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FILOSOFÍA ACTUAL Dr. Jekyll y Mr Hyde en el capitalismo libertario


2024-01-08 14:12:17
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“Yo me hice a mí mismo”, es una idea que tranquilamente podríamos adscribirle a Friedrich Nietzsche, el filósofo que inventó el pensamiento del siglo XX. También podría decir que es un pensamiento anarcocapitalista. Pero ¿qué quiso decir con una oración como esta, el filósofo alemán? ¿Cómo se hace uno a sí mismo? ¿No es absurdo, no es megalómano creer algo así? Sin duda. Nadie se hace así mismo solo o ex nihilo. Por lo tanto, podríamos pensar que Nietzsche está sugiriendo que, antes que nada, no habría que dejar que otro lo haga a uno a su imagen y semejanza o de cualquier forma como el otro quisiera hacerlo a uno (piola, estúpido, esclavo, odiador serial, etc.).

Después, se trataría de elegir la mayor cantidad posible de lo que se es a imagen y semejanza de un ideal. Por ejemplo, los ideales de la libertad y del libertino, o los ideales de la vedette o del filósofo materialista, y así hasta el infinito. Cada uno actúa emulando el modelo —pasa que algunos tienen como modelo al Guasón, de Batman. De cualquier modo, habría que aprovechar el mayor margen posible de esa posibilidad de elección, aunque su costo culmine en las antípodas de la libertad, como por ejemplo la adicción, el alcoholismo, el goce privado, o como le pasó al mismo Nietzsche, la locura —tal vez sea mejor tener un solo problema aunque sea enorme, a los miles de problemas que nos provoca la realidad (¿quién se atrevería a decir en qué consiste la felicidad, además?).

Hay devenires que son incontrolables, y todavía no sabemos bien qué significa la libertad —el mayor engaño para confundirnos con la experiencia de la libertad es la creencia en el libre albedrío. Cuanto más humilde el origen, más mérito en el ascenso, así lo percibe nuestra sociedad.

Cualquier persona que desea hacerse a sí misma lo primero que tiene que saber es que siempre le deberá parte de lo que es a otro, o en otras palabras: nadie se hace a sí mismo. El hacerse es una forma de comunicación singular con el otro y consigo mismo, una comunicación interminable, un malentendido, una comunicación fallida, un fraude, en la que uno termina siendo diferente a sí mismo.

Hace un tiempo que resolví mi naturaleza esquizofrénica y ahora medio que un yo le va haciendo compañía al otro en lugar de enfrentarlo, contradecirlo, hacerlo sentir culpable por cada placer que siente o por cada injusticia que comete. Al mismo tiempo que se te induce a creer que tenés derecho a lo que sea, se te quita las posibilidades de disfrutarlo. Y después llega la gran victoria de ellos, cuando te hacen pensar en precios todo el tiempo: cuánto te ahorrás en cuotas, cuánto perdés en efectivo, qué te conviene hacer en un mundo que ya nada tiene valor, o mejor dicho, en el que ya nadie sabe cuánto vale cualquier cosa. Morder algo, siempre. Pero sin que se note.

Siempre pensé que esta novela, Dr. Jekyll y Mr. Hyde, era una metáfora perfecta para caracterizar al capitalismo que se organizó a fines del siglo XIX, como si se hubiera cumplido la utopía comunista y uno pudiera ser alguien durante el día, y otro por la noche. Un dorso y el reverso. Un comerciante y un filósofo. Un tipo que puede ponerse en la perspectiva del otro, y que a la vez lo puede desarrollar dentro del régimen capitalista de explotación y hacerlo al viejo estilo “patrón de estancia”: atento a su necesidad, ofreciendo ayuda y dando una mano cada vez que la solicitan, generando confianza y tratando de generar respeto, un universo en el que cualquiera puede equivocarse y todos nos equivocamos alguna vez.

Uno no solo aprende a convivir consigo mismo, tiene también que aprender cómo destruirse.

Me imagino que cuando Nietzsche imaginaba que se hacía a sí mismo, que no le debía nada a nadie, que se hizo luchando contra todos, estaba cerca de la locura y de ese canto a sí mismo que significa Ecce Homo. En uno de sus últimos libros, El uso de los placeres, Michel Foucault se pregunta esto: “¿Qué valdría el encarnizamiento del saber si solo hubiera de asegurar la adquisición de conocimientos y no, en cierto modo y hasta donde se puede, el extravío de quien conoce?”. Me parece una pregunta fundamental, con Nietzsche en el espejo, sin duda.

Desde el momento en que pude decidir mi vida académica, me tomé muy en serio este tipo de reflexiones nietzscheanas. Desde que pude decidir, porque la verdad es que uno se pasa gran parte de su vida (académica o no) entendiendo de qué va la cosa, y cuando lo entiende, recién ahí puede decidir (hay gente que lo descubre de una ojeada ya en la infancia, a otros nos lleva años, a algunos toda la vida).

Por eso Foucault dice: “hasta donde se puede”. Porque todo no se puede. No se puede porque no se sabe, no se puede porque no están dadas las condiciones o porque no hay más posibilidades. Pero “hasta donde se puede” implica ir hasta los límites de sí mismo, hasta donde uno puede soportar o tolerar. De eso se trata el trabajo de la filosofía: uno no solo aprende a convivir consigo mismo (tarea ímproba si las hay), tiene también que aprender cómo destruirse, cómo elaborarse a sí mismo, no para volverse mejor persona (mito moral), sino simplemente para cambiar y descubrir nuevos placeres, otras perversiones, nuevas prácticas.

Por supuesto, al final siempre es uno mismo el que lo hace, pero la excursión vale la pena. Por eso Foucault dice que el saber, para que tenga valor, un valor auténtico, debería ser un camino de extravío y no una manera reconfortante de acumular conocimientos. Dicho de otro modo, y sin duda bajo la tutela nietzscheana, cuánto más sabe alguien, más proclive está… más proclive debería estar a extraviarse. Es decir, a volverse para sí mismo un extraño. Aunque sea un ratito.

Fuente : agenciapacourondo.com.ar

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