Por Norman Petrich | Ilustración: Leo Olivera
Los últimos apuntes sobre las costumbres de los habitantes de este pueblo marcado como el génesis de los excesos que caracterizan a nuestro ser nacional van de los “burros” y las apuestas a raros hábitos que aparecen en las clásicas fiestas. Y para cerrar este informe, dos preguntas que aún buscan respuestas. Así que los invito a compartir el final de las anotaciones del supuesto hijo no reconocido de Félix Luna.
Varios cuerpos de ventaja
Hubo un tiempo próspero para los burreros de Asendog, tiempo en que el hipódromo Doctor Julio Albarracín veía sus graderías de maderas repletas de público. En su mayoría no eran fanáticos de las carreras de caballos sino de “Mugriento”, potrillo que defendiera los colores del stud "La Asendogensa", y con ello el orgullo de toda una región. Era un alazán flaco y bastante petisón, por el cual muchos no darían ni dos pesos, pero el "Mugriento" se convertía en un verdadero diablo a la hora de la competencia. Algunos aseguran que por donde pasaba quedaban marcados los cuatro cascos a fuego, pero aconsejo dudar de semejante visión, ya que las personas que atestiguaron, al observar que un frasco de perfume contenía más del cincuenta por ciento de alcohol, se lo bebieron de un solo trago.
Con respecto al hipódromo debo decir que difería mucho del clásico cilindro de las pistas argentinas, o sea, dos rectas unidas por sendos codos. Podría definir el Albarracín como una prolongada recta de más de cuatrocientos metros. En ella, “Mugriento”, obtuvo un récord de treinta carreras consecutivas ganadas en menos de dos años y sin contar con derrotas en el debe. La atracción era inmensa y los propietarios de las localidades cercanas traían sus “pingos” para competir con el ídolo local. Aun hoy, en los bares asendogenses, pueden verse los banderines y los recortes de diarios que recuerdan las grandes victorias del “Mugriento”.
Tal vez la más notable sea aquella en que sus otros competidores le sacaron veinte metros de ventaja en la largada debido a una falla en la jaula de salida, la cual no le permitió al potro asendogense partir con el disparo de la bala. “Mugriento” fue superando uno por uno a sus contrincantes para quedarse con el derby al llegar a la meta con medio cuerpo de ventaja. Esa noche hubo grandes festejos, ya que el pueblo entero estuvo a punto de perder hasta la ropa que llevaban puesta al jugarse los ahorros en unos pocos boletos a favor de su potrillo favorito. Claro, toda regla tiene su excepción. Y esa excepción tiene nombre y apellido: Gonzalo “Fija” Rodríguez, lugareño que aborrecía a más no poder los triunfos de “Mugriento” y en cada carrera caía con el dato de un equino capaz de vencerlo. Jamás acertó una fija pero siempre se mostró orgulloso por no correr con el caballo del comisario. Los asendogenses lo felicitaban por su autoestima para luego darse vuelta y brindar a la salud del comisario.
Pero todo lo que viene grande, grande se va. Un millonario de la capital le puso precio a “Mugriento”, precio que resultó irresistible para su dueño y el ídolo local abandonó el Doctor Julio Albarracín. Quizás algún viejo burrero lo tenga en mente, pero lo creo difícil con el terrible historial de nuestro potrillo. “Mugriento” cosechó fracaso tras fracaso en las tierras capitalinas y todo debido a una simple e irreversible razón: jamás se adapto a las curvas de los hipódromos, siempre seguía derecho, negándose a doblar, como extrañando las viejas tardes del Albarracín. Con respecto a este, desde la ausencia del ídolo, la gente dejó de sentirse atraída por las carreras y las graderías presentaban un aspecto triste y fantasmal por la ausencia de público. En vano trataron de levantar la asistencia trayendo distintas figuras de las regiones aledañas, nada era igual sin la estrella local. Y fue el “Mugriento”, ya sobre el final de su carrera, quien lo volvió a llenar. Los dueños habían decidido que era hora de retirarlo, y por eso realizaron una última carrera de despedida contra los más afamados caballos del país en el Doctor Albarracín. Cuentan los que estuvieron presentes que “Mugriento” parecía aquel potrillo que ganara por primera vez en este hipódromo. El resultado, usted ya se lo imagina: jugando de local, fue robo del ídolo de Asendog desde el principio de la carrera hasta cruzar el disco.
Que fantástica fantástica esta fiesta
En estos años que llevo viviendo en Asendog he comprobado que ciertos ritos acontecidos en las distintas fiestas merecen un estudio más profundo. Si bien el ejercicio de estos ritos decaen con el avance de la edad, no es por falta de fe sino por incapacidad. Los principales se llevan a cabo en pascuas y navidad. Como todos saben, la pascua cristiana es una época de recogimiento para reencontrarse con uno mismo y con Dios, cosa que se cumple a rajatabla en el pueblo. No hay comercios abiertos ni actividad cultural en esa fecha. Es aquí donde debo marcar las diferencias.
