; iba a las revisiones luciendo su cresta roja y su pluma. Estaba terminando la carrera de Psicología y esa formación le dio aplomo para enfrentarse al poder psiquiátrico.

El tiempo incrementaba la angustia pero también jugaba a su favor: el Movimiento de Objeción de Conciencia (MOC) registró cien mil objetores y 2.000 insumisos, que desafiaban al sistema con acciones de calle y huelgas de hambre en las prisiones. En 1993, año en el que los parlamentos vasco y catalán aprobaron sendas mociones a favor de despenalizar la insumisión, Juanita se plantó frente a la psiquiatra que tenía que valorar su exclusión de la mili y de la prestación social obligatoria (PSS) y le dijo sin rodeos: “Estoy loca de remate y soy maricón perdido. O me das la incapacidad permanente o me hago insumiso”. Y funcionó.

Elegir la bofetada

El Gobierno de Felipe González aprobó en 1984 la Ley de Objeción de Conciencia. Imponía como única alternativa un servicio civil de duración mayor a la mili, que consistía en trabajar gratis para entidades sociales o gubernamentales. Por si eso fuera poco castigo, estableció penas de dos años, cuatro meses y un día a quienes se negasen a hacer la PSS. Para cuando le concedieron la exclusión temporal del servicio militar por homosexualidad primaria, ya le habían llamado a hacer la PSS. Se negaba a hacer la mili por miedo —“no quería tener a los militares encima riéndose de mí por maricón, eso ya lo viví en el instituto”— y se negaba a hacer la PSS por dignidad política: “Prefería ir a la cárcel. Había iniciado la guerra y esa era la última batalla”.

El movimiento de insumisión —nutrido por hombres y mujeres antimilitaristas, anarquistas, comunistas, independentistas y feministas— se activó como tal en 1988, año en el que se aprobó el reglamento del PSS y se celebraron las Segundas Jornadas Antimilitaristas Estatales en Zaragoza.

Carlos Herrero Canencia estuvo ahí. Era un estudiante de Filología en la Universidad Complutense, integrante de su Asamblea Antimilitarista. En marzo de 1990, con 21 años, se presentó como insumiso, esgrimió que era gay y que se negaba a participar en una institución homófoba. “Jamás me planteé alegar homosexualidad para librarme; tampoco intenté librarme por pies planos. No quería librarme, quería oponerme”, cuenta. En su entorno, la mayoría de gais optaron por hacer la PSS. “La ilegalidad daba miedo”, reconoce.

La jueza rebajó su condena a un año porque no tenía antecedentes penales, pero se negó a firmar la condicional y entró en la cárcel en 1996. Cumplió un mes y medio en régimen cerrado y después pasó al tercer grado. Le entrevistaron en el diario El Mundo con el titular La mili no es de color de rosa. “La mili es una cadena de humillaciones, y el último eslabón, que es el soldado, humilla al que considera todavía más débil que él, al marica que tiene al lado”, respondió al periodista.

En ese movimiento antimilitarista de los años 80 había muchos gais, pero la mayoría estaban en el armario. “Entonces, con 20 años, era muy complicado decir que eras insumiso y además gay, muchos eligieron por dónde querían que les llegasen las bofetadas”, valora. La corriente en la que él militaba estaba ligada al Movimiento Comunista, en el que participaban feministas lesbianas como Empar Pineda y Cristina Garaizabal. Por ello, el feminismo y la crítica a la homofobia estaban presentes en el discurso de su colectivo.

Juanjo Compairé, integrante de la asociación Homes Igualitaris, recogió en un artículo académico en 2011 testimonios de insumisos y objetores de conciencia. Algunos de ellos señalan que la convivencia con homosexuales dentro de estos movimientos les sirvió para revisar su homofobia. “Aprendí mucho del movimiento gay. Eran unos tíos muy divertidos. Me provocaban mucho, me obligaban a reaccionar”, dice un entrevistado. Otro señala que en la cárcel había muchos presos homosexuales y que eran “personas reconocidas, no se escondían y cumplían una función: eran los que hacían las labores femeninas”.

Carlos Herrero no se arriesgó a comprobarlo. “En la cárcel estuve en el armario. Tampoco me hacía el machito, ¿eh? Cuando me entrevistaron en la radio, crucé los dedos para que ningún preso me escuchase”. Cuenta que los insumisos gozaban de un gran respeto: “A los presos les flipaba que hubiéramos elegido cárcel. Además, no éramos lumpen, teníamos estudios. Un preso me dijo: ¡Tú no tienes cara de cárcel!”.

Paradójicamente, el espacio en el que Herrero se sintió peor fue el Colectivo Gay de Madrid (COGAM), que le dio la espalda: “Decidieron acoger a objetores, eso suponía asfixiarnos”.

El asco es mutuo

El día de su juicio, Xabi Sánchez Goronaeta se puso unos pendientes vistosos y la camiseta que había diseñado su colectivo, EHGAM Nafarroa, con el lema “Borrokarako gai” (juego de palabras entre “gay para luchar” y “capaz de luchar”) y una figura que amenaza con un tirachinas dentro de un triángulo rosa. Fue insumiso total, estrategia que consistía en ignorar las citaciones judiciales. Estuvo en orden de búsqueda y captura hasta que lo detuvieron. En la sala dijo: “Las maricas no aceptamos que el Ejército diga de nosotras que somos enfermas, y es por eso que nos negamos a aceptar la salida que se nos ofrece. Nosotras somos quienes repudiamos esa institución”. “Así como en otros lugares fue la crisis del sida lo que politizó a los gais, en Euskal Herria fue la insumisión la que nos llevó a interiorizar el discurso queer y a crear un sujeto marica empoderado”.

 

 

Fuente :

anred.org

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