La mujer está parada con lentes oscuros y un pañuelo en la cabeza. Enfrente, muy cerca de su nariz, tiene el hocico de un caballo. Puede sentir su respiración. Arriba de ese caballo, y de los muchos otros caballos que hay en esa plaza, hay un policía con ganas de usar su machete, su macana, su palito de abollar ideas. Y, si se puede, también desenfundar su arma y jugar un rato a los cowboys. El país está en llamas y unas horas después el presidente huirá en helicóptero.
Esa mujer, de lentes oscuros y pañuelo en la cabeza no huye, no retrocede, se planta. Hace lo que hizo toda su vida. O, mejor dicho, lo que hizo, hace y hará desde que el terrorismo de Estado le arrebató a sus hijos: luchar, militar, hacer política. Esa mujer, y todas las que caminaron y caminan y caminarán al lado suyo los jueves en esa misma plaza y el resto de los días donde haya que caminar, politizaron su duelo, su dolor, los dolores de los y las demás. Socializaron la maternidad, se hicieron colectivas.
Esa mujer de lentes oscuros y pañuelo en la cabeza se enfrentó a todo y a todos y nunca se calló, con razón o equivocada, pero siempre de frente y al frente. Esa mujer, esa madre y todas las madres de todas las plazas del país, al igual que las abuelas, nos enseñaron a mantener viva la memoria y a perseguir la verdad para que se haga justicia. Nunca venganza. Esa mujer, ejemplo universal de lucha, se llama Hebe de Bonafini y vive en las Madres, en las Abuelas, en Hijos, en Nietes y en el corazón de quienes sueñan con un país y un mundo más justo y con oportunidades para todos y todas.
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