Mientras las personas mayores buscan internarse en sus hogares o en la iglesia para lograr ese encuentro espiritual, los más jóvenes prefieren retirarse a las costas cercanas e intentarlo a través del paciente deporte de la pesca. Tres elementos son necesarios para lograr el éxito en ambos casos. Para lo más grandes un rosario, la Biblia y una estampita de San José, patrono del pueblo. Para los más chicos una parrilla, una guitarra y una buena damajuana de vino. No sé como les irá a los primeros pero los segundos, con mucha paciencia, se pescan una curda que hay que tratarla de Padre y Dios mío.
Durante la Navidad es común ver realizar a los jóvenes un recorrido de visita por la casa de todos los parientes de la localidad. Semejante epopeya en un lugar en que los televisores llegaron muy tarde (la liebre es el símbolo que distingue el escudo de Asendog, como para que usted se vaya dando cuenta) sólo puede atribuirse a las escasas dimensiones del pueblo. Eso sí, en ninguno de estos hogares lo dejarán seguir camino si antes no brinda con los dueños de casa. Comprenderán, entonces, por qué los pibes cuando dan las doce disfrutan más de los saludos en casa ajena que de los regalos en la propia. Las malas lenguas afirman que siempre hay personajes entrados en edad que les gusta realizar estos actos loables con el único fin de "tomar de arriba". De ellos dirán los asendogenses que nunca superaron la etapa de la adolescencia.
Otro rito juvenil es el que, por estos lares, definen como “serenata”. Las mismas sólo pueden realizarlas los alumnos que cursan el último año del colegio secundario, los futuros egresados. Para estas serenatas los chicos se arman de ollas y tapas de sartenes que utilizan como platillos y redoblantes. Pertrechados con dichos elementos recorren las calles del pueblo entonando divertidas canciones bajo las ventanas y balcones de las distintas casas, a altas horas de la noche. Todo aquel que quiera alejar a esta banda aulladora deberá pagar el tributo de una botella de licor o bebida similar, es decir, que contenga un buen porcentaje de alcohol. Como las canciones entonadas por la banda viajera tienen que ver con secretos de los habitantes del hogar, muchos de éstos abonan inmediatamente el precio del silencio. Es por eso que varias botellas más tarde, son los chicos los que se entonan y no hay pago que los haga callar, lo cual a provocado un sinnúmero de peleas conyugales y disturbios callejeros.
Si la policía aún no ha prohibido estas serenatas nocturnas es por la generosa donación (un veinte por ciento de lo recaudado) de los coreutas que impide cualquier acto heroico y eso, en Asendog, los habitantes lo comprenden.
Para año nuevo, si va a cometer la osadía de lanzar fuegos artificiales, debe tomar todos los recaudos necesarios para que estos sean magnánimos, de lo contrario se arriesga a que la gente del barrio salga a analizar la calidad de sus cohetes como serenos expertos, y escuchará comentarios como “estos secos se quieren hacer notar tirando dos o tres cuetitos de morondanga” “para mí que los negocios les deben andar mal, el año pasado tiraron el doble”. Si alguno de los artificios llega a asombrar a estos vecinos, sólo escuchará un sobrio “eso tuvo consistencia, veamos como siguen los otros” y si los otros son tan buenos como ese, al finalizar el espectáculo se retirarán como dignos catadores, conformes pero sin demostrarlo en demasía. Si llega a escuchar un "la verdad que estuvo lindo, pero que manera de tirar la plata", dese por satisfecho: esas personas pagarían por haber estado en su lugar.
Epílogo
Aquí se interrumpen violentamente las notas del supuesto hijo no reconocido de Félix Luna y nacen las suspicacias sobre la razón de dicho acto y su obstinada actitud de negar los hechos relatados, en los años posteriores, cuando la posible existencia de Asendog y con ello la teoría de nuestra cuna de la civilización vio la luz.
Algunos estudiosos creen entrever un exilio presuroso al descubrir el historiador secretos oscuros sobre la vida de los habitantes del pueblo, secretos que revelaban el por qué de su aparente aislamiento del resto del mundo.
Otros afirman que Luna, aprehendido de las costumbres asendogenses, luego de una larga noche erró el camino a su casa y se halló fuera del poblado sin saber volver a él, por más que lo intentara.
Terceros aseguran que Luna mostró los resultados de sus notas y les prometió a los asendogenses hacerlos famosos, aprovechando sus deseos de popularidad, y de esa forma consiguió que bajaran la guardia de su estrecha vigilancia y pudo escapar, deshaciéndose rápidamente de lo escrito año tras año con la sola intención de convertirlo en el móvil de su fuga.
Pero la pista a la que más debemos atenernos es una hoja chamuscada por el fuego, escrita en letra gigantesca y apresurada, que pareciera llenarlo todo de suspenso. Lo dicho allí, en apenas dos renglones, parece traer encriptado un significado profundo y aún no revelado, el resumen de una vida distinta y tal vez la respuesta a todas las preguntas que la vida representa.
Lo que dice allí marca un antes y un después, si es que esto es posible. Nos deja pasmados como sólo lo hace lo desconocido, nos invita a leerlo una y otra vez para entender la profundidad de su mensaje, dos preguntas que quedarán rebotando noche tras noche en nuestras conciencias. Que me aterra repetir, pero debo hacerlo para poder cerrar este humilde historia:
¿Qué carajo estoy haciendo aquí?
¿Qué estoy esperando para irme a la mierda?
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